Ferran Garrido - Una pica en Fralndes

Esas pequeñas cosas de la fase 3

«Desde que empecé a respirar la fase 1, me he dado cuenta de lo mucho que valen esos pequeños detalles que nos hacen vivir y ser mejores personas»

Última hora del coronavirus y de la fase 3 de la desescalada en la Comunidad Valenciana

Playa de la Malvarrosa en Valencia este domingo EFE

He decidido reconciliarme con la vida. Y eso que a lo largo de estos meses he pasado por todo tipo de estados de ánimo. Incluso los más obscuros. Los más hondos, esos en los que llegas a creer que no vas a encontrar la salida. Pero, después de todo, después de llegar a creer que había perdido la fe en el género humano, he decidido reconciliarme con la vida.

Cuando todo esto empezó, cuando vi que la pandemia se iba a llevar por delante un montón de cosas, decidí no hablar mucho de política, pero no me lo han puesto fácil porque, mientras librábamos una lucha a muerte contra el virus, algunos nos sumieron en los vapores del Apocalipsis y otros les acompañaron en esa danza macabra de la confusión, la mentira y el camuflaje para mimetizarse con una mediocridad casposa propia de los momentos más obscuros de nuestra historia. Una pena, porque casi nos llevan al fondo de un pozo intelectual difícil de escalar. Pero no, va a ser que no. Vale la pena vivir y seguir adelante, juntos y libres, en este mundo desquiciado que, a fin de cuentas, es el nuestro.

La pandemia no ha terminado . No nos volvamos locos. Pero hay que vivir para descubrir, tal vez redescubrir, que son las pequeñas cosas las que nos devuelven la vida. Con los aires de libertad de la fase 3, en realidad desde que empecé a respirar la fase 1, me he dado cuenta de lo mucho que valen esos pequeños detalles que nos hacen vivir y ser mejores personas. Estuve a punto de creer que me gustaba más el mundo sin gente..., pero no. No es verdad. Tal vez alguien nos quiso llevar a creer que esa distopía era la realidad y no es así.

Estos meses de confinamiento me han ayudado a conocerme un poco más para verme proyectado en la necesidad de poner en un lugar preferente de mi vida el gran valor de los pequeños detalles. Cada uno de los suyos, que no les voy a pintar estas líneas del color de mi pastel. Solo les invito a levantar la vista y a mirar otra vez más allá de nuestras propias narices. Mirar en el horizonte y recordar que los sentimientos no están reñidos con la razón. Que una simple mirada es impagable. Que una caricia no tiene precio, que un abrazo nos da la vida y que no hay que ahorrarse la dulce expresión de un “te quiero” por nada del mundo, no vaya a ser que a base de blindar el corazón se nos muera entre el corrosivo gel desinfectante de la ira, el odio y el enfado.

Playa de la Malvarrosa en Valencia este domingo EFE

La vida hay que vivirla y, en estos tiempos de dificultad, hemos de vivirla en esas pequeñas cosas que nos hacen felices y que hacen felices a los que nos rodean. En esos pequeños detalles está la esencia de la felicidad.

No les cuento nada nuevo. Lo sabemos todos, solo que ahora hemos aprendido a valorar ese precio que no tienen cosas a las que ya no hacíamos caso y que ahora, después de tres meses a puerta cerrada, con el peso de los 40.000 muertos , cobran otra dimensión para llevarnos de la mano a las grandes cosas que viven en nuestro interior como son la libertad, la solidaridad, la igualdad, la justicia social y los grandes conceptos que mueven el mundo. No vamos a dejar que nada ni nadie nos los arrebate. Pero he decidido luchar por ellos desde las pequeñas cosas que hacen latir el corazón para seguir adelante con la vida.

He aprendido a valorar que vivir no es más que confesar nuestra debilidad para poder crecer hacia aquella olvidada inocencia de las cosas sencillas a la que nos conduce la sinceridad de lo auténtico.

Creo que la mentira y la simulación empiezan a sobrar en este mundo que vuelve a la normalidad, o a algo parecido, para que podamos avanzar hacia un mundo mejor. Ojalá nos haya servido de algo la experiencia.

Estos días de silencio, durante el aislamiento, me dio por leerme hasta los prospectos de las aspirinas. En una de esas tardes de libros y lecturas descubrí que hay un gusanito que para sobrevivir se camufla, se mimetiza, y toma la forma del excremento de un pájaro para que las aves no se lo coman. Y me hizo pensar en lo triste de la situación. Es cierto que hay que sobrevivir, pero valga como aviso a navegantes, farsantes y mentirosos, para vivir como una mierda tal vez no valga la pena el engaño.

En fin, entre tanta estupidez como nos rodea, pese a todo y a pesar de algunos que viven en lo más obscuro del mercadeo de sus obscuras intenciones, he decidido reconciliarme con la vida porque al final es cierto que solo existe lo cierto y lo demás son malos cuentos.

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