Juan José Esteban Garrido - Historia militar de la Comunidad Valencia

Valencia de El Cid: un imposible sin una flota

«Rodrigo Díaz de Vivar tuvo sus coordenadas históricas precisas en el siglo XI»

Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador , la figura atemporal y legendaria, que a pesar de los siglos transcurridos, cabalga erguido, a lomos de Babieca, sobre el pedestal de nuestra historia. Aquel caballero que en buena hora ciñó espada y que por pocos años, fue señor de Valencia, es hoy nuestro protagonista. Lo llamaron Campidoctus, el sabio de las batallas, el Campeador. Hizo falta un destino encrespado y amargo. El destino del héroe vejado y desdeñado, el destino del “Dios que buen vasallo si oviese buen señor”, para que ese mito español e inmortal, mostrara al mundo, que estaba tocado por ese “quid divinum” del que habló Horacio. Fue tal el eco de sus hazañas, tal su aureola de héroe invicto en mil batallas, que el Cid ha continuado cabalgando, atronando con los cascos de Babieca, el pavimento pétreo de las brumas de la historia, incluso allí dónde las gestas, no se avienen al dato cierto.

Y sin embargo Rodrigo Díaz de Vivar tuvo sus coordenadas históricas precisas en el siglo XI. El siglo del que Menéndez Pidal dijera que había sido “el siglo de las extremas crisis” en el mundo musulmán y en el cristiano. Como nos cuenta Ibn Jaldún a finales del siglo XIII, durante siglos, desde la conquista del reino visigodo, “los musulmanes sometieron a todos los países que contorneaban este mar (el Mediterráneo) y gracias al poder de sus escuadras pusieron a los cristianos en la imposibilidad de resistirles”. Esa sería, la tónica dominante en el Mediterráneo occidental, hasta mediados del siglo XIII. Solo los enfrentamientos civiles entre las dinastías Omeyas, Abbasidas y Fatimíes salvaron del colapso a la Cristiandad. Fue una época de debilidad naval extrema, para esa cristiandad heredera de Roma, que solo en el Mediterráneo oriental, en Bizancio, mantenía cierto poder naval. La impronta árabe se refleja en el léxico de los asuntos marineros: Almirante “Al-amir”, Atarazana “Dar Al-Sana”, Dársena “Dar-Sinaa”, Arsenal “Al-Sinaa” por poner tan solo algunos ejemplos. Los reinos cristianos no podían oponer nada parecido a una flota al abrumador e incontestable poderío naval árabe que descansaba en sus embarcaciones de bordas altas y velas latinas. No por casualidad, la Reconquista avanzaría siempre más profundamente por el centro peninsular que por sus costas.

Con este telón de fondo, Rodrigo Díaz de Vivar, sería desterrado de Castilla en 1081 y serviría sucesivamente a tres soberanos hudíes de la taifa de Zaragoza. Los tres, sobrevivirían gracias al talento militar del Campeador. Cristianos o musulmanes, por separado, mezclados o coaligados, no pudieron con el Cid. Las batallas de Almenar y Morella están ahí, para certificarlo. Y con este rumor de continuos enfrentamientos bélicos, en el “limes” hispano-musulmán, el 6 de mayo de 1085, el rey de León, Alfonso VI desfilaba triunfalmente por las calles de Toledo, la antigua capital visigoda. El siguiente paso era alcanzar, desde allí, una salida franca al mar Mediterráneo y esa salida tenía un nombre, la antigua base naval de la flota visigoda en tiempos de Sisebuto : Valencia.

Si Alfonso VI conseguía Valencia, reconstruir el reino visigodo de Toledo, parecía al alcance de la mano y tras su estandarte avanzaría la cristiandad entera. El “Dios lo quiere” de Clermont y el papa Urbano II que marcaría la primera cruzada en 1090, no quedan muy lejos de aquel día de Mayo en el que el rey de Castilla entró en Toledo.

