Enrique Patón

Se ha ido un catalán de Figueras que fue siempre un baluarte de la Fiesta y un embajador por todo el mundo taurino del toreo en Cataluña. Desde su muerte el pasado viernes, se han repetido sus hitos en las plazas, el entorno familiar que propició su afición, el temprano debut en las plazas, la alternativa de lujo en Barcelona junto a Chamaco y Paquirri, la lucha en cosos catalanes por abrirse horizontes. Y siempre, como escenario de fondo durante toda su vida, la Monumental de la Ciudad Condal.

Allí recibió el doctorado, allí llegaron sus mejores triunfos, allí estuvo a punto de dejar su vida en aquella trágica tarde del otoño de 1975, allí dijo adiós al traje de luces, y allí quiso jugarse su prestigio como empresario para conseguir que la Monumental fuera lo que siempre fue.

Enrique Patón ha estado en primera fila del entramado taurino desde los años ochenta de la pasada centuria. Desde Castellón a Zaragoza, de Valencia a Las Ventas, solo o con sus inseparables Simón Casas y Roberto Espinosa. Como apoderado también al lado de Emilio Muñoz o Dámaso González, y siempre con la espinita de ver el declive de su plaza Monumental.

Vislumbró el final, vio con claridad el juego político que se avecinaba, el cerco nacionalista impuesto a los toros, y tanto le dolía que quiso poner freno a aquella deriva. Era tiempo todavía de intentar revertir la situación, y Enrique Patón planteó a la propiedad de la plaza, la casa Balañá, hacerse cargo de su gestión, jugarse todo lo que tenia para que su plaza no terminara cerrada. Pero se topó con un muro y aquel proyecto de nuevas ilusiones no pudo ser. Nunca lo olvidó, siempre tuvo ahí esa espinita clavada, sus éxitos y logros como empresario y apoderado nunca los pudo trasladar a su Monumental.