Jaume Plensa acaricia el cielo desde Monsterrat

Acaba de conquistar el Rockefeller Center, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad de Nueva York, y su exposición en el Macba ha sido una de las más visitadas de la temporada, pero a Jaume Plensa aún le faltaba algo. Sus esculturas no han hecho más que ganar presencia en Madrid y Barcelona en los últimos meses y su obra se ha revalorizado de puertas hacia dentro después de una época de frenética actividad exterior, sí, pero el artista catalán aún no había conseguido acariciar el cielo.

O, por lo menos, no había conseguido hacerlo desde Montserrat, montaña a la que ayer ascendió una vez más para presentar a «Anna», una escultura de gran formato realizada con hilo de acero inoxidable que puede verse y, por recomendación del propio Plensa, también acariciar,en en el atrio de la Basílica de Santa María. «Es una pieza totalmente transparente, que obliga a cierta percepción visual, a buscar las formas de la cara y la cabeza de una pequeña con los ojos cerrados, que pide una visión interior, aunque toda la pieza esté abrazada por el exterior», detalló ayer el artista.

La obra, añadió, representa «lo importante que es todo lo invisible en nuestra vida, aunque el cuerpo sea muy material, pero lo que hace que nos movamos, lo que nos angustia, lo que nos alegra, el amor, o el odio, es todo invisible».

«Anna», con sus tres metros de altura y su belleza «muy mediterránea, que combina muy bien con la forma de los arcos, en un espacio que todavía es mezcla de lo más humano y lo más sagrado», es la culminación de un proyecto que empezó a cobrar forma en 2015, cuando el escultor barcelonés expuso en la basílica veneciana de San Giorgio Maggiore y el director del museo de Montserrat, el padre Laplana, pensó que quizá podría crear una instalación parecida para la iglesia catalana.