Sergi Doria - Un libro para Manuel Valls

La ciudad bilingüe de Terenci

«Desde los años ochenta, cuando la heroína mataba en cada esquina, no se conocía tal degradación del Raval, el barrio que vio nacer a Manuel Vázquez Montalbán, Maruja Torres o Terenci Moix»

Barrio del Raval de Barcelona ABC
Sergi Doria

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Desde los años ochenta, cuando la heroína mataba en cada esquina, no se conocía tal degradación del Raval, el barrio que vio nacer a Manuel Vázquez Montalbán, Maruja Torres o Terenci Moix. Manuel Valls, que ya denunció la inoperancia de Colau y sus comunes, debería superar el buenismo que arriesga la seguridad y potenciar la capitalidad hispanoamericana de Barcelona, despreciada por la izquierda nacionalista.

El peso de la paja, memorias que Terenci Moix comenzó a publicar en 1990 con El cine de los sábados, nos permite recorrer el barrio en que nació el escritor. Justamente en la Granja Gavá, número 32 de la calle Joaquín Costa -antes Poniente- y que ahora ostenta el significativo rótulo de Granja Beirut.

El 5 de enero del 42, mientras veía Luz de gas en el cine Hora, su madre rompió aguas. A duras penas salió del cine y llegó a punto de dar a luz a la granja familiar que Terenci evoca así en sus memorias: «Como todas las tiendas de la ciudad antigua, la granja estaba formada por dos plantas. En la primera se encontraba la tienda con el mostrador repleto de golosinas y varias mesas de mármol siempre dispuestas para desayunos y meriendas. Pero había un detalle que me hacía pensar en las casitas de los gnomos: el balconcito que asomaba desde el piso superior, destinado a dormitorios y otros reductos de la intimidad familiar…».

El padre de Terenci distribuía su tiempo entre alguna «casa de barrets» y los bares La Parra y el Almirall, dos establecimientos que han resistido a las modas y la Ley de Arrendamientos Urbanos. Al referirse a su padre, apunta el escritor: «No era la suya una costumbre que difiriese de las propias de aquel barrio donde todo el mundo se conocía, donde nacimientos y noviazgos y matrimonios se habían producido paralelamente y acaso de común acuerdo. El bar era entonces el punto de encuentro, el que representaba una suerte de reducción del espíritu de las antiguas ágoras a escala doméstica».

Además de recobrar los microclimas del Raval, leer las memorias de Terenci es vindicar una tradición cultural bilingüe que explica la pujanza editorial barcelonesa desde hace siglos. Leer a Terenci es revivir la ciudad de los «novísimos», de Gil de Biedma, de Serrat, Pomés o Miserachs, del boom latinoamericano… Lo dicho, señor Valls: es urgente recuperar el Raval y relanzar la capital española de la edición.

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