CRÍTICA DE CLÁSICA

Respeten a Gaudí

Gaudí, arquitecto y ferviente católico, debía de estar revolviéndose en su tumba de la cripta de la Sagrada Família mientras la Filarmónica de Viena hacía retumbar la basílica con la Cuarta de Bruckner

La Filamónica de Viena, durante su concierto en la Sagrada Familia ABC

PEP GORGORI

Gaudí, arquitecto y ferviente católico, debía de estar revolviéndose en su tumba de la cripta de la Sagrada Família mientras la Filarmónica de Viena hacía retumbar la basílica con la Cuarta sinfonía de Bruckner. Su catedral de los pobres, convertida en plató a mayor gloria de la más elitista de las orquestas del mundo. Y él, póstumamente obligado a soportar un repertorio que jamás hubiera querido escuchar dentro de ningún templo. Él, que pensó la acustica de la Sagrada Familia para sus amados cantos gregorianos, su Palestrina, su Tomás Luís de Victoria, teniendo que aguantar una sinfonía romántica y el estreno de un compositor 'cool' que afirma haber captado la esencia del templo porque pasó en Barcelona un día y medio antes de ponerse ante el papel pautado. ¡Qué paciencia!

Poco se puede decir del concierto a nivel musical, porque la acústica del templo impide cualquier intento de análisis de ese repertorio en un marco donde la reverberación se prolonga hasta 13 segundos . Sin duda, la labor de los técnicos de RTVE y el oficio de Thielemann harán que la grabación que se ponga a la venta dentro de unos años sea, con toda seguridad, excelente. Pero la realidad, en el templo, fue otra.

En su paso fugaz por la basílica, Moussa debió de entender que tenía dos opciones. La primera, crear alguna pieza aburrida, con acordes de lo más convencional, sostenidos durante bastante tiempo para evitar que la propia reverberación los tapara. La segunda, que hubiese requerido bastantes más esfuerzos, era hacerse amigo de esa acústica complicada y crear una obra que estuviese a su altura. Obviamente, escogió la primera alternativa. Tras el estreno, es comprensible que ni él ni la orquesta quisieran enseñar la partitura previamente a los críticos. Pese a su juventud y a juzgar por sus últimas composiciones, parece que Moussa hace tiempo que dijo ya todo lo que tenía que decir.

Con todo, lo peor estaba por llegar. Ni Bruckner ni Gaudí pensaron jamás que una orquesta sinfónica se plantaría en ese templo para interpretar la Cuarta. Los metales fueron un batiburrillo permanente , que dejaba las cuerdas al nivel de un murmullo disonante y molesto. A favor de Thielemann hay que decir que, sabiendo que esto no tiene arreglo posible, dirigió la orquesta pensando únicamente en la grabación, que es lo que importaba al fin y al cabo. No ahorró a los asistentes ni un decibelio, ni se preocupó por equilibrar los planos de la orquesta. De perdidos, al río. Ya lo arreglarán los técnicos de sonido.

El concierto, pues, fue una oportunidad perdida para encargar a algún compositor solvente, a poder ser nacional, una obra que podría haber quedado en la memoria del templo. También se perdió la ocasión de generar algún vínculo digno de tal nombre con la ciudad y su tejido musical. Para mucha gente, más allá de los mecenas invitados por la orquesta y otros privilegiados cuya procedencia no se ha concretado, el concierto podría haber sido una experiencia memorable. Gente pobre, como aquella de la que Gaudí quería estar tan cerca. Nada de todo esto. Solamente se sortearon -con gran publicidad, eso sí- cuatrocientas entradas del total de dos mil localidades disponibles. En definitiva, la Filarmónica de Viena solamente tuvo que pagar el alquiler del espacio y hacer lo que le vino en gana. Veni, vidi, vinci.

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