Sergi Doria - SPECATOR IN BARCINO

Los ultras de Puigdemont

Al hablar de nacionalpopulismo pensamos en la Liga Norte, los ultras flamencos, el lepenismo galo, Trump, Orban, o Podemos y Vox; a los que deberíamos añadir la sectaria CUP y Junts

Puigdemont, durante su intevención en el congreso de Junts en Argelès (Francia) EFE

Xavier Mas de Xaxás conversa en el Círculo del Liceo con Artem Vorobyov, cónsul de Ucrania en Barcelona. De los cien días de guerra por la invasión de Putin, el periodista ha pasado un tercio en tierras ucranianas como enviado especial de ‘La Vanguardia’.

«A Putin hay que derrotarlo en el campo de batalla antes de negociar», aconseja. Mas de Xaxàs llama la atención sobre las formaciones políticas nacionalpopulistas que coquetearon con el régimen criminal ruso, aunque ahora pretendan disimular esa complicidad: «El nacionalismo alienta el antiliberalismo, ataca la tolerancia, los derechos individuales y el Estado de derecho, todo lo que nos permite vivir en paz y todo lo que Putin pretende destruir», alertaba en su crónica ‘Los demócratas lucharán hasta el final’.

Al hablar de nacionalpopulismo pensamos en la Liga Norte italiana, los ultras flamencos, el lepenismo galo, Trump, Orban, o los dos extremos del espectro español (Podemos y Vox); a los que deberíamos añadir la sectaria CUP y Junts, «el partido de Puigdemont»: así lo presenta su sucesora, la imputada Laura Borràs.

Cada una con sus matices, esas formaciones responden a los planes de Putin: fomentar pequeños nacionalismos para socavar unidades nacionales y minar la unidad europea; desprestigiar el parlamentarismo liberal; dinamitar el garantismo de los derechos individuales para supeditarlo a una colectividad dirigida por líderes mesiánicos y oligarcas que los sostienen; modelar bajo un lenguaje pretendidamente «progresista» una sociedad retrógrada cuya dogma es la identidad excluyente y la demagogia sobre los excesos de la globalización. Junts reúne esos tóxicos ingredientes para merecer el marbete nacionalpopulista, extrema derecha, o los ultras de Puigdemont.

Podrida por la corrupción, Convergència comenzó una metamorfosis que culmina en Junts y el búnker del Consejo para la República. El camino aparece empedrado de ‘relaciones peligrosas’. El 17 de enero de 2014 el presidente Artur Mas recibe a escondidas en la Generalitat a Roberto Maroni, su homólogo de Lombardía y cabecilla de la Liga Norte que impulsa la secesión de la Padania. A pesar de los esfuerzos de Duran Lleida para diferenciar CiU de la Liga y Cataluña de Padania, Maroni encarna el supremacismo xenófobo: su jefe, Mateo Salvini, congenia con Marine Le Pen cuyo partido (lo denunció Macron) financia la banca pública rusa. Cuando la invasión de Ucrania, la lideresa eliminó sus fotos con Putin en admirativa actitud.

La degeneración de Convergència hasta acabar en la caterva nacionalpopulista se acentuará con las derivas radicales de Puigdemont y Torra, hagiógrafo de la ratafía y los hermanos Badia.

La cacareada república catalana podría haber acabado en una república popular mafiosa al servicio de los oligarcas de Putin. Secretario de relaciones internacionales de Convergència desde 2011 y presidente de Catmón, Víctor Terradellas sostenía que la Cataluña independiente contara con protección militar de otro país (los diez mil soldados rusos). Hombre de confianza de Puigdemont ha confirmado ante el juez sus reuniones –días previos a la DUI del 27 de octubre de 2017– con supuestos emisarios del Kremlin. En aquellos contactos se planteó una criptomoneda –ahí estuvo Elsa Artadi–, financiación y una videollamada entre Puigdemont y Putin.

El criminal de guerra pretextó la desnazificación de Ucrania y el «genocidio» en las regiones prorusas para justificar su invasión carnicera. Los ultras de Junts utilizan la misma jerga «antifascista» de la extrema izquierda contra la monarquía parlamentaria y el Estado de derecho.

En el pasado cónclave de Argelès, pornográfica banalización del exilio republicano, la victimizada y reducida asistencia escuchó a Puigdemont argumentos tan elaborados como que el Estado Español condena a los catalanes a «ciudadanos de segunda o de tercera». El caudillo del flequillo concluyó con un pintoresco colofón: «¡Cojones, ya está bien!»

Con la participación de un escuálido 37 por ciento de la militancia, Jordi Turull, el ‘apparatchik’ convergente que llamó «súbditos» a los catalanes no independentistas, fue el más votado (1.854) para la secretaría general; le siguió Anna Erra (1.791), la alcaldesa de Vic que diferencia «por su aspecto físico» a los «catalanes autóctonos» de los que no lo son y difundía por megafonía, cual minarete islamista, la consigna de «no desviarse del objetivo» separatista.

De tercera, Laura Borràs (1776), cada vez más cerca del banquillo. Pese a su imputación y los adversos resultados será la presidenta ungida. Aurora Madaula, con solo 900 apoyos, vicepresidenta. ¡Los del Volem Votar! Pura democracia (orgánica).

El espectáculo continuará en julio con la hoja de ruta del Fugado: confrontación sostenida, segunda vuelta del pucherazo del 1-O, desobediencia civil, ataque a los intereses económicos de España, reactivar la DUI, socializar la «represión», salir del Govern si Esquerra no cumple tan delirante guion…

Observadores benevolentes quieren ver en Junts un alma convergente (Turull-Giró) y otra radical (Puigdemont-Borràs). Aunque fuera así, no sería por moderantismo, sino para seguir viviendo del cuento y del erario.

De momento solo vemos nacionalpopulismo. Los ultras de Puigdemont.

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