Sergi Doria - Spectator in Barcino

De tsunami en tsunami

El tsunami separatista ha arrasado con todo. Hubo un golpe de estado, consultas ilegales, ataques a periodistas, banalización del exilio, el holocausto y las instituciones...

Artur Mas (en el centro de la imagen), durante un mítin de la entonces CiU, en 2006 YOLANDA CARDO

Acotación a la etiqueta “Tsunami Democràtic”. Un tsunami es siempre democrático. Democrático como la muerte, esa intrusa en la afortunada alegoría de Maeterlinck, que llama a cualquier puerta sin hacer distinciones de clase. Quien, solo o en compañía de otros, acuñó ese copyright de la sandez está diciendo “Viva la muerte”, la expresión que repugna a sus adláteres, siempre tan “cívicos-y-pacíficos”.

Hace ochenta años, la sociedad catalana fue desarbolada por otro tsunami; fue entre el 34 -con el golpe del 6 de octubre- y el 39, tras la derrota de la guerra civil. Fernando Valls Taberner, catalanista de la Lliga de Cambó, estudioso de los condados pirenaicos, los Usatges de Barcelona, el Consolat del Mar y la historia jurídica catalana denunciaba los errores de la burguesía que había creído en el catalanismo como fuerza constructiva.

El nacionalismo, escribía en La Vanguardia del 34, “degenera fácilmente, casi diría fatalmente, en extremismo y violencia; es de por sí estridente y megalómano, tiende por naturaleza a abultar diferencias, a exacerbar antagonismos y a cultivar rencores entre regiones integrantes de un mismo Estado, y envenenar los problemas internacionales, acumulando peligros y originando conflictos graves…”

Cinco años después del tsunami, aquellos dicterios se ratificaban en “La falsa ruta”, también en La Vanguardia: “Catalanismo no ha resultado lo mismo que amor a Cataluña, aunque de buena fe aparecieran a muchos, en otro tiempo, uno y otro como cosas idénticas”.

Paradoja. El catalanismo burgués había favorecido la subversión que abrió las puertas al caos. Mutado en nacionalismo, no solo disgregaba España sino a la misma Cataluña: “Una funesta separación, mejor diremos contraposición, que a veces, enconada por el odio político, llegó a parecer irreductible, entre los mismos catalanes, divididos en catalanistas y anticatalanistas, con lo que se inició ya, dentro de la misma Cataluña, una discordia profunda, que en el orden moral era un preludio de guerra civil vehemente y furibunda”. El catalanismo, añadía Valls Taberner, había sido el peor enemigo de Cataluña.

El artículo concluía con un elogio engolado al franquismo -estamos en 15 de febrero de 1939- pero la sintomatología y diagnóstico demuestran que la burguesía catalanista quiso cabalgar la revolución; el caballo se encabritó y acabó agarrada -¿en qué bando combatieron los fundadores de Òmnium?- a las riendas franquistas. Cuando volvió a “fer caixa” financió al pujolismo… Y luego se hizo independentista.

El 30 de octubre de 2006, el vidrioso “derecho a decidir” asomó en el juramento de Artur Mas -antes Arturo- en el monasterio de Ripoll ante la tumba de Wifredo el Velloso, “padre simbólico de la patria catalana”, según el nacionalismo. Como siempre, más leyenda que historiografía. La inexactitud de los hechos del Velloso, afirmó el juramentado, “no los hace menos valiosos o ciertos”. Como siempre, se imponía la máxima de “si non é vero é ben trovato”.

El mismo Mas que había dicho que el concepto de independencia lo veía “anticuado y un poco oxidado” (“Què pensa Artur Mas”, Dèria Editors, 2002); que “entre Cataluña y España existen suficientes lazos e historia compartida como para tener muy presente este bagaje común”; que el concierto vasco no le interesaba “sino conseguir los mismos resultados” quiso ser en 2012 el Simón Bolívar –o el Moisés, o el Luther King, o el Gandhi, o el Mandela- de Cataluña. “Vuestro clamor es el mío, vuestra voz es la mía y vuestros anhelos son los míos” arengó a los manifestantes de una Diada que ya no era de todos los catalanes, con la senyera sustituida por la intrusa estelada y las pancartas de “Catalunya, nou Estat d’Europa”.

El tsunami separatista ha arrasado con todo. Hubo un golpe de estado, consultas ilegales, ataques a periodistas, enfrentamiento entre catalanes, banalización del exilio, el holocausto y las instituciones, okupación de la Generalitat, destrucción empresarial, adoctrinamiento escolar, pornografía sentimental, fomento de la mentira y apología de la estupidez… Raúl Romeva, el que se creyó ministro de exteriores de la República que no existe, pidió en 2012 con Ramón Tremosa que la Comisión Europea sancionase la pisada de Pepe a Messi en un Madrid-Barça. Los partidos no independentistas, decía Forcadell en 2013, son los adversarios del pueblo catalán que ella representaba. Jordi Turull, portavoz del Govern en 2017, calificaba de “súbditos” a los catalanes que no iban a votar en el referéndum ilegal del 1-0. Las bestias taradas de Torra. O el separatismo grosero de los CDR, Pujol (Eduard), Batet (Albert), Salvadó (el de las mamelles), el gasolinero Canadell, jordis, fachines, comines y rufianes…

¿Les parece poco tsunami la calamitosa Cataluña de 2019? ¿Hasta cuándo pretenden prolongar la devastación? Si les queda un adarme de dignidad acaten las sentencias y pidan perdón. Perdón a los suyos por engañarlos tanto tiempo, perdón a la mayoría de los catalanes por quebrar la convivencia.

Y no solo los procesados: Artur Mas, el primero.

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