Pero la noticia también llegó al Magreb, donde los almorávides habían conseguido instaurar un imperio de dimensiones impresionantes. Si la España cristiana ponía pie en pared europea, la España musulmana hacía lo mismo en la africana. Conviene recordar aquí que nuestra primera línea de defensa no ha estado nunca en la costa sino en la mar y que sin flota, la suerte ha estado siempre echada. En 1086 Yusuf Ibn Tashin establecía una cabeza de puente en Algeciras y desembarcaba el grueso de su ejército. Se enfrentaría al ejército cristiano en la conocida como batalla de Sagrajas o Zalaca, el 23 de octubre de 1086 para aplastarlo. Alfonso VI tuvo que huir para salvar la vida. Afortunadamente, los almorávides volvieron a África sin explotar el éxito. La estrepitosa derrota, propició el acercamiento entre el rey Alfonso y el Cid, que volvería a la corte castellana en 1.087.

Poco después, un Alfonso VI recuperado, apretaba las clavijas tributarias a la taifa de Sevilla, que volvió a pedir ayuda a las tropas almorávides. Un nuevo desembarco tuvo lugar en 1088. Y una nueva derrota cristiana, en Aledo, dónde el viejo tambor del encono y los recelos entre taifas tuvo también un papel estelar, impidiendo explotar el éxito para desesperación del emir almorávide que abandonaría asqueado la península.

En otro orden de cosas, al no acudir Rodrigo a tiempo, la incompatibilidad mutua entre el rey y el Cid, volvería por sus fueros.

Es en 1090, cuando por tercera vez, desembarcará el ejército almorávide en Algeciras, esta vez sin invitación. Su objetivo: reunificar Al-Andalus . Casi todos los reyes de taifas son ejecutados y los más afortunados, deportados a África. El emir almorávide llega a sitiar Toledo en 1090 y hasta el rey aragonés acude en ayuda de Alfonso VI, ante tan crítica situación. Únicamente la retirada almorávide evita la hecatombe final.

A mediados de ese mismo año, el Cid, navegando en el seno de una compleja maraña de lealtades y fronteras difusas, móviles, sin ley, unas veces a todo trapo mediante razzias despiadadas y otras amainando velas al establecer acuerdos de vasallaje, consigue afianzar su dominio en un amplio territorio en torno a Valencia, dónde casi todos los castillos y reyes de taifas, le pagan tributo. Una coalición entre Al-Mundir , rey de Lérida y Berenguer Ramón II, conde de Barcelona sufre una humillante derrota a manos del Campeador, en el pinar de Tévar, cerca de Morella, dónde son apresados. Nunca más se atrevería el conde catalán, con el Campidoctus.

En 1092 se produce una sublevación en Valencia y el rey Al-Qadir, títere del Campeador en nombre de Alfonso VI, es ejecutado. El nuevo poder de la ciudad pide ayuda a los almorávides que envían una pequeña fuerza a ocuparla. En consecuencia, el rey castellano atacó la ciudad que ya había sido sitiada infructuosamente por su padre Fernando I, en 1065. Valencia era la llave del Mediterráneo y de muchas cosas más. Alfonso VI ante la necesidad imperiosa de unas fuerzas navales de las que no disponía , recurrió a las escuadras de Pisa y de Génova , para bloquearla por mar. Cuentan las crónicas que el retraso de la flota genovesa en aprovisionar a sus tropas junto con algún otro contratiempo, lo obligaron a levantar el sitio.

Era el momento que la historia había reservado al Campeador . Llegó a Valencia, fue tomando los arrabales, mandó quemar todos los barcos que había fondeados en el río, el cordón umbilical que unía la ciudad con la fuente de recursos infinita que es la mar. Paulatinamente estrechó el cerco hasta que el hambre comenzó a hacer estragos en una población abrumada de fatigas y penalidades, mientras el pánico subía, como una marea imparable en el interior de la ciudad. El desenlace era inevitable, Valencia se rindió en Junio de 1094. El Cid campeador había culminado una hazaña en la que varios reyes habían fracasado antes. Valencia será ahora: Valencia del Cid, una isla cristiana en un mar musulmán.

