El Sónar despide su edición más problemática con 105.000 asistentes

El público nacional y local ha reducido su asistencia por los cambios de fechas y los problemas de última hora

El festival Sónar 2019 ha contado con artistas como Bad Bunny o Paul Kalkbrenner AFP

D. Morán / M. Vera

El festival Sónar 2019 ha cerrado su primer recuento de público con 105.000 asistentes . El cambio de fechas y los problemas de última hora con la empresa que debía montar las instalaciones del evento han lastrado sus cifras de participación, especialmente entre el público local. En su anterior edición, esta gran cita de la música electrónica que acoge cada año la capital catalana logró congregar a 126.000 asistentes. Con todo, la organización se da por satisfecha con unas cifras que, según han dicho, podrían haber sido peores.

Pendientes de la asistencia esta noche -cuando tocarán varios cabezas de cartel de la presente edición, como Bad Bunny o Paul Kalkbrenner- se prevé una caída de más del 10% de visitantes en comparación a años anteriores. Las cifras, ha insistido el codirector del evento, Ricard Robles, han sido razonables, aunque la noche, con 59.000 asistentes, se ha llevado la peor parte. «Ha sido una edición especial pero acabamos fortalecidos», añadió durante la rueda de prensa de balance de la edición.

Críticas a las administraciones

Los responsables del evento se han mostrado dolidos con las administraciones, especialmente la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, por su escaso compromiso a la hora de respaldar el evento cuando su celebración estaba en el aire. «De cómo se preveía hace dos semana a cómo se ha cerrado podemos estar todos satisfechos», destacó Robles al resumir una cita que ha tenido que afrontar un cambio de fechas forzado por Fira de Barcelona y la huelga de montadores que a punto estuvo de hacer saltar por los aires el arranque del festival.

«El problema no es la huelga, es la gestión de esta huelga. Los primeros en dar su respaldo a las reivindicaciones en público y en privado ha sido el festival. Queda pendiente saber porqué esto se cronometró para que pasara en este momento y porqué quien podía no apretó el boton para evitarlo. Aquí ha sufrido todo el mundo . La carencia de gestión ha sido el problema», resumió Robles. Paralelamente, los responsables del evento destacaron el éxito de la versión «profesional» del festival (El Sónar+D), así como el nivel artísitico de los participantes, entre quienes destacaron las actuaciones comprometidas con el papel de la mujer o la comunidad «queer».

Stormzy, rey del Sónar

No sabemos lo que hubiese ocurrido con las cifras si finalmente A$AP Rocky, preso desde hace un par de semanas en un cárcel sueca por participar en una pelea, hubiese podido actuar en Sónar, pero si algo bueno trajo su baja (es un decir) fue el fichaje de última hora de Stormzy, repero británico que estrenó el viernes las noches del festival con una furiosa descarga de grime anguloso y versos escupidos a velocidad supersónica. Llegaba el de Croydon de haberse coronado como uno de los grandes triunfadores de Glastonbury, donde aplicó a conciencia su rodillo de ritmos urbanos para meterse a público en el bolsillo, y la misma energía desplegó en su arrollador regreso a Barcelona.

Stormzy, durante su actuación Efe

Como Dizzee Rascal en sus mejores tiempos, Stormzy mastica calle y ritmos urbanos y los devuelve transformados en una atlética y musculosa bola de mala uva, dientes apretados y tendones macerados en adamantium. Acompañado únicamente por un DJ que disparaba bases desde el ordenador y con unos visuales de altura que lo mismo denunciaban la discriminación a la que siguen sometidos los afroamericanos que deslizaban imágenes del Big Ben o, se supone, de su pandilla, al rapero británico le bastó con salir disparado al escenario como propulsado por la energía atómica con «First Thing First» y empezar a disparar, una detrás de otra, la metralla de «Mr. Skeng», «Cigarettes & Crush», «Crown» o su versión del «Shape Of You» de Ed Sheeran, para salir a hombros del SonarClub. Así, en apenas una hora, Michael Ebenazer Kwadjo Omari Owuo Jr., pasó de héroe de Glastonbury a implacable rodillo el Sónar.

A su lado, lo de Underworld, viejas glorias del techno de los noventa, sonó a baile de segunda mano y, por momentos, a reliquia de tienda de antigüedades. El bombo estaba su sitio, igual que los espasmos a un paso del trance del ya sesentón Karl Hyde y los fogonazos ácidos que trazaban los láseres sobre el escenario, pero el sonido llegaba grumoso y a ratos hasta sin pegada. En cierto modo, era una sensación parecida a la de ver la segunda parte de «Trainspotting» sin llegar a saber si el problema era que ellos se han hecho mayores o lo hemos hecho nosotros.

Mientras los autores de «Born Slippy» se encomendaban al pasado con los ojos cerrados, en el otro extremo del recinto el rapero californiano Vince Staples hacía picadillo cualquier convención con una arrolladora y vivaz exhibición de ritmo y dinamismo. En escena, ni discjockey ni raperos de apoyo: sólo él y su voz, brincando de un lado a otro del escenario y entrando y saliendo de ese programa de televisión imaginario desde el que sirvió hits retorcidos y oscuros como«FUN!», «Big Fish» o «Yeah Right». Antes de eso, los franceses Acid Arab Live habían jugado a airear las influencias orientales y el británico Murlo tanteó en directo las posibilidades de conectar anime y electrónica, pero ya había quedado claro que todas las alegrías que le esperan al Sónar llegarán por la vía de las músicas negras.

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