Fernando Conde - Al pairo

San Isidro esquiador

Digan lo que digan, el esquí es un deporte más peligroso de lo que a simple pista parece. Practicándolo, uno se puede caer por su propia impericia, por mala

Estación de esquí de San Isidro, en la provincia de León ICAL

Fernando Conde

¿O era labrador...? Hace unos días, un individuo al que ya habían llamado la atención en repetidas ocasiones, estuvo a punto de acabar con la vida de una esquiadora novel en la estación de San Isidro. La imprudencia temeraria del imbécil provocó un grave accidente que dio con los huesos, rotos, de la joven en el hospital. Digan lo que digan, el esquí es un deporte más peligroso de lo que a simple pista parece. Practicándolo, uno se puede caer por su propia impericia, por mala suerte, por masificación de personal o por que ese día simplemente tocaba. Y eso es lo que le ocurrió a quien subscribe. Pero que un oligofrénico se lleve por delante a una chica por el mero gusto de lucir sus dotes de Alberto Tomba deslizándose a tumba abierta por una pista verde, es para aplicarle la ley con ronzal.

Sin embargo, esta columna no pretende ser de denuncia, salvo en algún aspecto colateral, sino todo lo contrario, de agradecimiento sincero. Agradecimiento y reconocimiento a la profesionalidad, saber hacer y amabilidad tanto del servicio de asistencia en pista y del servicio médico del complejo deportivo como del equipo facultativo del hospital de León. Desde el momento del percance, todo fue atención exquisita. De casi ninguna de las personas que me auxiliaron conozco el nombre, pero no por ello quisiera dejar de mencionarlos de algún modo. Por orden cronológico, mi gratitud al monitor de la escuela española de esquí que paró al ver la caída y dio la voz de alarma (y de paso, a los tres alumnos que pacientemente y con la mejor cara aparcaron su clase, entretanto). A los profesionales que me asistieron a pie de pista, a la enfermera o enfermeras y al médico de la estación y, por supuesto, a los dos responsables de manejar la ambulancia contratada para prestar asistencia en el lugar.

Y ellos son precisamente la parte colateral, porque de camino a Boñar, donde el 112 entraría en acción, entablé conversación con el que me acompañaba y tuve noticia de que trabajaban siete días a la semana, sin descanso. No dejaba de sorprenderme, sin embargo, que lo aceptara sin queja y que, además, desempeñara su cometido con absoluta profesionalidad y entrega, cosa muy de agradecer en esas circunstancias. Ya en casa pude comprobar que en el último concurso, una empresa había sustituido en la prestación del servicio a una, afamada, vallisoletana. No quisiera pensar que la geografía haya podido influir en dicha sustitución. Pero quizá alguien debería tomar cartas en este abuso laboral. Los profesionales de San Isidro demostraron ser de primera, pero tal vez no tanto quienes en la Diputación se sientan en ciertas mesas de contratación.

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