No hay tregua. Ese mismo otoño de 1094 aparece en Quarte al oeste de Valencia un fuerte ejército almorávide. El asedio se cernía nuevamente sobre las castigadas murallas valencianas, pero ésta vez la defensa la lideraba el Campidoctus . El 21 de octubre de 1094, una pequeña fuerza de caballería sale de Valencia, antes del amanecer, dirigiéndose hacia el ejército almorávide. Cuando la caballería almorávide la avista, sale en su persecución y se aleja del campamento almorávide, en pos del señuelo. Justo en ese preciso instante, el Campeador que había salido de Valencia al amparo de la noche, realiza su movimiento envolvente contra el campamento almorávide, ahora desprotegido. Los musulmanes creen que les ataca el ejército de refuerzo de Alfonso VI y la desbandada es total. El Campeador se cubre de gloria. Su leyenda de guerrero indómito e invencible, no cesa de crecer. Sabe conjugar magistralmente el respeto por el enemigo con una firmeza implacable si la coyuntura lo lleva a enfrentarse a él. No en vano, convivió muy estrechamente con ellos, durante años, en el sinuoso entramado de los reinos de taifas. Y lo hizo siempre abierto al aprendizaje de los conocimientos del otro, forjándose así en el hondón de su alma, una visión profundamente mozárabe del mundo, en la que quizás radicase el secreto de su éxito militar.

Pero los almorávides no cejaban. En el año 1.096, Pedro I de Aragón acude en ayuda del Cid. Tras abastecer Peña Cadiella en el sur, a la vuelta, el ejército almorávide los esperaba en la playa de Bairén en la actual Gandía. Corría el año de 1097. La historia roderici la cuenta así: “ En aquel lugar había un monte de casi cuarenta estadios de longitud en el que estaba el campamento de los sarracenos. Por la otra parte, se extendía el mar con gran cantidad de navíos almorávides y de musulmanes de Al-Andalus desde los que atacaban a los cristianos con flechas y arcos. Desde el monte los hostilizaban con otras armas. Ante eso los cristianos se atemorizaron, cundiendo el pánico entre ellos”. La falta de apoyo naval parecía abocar al ejercito cristiano, acorralado entre el castillo y la mar, a un funesto resultado. Y así hubiese sucedido de no estar allí el Campidoctus. Sus hombres estaban dispuestos a morir por él porque él demostraba en cada combate que estaba dispuesto a morir por ellos. Por eso, cuando Rodrigo ordenó cargar, la batalla rugió fieramente en la playa de Bairén y la caballería española como un solo hombre, castellanos y aragoneses juntos, cargó contra los almorávides, cuyas filas se quebraron estrepitosamente para dar paso a la desbandada total. La jornada estaba salvada y Valencia por el momento también.

Poco después los almorávides aplastarían nuevamente a las tropas cristianas en la batalla de Consuegra en 1098 . El hijo del Cid, Diego, cayó allí y el rey Alfonso VI , escapó de puro milagro. Era el rey, pero evidentemente no era el Cid. Aquella desgracia se abatió sobre el Campeador como el feroz viento del invierno. Fue un golpe durísimo que lo llevaría muy pronto a la tumba. El 9 de junio de 1.099 en su Valencia. El hijo del rey Alfonso, Sancho, tendría un destino muy parecido al del hijo del Campeador, muriendo en la batalla de Uclés en 1108.

Jimena, la esposa del Cid, se haría cargo del señorío valenciano. A finales de agosto del 1.101, nuevas huestes almorávides se presentaron ante Valencia y la sometieron a asedio. La única alternativa que le quedaba a Jimena es llamar en su ayuda al rey. Alfonso VI llegó en abril de 1.102, consiguiendo romper el asedio y recoger a Jimena, abandonando Valencia a las llamas.

A caballo entre los siglos XI y XII, el poderío naval árabe permitiría a los almorávides contraatacar y recuperar, desde Lisboa hasta Coimbra, así como todo el levante y gran parte de lo reconquistado por Alfonso VI, en Castilla. Toledo quedaría como un entrante en territorio musulmán, precisamente por hallarse lejos de la costa. Durante más de un siglo, el balance de fuerzas en la mar mantendría las cosas así. Solo a principios del siglo XIII, Fernando III podría disponer de una flota procedente del Cantábrico, capaz de adelantar la frontera marítima y forzar la rendición de Sevilla en 1248, reteniéndola definitivamente. Citando a Ibn Jaldún: “Los cristianos volvieron entonces a sus antiguas costumbres, hechos a la vida del mar, trabajando con gran constancia y estudiando cuanto se refería a la navegación, vencieron a las escuadras de los musulmanes en todos los encuentros “ Pero esa es ya otra historia, una historia que llegó demasiado tarde para Valencia del Cid. Un imposible sin una flota.

Juan José Esteban Garrido es Teniente de Navío (RV), ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y miembro de la Asociación Valenciana de Historia Militar

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