REPENSAR CATALUÑA

«Los Juegos del 92 son el fin de la Cataluña cosmopolita que pudo ser»

El historiador Jordi Canal analiza el significado histórico de la cita olímpica y el éxito del nacionalismo en arruinar su legado de modernidad

Jordi Canal, fotgrafiado en Barcelona INÉS BAUCELLS

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Esto no se acaba.

No, no se acaba. Un 'procés' concluye en 2017 con la derrota clara del independentismo, pero empieza una segunda etapa, que no deja de ser también 'procés'. El sustrato persiste.

¿Qué cambia y qué permanece?

Los procesistas han aprendido de sus errores de 2017 y se dan cuenta de su derrota, de que determinadas formas, por muy posmoderno que fuera su golpe de estado, son inaceptables. Pero conservan los instrumentos. En 2017 se para el golpe, pero no se desmantela nada: TV3 y el control de los medios, la inmersión lingüística, el desacato judicial, ley electoral que les favorece, el control del Govern y sus recursos, la capacidad de condicionar al Gobierno de España...

¿Aragonès no es pues el 'héroe de la retirada'?

–No lo es, pero es cierto que es un personaje distinto a los dos últimos presidentes, que eran dos activistas radicales, bastante incompetentes y, en uno de los casos, además, xenófobo. Aragonès es un perfil más técnico. Guarda la casa esperando tiempos mejores.

¿Qué opinión le merecen los indultos?

No es el momento. Los indultos forman parte de nuestro cuerpo legal, pero no estoy convencido de que sea la solución adecuada ahora. Deberíamos dar más tiempo para establecer las condiciones para que no se pueda repetir lo de 2017. Además, echo en falta un mínimo de reconocimiento de la fractura que han creado. No solo no lo han hecho, si no que anuncian que lo volverán a hacer.

En su último libro, '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España' (Taurus) plantea esa fecha como un momento irrepetible. ¿Podríamos ahora organizar otros Juegos?

En absoluto. Para empezar, porque no nos los darían. No se dan las condiciones de estabilidad y unión institucional. El independentismo ha mostrado repetidamente su deslealtad, lo que hace imposible pensar que un proyecto grande como este, en el que se requiere también el concurso de las empresas.

Menudo contraste. De lo que fuimos capaces a la situación actual.

Es una lección. Ahora bastante trabajo tenemos en reconstruir lo que nos ha quedado tras las crisis de 2008, la del 'procés' y ahora la del Covid.

1992 es el gran momento de Barcelona, y de España.

Ese año coinciden los Juegos, la Expo de Sevilla, la capitalidad cultural de Madrid, un año antes hay la conferencia de paz árabe-israelí...1992 es el gran escaparate de lo que España, Cataluña y Barcelona habían conseguido desde la transición:una sociedad democrática, aceptada en el mundo, modernizada económicamente, abierta, creativa... El 92 es el gran momento, pero también es un final:las cosas en algunos campos cambian muy deprisa después, y a peor...

Los Juegos simbolizan también una manera de entender Cataluña. El nacionalismo no lo soportaba.

Mientras en un despacho Pujol juraba lealtad a los Juegos, en el de al lado Prenafeta sacaba dinero del fondo de reptiles para boicotear la inauguración del Estadio Olímpico en 1989.

En 1992 gana Barcelona, y con ella una idea de Cataluña que al final no pudo ser.

Cierto, pero después de 1992 Pujol se impone claramente, y construye una Cataluña distinta a la que significaron los Juegos. Se borra la posibilidad de una Cataluña abierta, mestiza, bilingüe. El 92 es el fin de la Cataluña cosmopolita que pudo ser.

En el 92 eso parecía posible. Los Juegos acaban a ritmo de rumba. Con el cierre se acabó la alegría.

Esa fue la gran victoria de 1992. Los Juegos lo integran todo: los 'castells', la rumba, el flamenco, el uso normalizado de las lenguas oficiales... Y la gente lo celebra, nadie pone peros excepto los nacionalistas más radicales. A nadie le sorprende esa mezcla, porque eso es Cataluña, o eso era Cataluña. Con los Juegos no lo consiguen, pero sí después. Pujol llevaba ya una década intentando cargase esa idea.

Intentaron cargarse eso, hasta el punto de hacer el ridículo más completo, como con la campaña contra Cobi.

Lo de Cobi no es una anécdota. Cobi representa esa Cataluña mestiza, y los nacionalistas no pueden con ello, deciden que hay que cargárselo, porque en realidad Cobi significa la Cataluña que detestan.

En 2003, cuando gana Pasqual Maragall, muchos llegamos a creer que aún era posible esa otra Cataluña. Que quizás Maragall podía hacer con Cataluña la transformación que hizo en Barcelona. Fue un espejismo.

Hay dos maragalls. El gran alcalde, el que imagina los Juegos y triunfa, el que impulsa la metamorfosis de Barcelona... Es un Maragall socialista y catalanista... Y hay otro Maragall, el de 2003, un Maragall que sale crispado de sus debates internos en el PSC, que ya está pasando del catalanismo al nacionalismo y que, sorpendentemente o no, ha comprado el discurso de Pujol. Y no se le ocurre nada más que hacer un Estatuto nuevo que nadie reclamaba.

Si Maragall hubiese podido gobernar en 1999 la historia hubiese sido distinta.

Es posible, pero eso nunca lo sabremos. Lo que pasó en 2003, sí. El tripartito era un caos, y el gran problema es que no había un proyecto para Cataluña sensiblemente diferente al que dejó Pujol. No era posible una nueva Cataluña a partir del 2003. Pujol ya la había enterrado antes.

¿Cataluña tiene solución?

No lo sé. Sí tengo claro es que si la hay pasa por regresar a una Cataluña más abierta, más cercana a lo que fue en julio 1992.

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