Artes&Letras

Trapiello: las páginas de pasos perdidos

La producción diarística de Andrés Trapiello alcanza ya su vigésimosegunda entrega con «Diligencias». La serie, cuya publicación inició hace 29 años, llega a 2008 con sus habituales paseos, observaciones de paisajes y tribulaciones familiares

El escritor Andrés Trapiello V.G,

BRUNO MARCOS

El lector que está al tanto de la actualidad literaria sabe que todos los años tiene una cita con la nueva entrega de uno de los proyectos más singulares de nuestras letras, el «Salón de pasos perdidos», una obra que Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) lleva publicando desde 1990 y que, según afirma, se escribe como diario pero se lee como novela. Dicho lector tendrá más de un metro de estantería dedicado a estos diarios, si es que los colecciona, porque van ya veintidós volúmenes, muchos de ellos de más de setecientas páginas y pocos de menos de quinientas. Es posible que alcance esta «novela en marcha» más de once mil páginas por ahora.

Para explicar esta empresa el escritor halló una similitud con las viejas casas buenas que tenían varios salones perfectamente distintos y evocadores, chinos o pompeyanos por ejemplo, a los cuales daba acceso otro, el salón de pasos perdidos, en el que nadie se detenía pero por el cual era necesario pasar para alcanzar aquellos. Así entiende Trapiello estos diarios, libros en los que sería absurdo quedarse, pero sin los cuales no podríamos llegar al espejismo de que hemos encontrado algo, el espejismo es la novela y ese algo encontrado la vida.

Cree Trapiello que los grandes personajes no producen buenos diarios porque el auténtico diarista es un desplazado, alguien que no crea la realidad sino que intenta ordenar el caos de la vida en el silencio de su escritorio. Escribir diarios es, para él, hablarse a sí mismo de forma que lo escuchen los demás. Ha sido muy señalado en estos libros el asunto de las identidades que aparecen ocultas en la narración mediante el uso de iniciales o equis, estas máscaras, según él, no sólo habrían preservado en parte el anonimato de los aludidos sino que suponen una garantía de que lo que se cuenta es interesante, al margen de que los protagonistas sean famosos o no.

«Nadie se ha tomado en serio el humor. Al menos en España. Desde Cervantes. (...) Sólo si te suicidas, como Larra, no te lo tienen en cuenta y ya lo ven de otra manera, no como comedia, sino como tragedia", recoge el autor leonés

En esta ocasión, con el título de Diligencias, los pasos perdidos han llegado al año 2008 y en sus páginas encontramos las habituales escenas que conocen y esperan quienes siguen la serie: Los paseos, los paisajes, la observación de la naturaleza, las tribulaciones familiares, los hijos haciéndose adultos, el comentario de la prensa diaria, el mundillo literario con sus pequeñas miserias, la ciudad, el temor a la vejez y a la enfermedad, los viajes del escritor profesional, las crónicas del Rastro, las conversaciones y las meditaciones.

A esto añade el escritor gran cantidad de aforismos intercalados entre las entradas sucesivas y profundiza en el retrato de personajes a través de la descripción de su casa, que en este tomo se realiza de vivos y que en anteriores se había practicado con muertos; si aquellos dejaban en el lector la sensación de visitar casas cementerio, «vanitas» contemporáneas, con estos el autor pasea el espejo, como debe procurar la novela según cita que hace de Stendhal.

En esta entrega Trapiello recoge la muerte de Quico Rivas, crítico de arte y bohemio de los años setenta y ochenta, aristócrata que ejerció de anarcofuturista y fundó bares legendarios como La Mala Fama o Cuatro Rosas. Dedica algunas páginas a comentar sus trabajos en torno a los diarios de Carlos Morla Lynch, escritor y diplomático chileno que estuvo destinado en Madrid durante la Segunda República y la guerra civil y que tuvo amistad con Federico García Lorca y muchos escritores de aquel tiempo. En cuanto a los viajes, en esta ocasión, destaca un relato del pánico que plasma a consecuencia de hospedarse en las casas colgadas de Cuenca y que le conduce al recuerdo angustioso de haber sorprendido a su hijo de niño asomándose al vacío por una ventana.

También fue aquel el año del gran debate en torno a las iniciativas por exhumar el cadáver de Lorca en el barranco de Víznar y, a raíz de noticias de la guerra civil aparecidas en la prensa de León, se interroga el propio autor sobre el papel que pudiera haber jugado su padre en la contienda en la que luchó. Especialmente conmovedora es una estampa madrileña en la que encuentra a una mujer extremadamente parecida a su madre mendigando a la puerta de una iglesia.

Sarcasmo

Ha disminuido, en estas diligencias, la presencia de Juan Ramón Jiménez y el humor caricaturesco, que otras veces había pintado logradísimos retratos cómicos, da paso a un tono sarcástico de menor intensidad, distanciado, escéptico, con un narrador incapaz de mantenerse serio incluso ante un posible diagnóstico médico desfavorable.

Trapiello es un maestro en el arte de contar con naturalidad, es capaz en cada párrafo de encontrar el punto singular que dota de peso a cualquier hecho cotidiano, como aquel paseo que le lleva a la tumba de Goya en San Antonio de la Florida para descubrir que sus restos fueron extrañamente inhumados junto a los de un consuegro. Detalles, en apariencia intrascendentes, que cargan de realidad una experiencia de la vida demasiado lastrada por arquetipos.

Sorprende comprobar que estos diarios, siendo los mismos, siempre son nuevos y nos atrapan también con la siguiente entrega como si, efectivamente, la vida y la vida registrada en ellos fueran ese río que sigue ahí pero en el que no podemos bañarnos una segunda vez sin que sea otro, ese río, la vida, que a la vez permanece y cambia.

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