Joaquín Guzmán - Crítica

Éxito en un «Nabucco» con un Va pensiero por partida doble

«Pirozzi, Domingo y el Cor de la Generalitat se llevaron las mejores ovaciones en un espectáculo musicalmente notable y con una escena de corte clásico, para el que no quedaban entradas desde hace meses»

Llegaba este Nabucco a València con demasiado ruido ajeno a lo musical, y si me permiten, no voy a entrar en un asunto, ya muy manoseado, y del que muchas personas mucho más cualificadas que yo ya han dado su opinión. Lo que sí es cierto es que, por unas cosas y otras, estas funciones verdianas han suscitado un gran interés entre los aficionados y los curiosos, colgándose el cartel de «no hay billetes» en todas las representaciones.

No se puede hablar de decepción, pero no ha sido tampoco un Nabucco de campanillas. Podemos decir sin equivocarnos, que en el terreno puramente musical, las dos notas de excepción las dan la soprano italiana Anna Pirozzi y el Cor de la Generalitat. Si empezamos por lo mejor de la noche hay que señalar que Anna Pirozzi se lleva el gato al agua con una gran Abigaille. No puede decirse que sea todo perfecto y la «culpa» hay que atribuírsela al propio autor que creó una partitura para este rol verdaderamente diabólica.

Pirozzi hace mucho más que defender su temible papel vocal pero es inevitable que algún instante siempre se atragante, especialmente en la zona baja. La gran soprano ya había cantado Abigaille en 2015 y no creo adivinar grandes diferencias entre ambas comparecencias. Tiene una voz muy amplia, una fuerza de la naturaleza , sobretodo en la tesitura más aguda. Lo verdaderamente complicado de esta partitura se lleva a cabo agilidades en un contexto dramático y con un instrumento de estas carácterísticas menos dúctil. Es lo que se llama en términos operísticos «agilitá di forza». Excelente en sus tres arias especialmente en «Salgo giá del trono aurato». Fue, con justicia la más vitoreada de la noche.

Imagen de la representación de «Nabucco» en Les Arts MIKEL PONCE

No voy a repetir calificativos sobre las carácterísticas que reúne el Domingo en roles escritos para barítono de los últimos años para no aburrir. De Domingo hay que hay que hablar por lo que se escucha en cada una de las funciones a las que uno tiene, por ahora, la suerte de asistir, más allá de que se trate sea un señor octogenario. Nunca he profesado fanatismos irracionales por el tenor madrileño ni por ningún cantante, pero reconozco que desde la primera vez que asistí a una representación en la que intervenía Domingo, y ya van unas cuantas, siempre hay más de un momento a lo largo y ancho de la función que me toca la fibra, y eso es algo que lo consiguen pocos y pocas cantantes .

Por ejemplo en este caso en el Dio di Giuda! Domingo canta desde el suelo, tumbado, y su todavía bellísimo timbre se proyecta mágicamente como un rayo suspendido en un fraseo antológico. Pienso que más allá de su aura, Domingo sigue emocionando a una buena parte del público por lo que hace, más allá de cuestiones técnicas, por lo que, al menos por ahora, Domingo si disfruta sobre las tablas es absurdo que se plantee la retirada , al menos a corto plazo. En cuanto a su presencia escénica, la grandeza y el poder de captar todas las miradas lo llevará consigo siempre que este quiera y hasta su última función. En este caso, Domingo logra que desde el minuto uno que estemos ante Nabuconodosor.

El Zaccaria de Zanellato se queda a medio camino. No porque decepcione su canto, puesto que su fraseo e incluso su timbre es adecuado, pero su voz no acaba de llegar para un papel de esa envergadura y es una voz con poco peso para este rol. Pasa algo parecido con el tenor Arturo Chacón-Cruz. Una voz sin demasiada entidad, sin ser pequeña, pero un canto que no emociona , que no dice demasiado aun con ciertas condiciones como unos más que suficientes agudos. Sin decepcionar del todo, pasa un tanto desapercibido a lo largo y ancho de la representación.

Fantástico Dongho Kim en el papel de Gran Sacerdote echándose de menos, en esta ocasión al menos, que Verdi no le diera una mayor presencia: una voz homogénea y de gran belleza . Finalmente Alisa Kolosova, otra agradable sorpresa, es una excelente Fenena. Da la impresión de que tiene todo el material para hacer una brillante carrera pero que todavía tiene que aprender mil y un vericuetos del belcanto. Posee medios sobrados, logrando epatar con la misma Pirozzi en cuanto a volumen, posee un timbre muy bonito pero se le vieron carencias en el canto puro y duro. Es joven y mejorará.

Imagen del exterior del Palau de Les Arts antes del estreno de «Nabucco» ROBER SOLSONA

El director alcoyano Jordi Bernàcer lleva a cabo una dirección nerviosa, dramática pero también precisa y un tanto decibélica , no obstante en ningún caso llegó a tapar a los cantantes de medios más limitados. Llevó a la orquesta con pulso especialmente firme lo que hizo que la formación sonara como una abrumadora maquina de precisión. El maestro mostró sus mejores cualidades en los momentos más delicados es decir en los concertantes con coro.

Si he de poner un pero, creo que durante el Va pensiero debió controlar más las dinámicas apianar más a la orquesta porque sin tapar al coro, sí que escuchó esta a un volúmen equiparable al coro. De hecho en la repetición al final de la función sonó a gloria el coro a capella durante bastantes compases hasta que de nuevo irrumpe y se une la orquesta. La partitura obviamente contiene a la orquesta pero creo que aquí el protagonista debe ser el coro, que por cierto estuvo extraordinario a lo largo y ancho de la función, recibiendo una de las grandes ovaciones de la velada.

La producción y escena del norteamericano Thaddeus Strassberger es de corte clásico en cuanto a vestuario y escenografía con unos decorados en trampantojo «a la manera antigua» representando Jerusalén y los templos babilónicos. La idea era precisamente recrear una escena del siglo XIX con los medios pictóricos y de carpintería pura y dura que por entonces se empleaban. La idea motor de la representación es la de recrear la ilusión de que quienes están ante nosotros no es Nabuconodosor y compañía sino unos cantantes de ópera que en el siglo XIX, posiblemente en la fecha del estreno de la ópera, llevan a cabo la representación de la ópera.

Para ello recrea parcialmente un teatro dentro del teatro con palcos y público vestido a la moda de mediados del siglo XIX. Finalizada la función «oficial» la escena continúa y los cantantes se dirigen con desaprobación hacia los citados palcos laterales de ese teatro puesto que encarnan a la nobleza austriaca, país ocupante por entonces, lo que da lugar a que de forma «improvisada», aunque en realidad no es así, se cante de nuevo el Va pensiero finalizando con la exhibición de banderas italianas . La idea es aceptable pero los parones demasiado largos entre actos no ayudan y más con una dirección musical tan intensa, produciéndose una pausa «dramática» que rompe con la fluidez que en la dramaturgia musical es imprescindible.

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