Los hoteleros de Benidorm prepararon minuciosamente su reapertura en la desescalada para blindar sus instalaciones y a su personal frente al más mínimo riesgo de contagio del coronavirus , porque saben bien que de la tranquilidad de sus clientes depende su negocio. Ahora, la cuarentena impuesta a los británicos -para algunos establecimientos, su mercado casi exclusivo- a su regreso a casa los ha sumido en la decepción.
De poco les sirve contra esta medida que en la recepción se atienda con pantalla protectora , que los camareros lleven mascarilla y guantes para servir las bandejas de aperitivos en las terrazas. O que los propios turistas procedentes del Reino Unido confiesen que se sienten incluso más seguros aquí que en su país . Y, por supuesto, la «desinfección permanente» que se comprometen a mantener, tal como describió el presidente de Hosbec, Toni Mayor .
Tampoco parece tener valor que para disfrutar de la playa haya que pedir hora y esperar incluso un día, según el testimonio de una jubilada de la ONCE asidua, que no reconoce a Benidorm con tanta tranquilidad, forzada por la distancia social preventiva por el Covid-19.
Porque la «factura» que va a pasar esta restricción para el tránsito de visitantes de un mercado que representa el 40% del total para Benidorm puede ascender a 200 millones de euros perdidos y 300.000 cancelaciones en plena temporada alta, cuando la población del destino más importante de la Costa Blanca se dispara y múltiplica hasta alcanzar el medio millón de habitantes.
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