Kafka en la Barceloneta

Kafka no estuvo nunca en la Barceloneta y Barcelona debió ser un topónimo exótico cuando escrutaba los mapas. Otra cosa es que en Barcelona y la Barceloneta acontezcan situaciones kafkianas

Turistas en una de las calles principales de la Barceloneta Inés Baucells
Sergi Doria

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En su revelador documento '¿Este es Kafka?' (Acantilado) Reiner Stach aporta 99 hallazgos sobre los vasos comunicantes entre la vida y la obra del escritor checo.

Cuando Kafka escribió 'La transformación' (noviembre-diciembre de 1912) vivía con sus padres en una moderna casa del número 26 de la Niklasstrasse. Desde el cuarto piso, explica Stach, la vista «abarcaba desde el Moldava y el puente Cech hasta las laderas ajardinadas del Belvedere, situado enfrente».

En 'La transformación' las vistas son más deprimentes -la siniestra fachada de un hospital- pero el interior de la vivienda concuerda con la casa del autor: su habitación sería la de Gregor Samsa. Un lugar que deviene en pesadilla cuando el protagonista se ve convertido en un escarabajo…

Los personajes de Kafka acaban siendo extraños en unos espacios cotidianos y convencionales. Cuando Joseph K. es arrestado en 'El proceso' nada parece aventurar que comienza a transitar los vericuetos del infierno: «K vivía en un estado constitucional en el que reinaba la paz en todas partes y las leyes eran respetadas, de manera que ¿quiénes eran aquellos que se atrevían a arrojársele encima en su propia casa?».

Kafka no estuvo nunca en la Barceloneta y Barcelona debió ser un topónimo exótico cuando escrutaba los mapas. Otra cosa es que en Barcelona y la Barceloneta acontezcan situaciones kafkianas.

Como la que padeció José Luis Ruiz, vecino de la calle Baluard, 13. Fue el 17 de junio de 2019. Cuando volvió a su casa se encontró con la puerta de su domicilio rota, las cerraduras reventadas. Asomaron dos sujetos que le cerraron el paso con agresividad. Ruiz llamó a los Mossos. Comparecieron en el domicilio de autos, pero no consiguieron desalojar a los invasores. El proceso para recuperar la vivienda de su propiedad se prolongaría hasta el 20 de febrero de 2020.

Lo cuenta Jesús Martínez -a partir de ahora Reportero Jesús- en 'Casas robadas' (Carena), minuciosa crónica de aquellas 248 jornadas.

A la denuncia sucedió, tres días después, el juicio rápido. La juez condenó a los tres allanadores a la pena de 3 meses de multa «a razón de 3 euros por día que abonarían en los treinta días siguientes y ordenó el desalojo del inmueble «para la entrega de la propiedad a su legítimo propietario».

Hasta aquí todo lógico y poco kafkiano. Eso pensó José Luis Ruiz, explica el Reportero Jesús: «Que era presentarse al juicio para cumplir un mero trámite, y que por fin la pesadilla pasaría». Y aquí entra Kafka: los plazos de los procedimientos y la apelación de los allanadores. José Luis no pondría un pie en su casa hasta que ellos no la abandonaran.

De las más de diez mil ocupaciones ilegales de 2017 -la cifra asciende casi un seis por ciento cada año- una tercera parte acaecen en Barcelona, una ciudad cada vez más riesgosa en dos vertientes: la inseguridad de los robos, cada vez con más violencia; la inseguridad jurídica derivada del proceso independentista que provoca el éxodo empresarial.

Agitadores políticos y delincuentes se aprovechan del buenismo que confunde autoridad con autoritarismo y pone a los pies de los caballos a las fuerzas de seguridad, sean Mossos o Guardia Urbana. No es la primera vez que la Generalitat deja a la intemperie a los primeros y el consistorio a los segundos: recordemos la bochornosa 'Ciutat morta' jaleada por nuestra extrema izquierda, comunera o independentista antisistema.

El gobierno Colau, explica una de las fuentes del Reportero Jesús, «ha empadronado en casas ocupadas a sus habitantes que habían accedido de manera ilegal. Delincuencia no es igual a ocupación, pero hay un porcentaje que sí. Se ha blanqueado la ocupación y al final pasa lo que pasa, que se les ha colado la delincuencia».

José Luis Ruiz, que vota como su pareja a partidos de izquierda constatará cómo el allanamiento se disfraza de ocupación: «Los malos se han untado de grasa la cara, se han entristecido el semblante… Se han disfrazado con los ropajes de la misericordia», advierte el Reportero Jesús.

Los vecinos de la Barceloneta están hartos de juergas etílicas (con o sin pandemia): «Esta noche ha sido horroroso, ¿habéis podido dormir?», pregunta una vecina a la de enfrente en la calle Sant Carles.

Si el separatismo colapsaba la convivencia con su Tsunami, la ciudadanía redactó un manifiesto: 'Tsunami vecinal por el civismo y la seguridad'. Denuncia la descoordinación entre ayuntamiento y Generalitat y disecciona la degradación de Barcelona: incivismo, botellones, venta ilegal, narcoactividad, peleas callejeras, hurtos con violencia extrema, víctimas de asaltos o agresiones de todo tipo, pisos turísticos ilegales y ocupación de viviendas para actividades ilícitas, invasión de nuestras calles por vehículos de movilidad personal no regulados que incumplen las normas…

Alarmas de seguridad en progresión. Carteles de Se traspasa: unos por la ruina, otros por el hartazgo.

Kafka en la Barceloneta.

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