Àlex Gubern - CUATRO PISTAS

El ‘malpaís’ de Puigdemont

No habrá previsiblemente consecuencias políticas drásticas, sí acaso algún movimiento de calculada indignación

Concentración en Bruselas en contra de la detención de Puigdemont AFP

Como un río de lava, todo lo que deja a su paso es ‘malpaís’. Tierra yerma, inútil para nada más que la contemplación melancólica, el regreso de Carles Puigdemont a la actualidad es una mala noticia: tanto si la detención en Italia se resuelve a su favor, es decir, con una nueva burla a la Justicia española, como si se resuelve en su contra, es decir, con su extradición a España, en este caso no por el hecho de que finalmente se siene en el banquillo, como por el previsible mambo político, aunque con sordina, debe decirse, que esto generaría.

Es un ‘malpaís’ con todos los matices. Ni estamos en 2017, cuando se estuvo al borde del precipicio, ni tampoco en 2019, cuando la sentencia del 1-O incendió las calles. Hace cuatro años el choque fue político, y se resolvió con la rotunda derrota del independentismo. Lo que pasó hace dos fue poco más que un problema de orden público, aparatoso, cierto, con muy vistosas portadas de contenedores ardiendo, pero nada que no pudiesen resolver las UIP y la Brimo. Una semana de contenedores quemados que al mes siguiente ya solo se recordaba en forma de asfalto arrugado en algunos chaflanes del Ensanche.

En este otoño de 2021, la situación es sensiblemente diferente, menos inflamable, y excepto en la órbita de Junts, y en ningún caso de forma unánime, la irrupción de la carpeta Puigdemont es vista como un incordio político, un fastidio que, por lo pronto, ha arruinado a muchos el puente de la Mercè.

Es un incordio para el Gobierno, que ve como su cronograma para la desinflamación puede alterarse. Y también para ERC, por el mismo motivo y por que ve como su principal antagonista vuelve a cobrar protagonismo. Pero poco más. No habrá previsiblemente consecuencias políticas drásticas, sí acaso algún movimiento de calculada indignación. La coincidencia del Rey, Sánchez y Aragonès en la apertura del Salón del Automóvil este jueves, en la víspera del 1-O, seguramente no sería entendida por el independentismo. Tampoco la reanudación inmediata de la ‘mesa de diálogo’, cuya segunda reunión, ahora se ve que de manera acertada, se dejó sin fecha. Nada grave. A medio plazo, ‘keep calm’.

Ni ERC va a echar por la borda la legislatura, ni tampoco, aunque ahora todo sean palabras gruesas y solidaridad con el ‘nostre president’, el canal de diálogo abierto con el Gobierno. A nadie conviene la excitación. Los PGE tienen que salir adelante. Las cosas se complican algo, pero no para romperse. Esquerra le votó los últimos Presupuestos a Sánchez con su presidente Junqueras aún entre rejas. ¿Por qué tendría que hacer ahora algo distinto si quien se va para dentro -veremos- es Puigdemont?

El expresidente, a conveniencia de todos, independentistas o no, era una galaxia lejana cuya luz se iba apagando entre la bruma de Waterloo. Ningún dirigente de ERC en la manifestación de solidaridad con el detenido. Regresa el fugado a las primeras páginas como un volcán dormido que empieza escupir lava. Lo que deja a su paso es ‘malpaís’, pero su capacidad destructiva no es la de 2017 ni la de 2019.

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