Ignacio Miranda - Por mi vereda

Otra forma de ser feminista

Ha sido Carmen Soto Varela, religiosa de las Siervas de San José, quien denuncie que la pobreza sigue teniendo nombre de mujer

La religiosa Carmen Soto Varela ICAL

Ignacio Miranda

En plena celebración del Día Internacional de la Mujer se nos ha colado una monja en la actualidad y, aunque parezca mentira, no es la talibana nacionalista catalana sor Lucía Caram, que proviene de Tucumán. Hubo un tiempo en que la Argentina de Perón y Evita nos mandaba barcos de trigo para soportar la autarquía impuesta al régimen de Franco. Luego llegaron Di Stefano, las Trillizas de Oro como coristas de Julio Iglesias y Valdano. Ahora nos envía ideólogos de la talla de la citada dominica o el inefable Echenique. Casi nada.

Ha sido Carmen Soto Varela, religiosa de las Siervas de San José, quien desde Salamanca denuncia que la pobreza sigue teniendo un claro rostro de mujer, censura la precariedad laboral y explica que no hay una forma sola de ser feminista «sino muchas». Pretende así difundir la labor de las religiosas, un colectivo bastante invisible y que para la sociedad sigue «cargado de estereotipos».

No en vano, Carmen pertenece a la congregación fundada a finales del siglo XIX, tras un sinfín de avatares, por la charra Santa Bonifacia Rodríguez Castro, para dignificar las condiciones de la mujer trabajadora. Porque la inquietud social de la Iglesia viene de lejos y cobró fuerza en esas décadas de industrialización, aunque al pensamiento monolítico progre le escueza. Criada en una familia muy creyente, Bonifacia heredó de sus padres el oficio de cordonera aprendido en su taller salmantino.

Después amplía el negocio a la pasamanería, prosigue su vida piadosa y empieza a liderar un grupo de amigas. Conoce al padre Butinyá, un jesuita que fue su director espiritual, quien le anima a formar una congregación dirigida a trabajadoras manuales. El proyecto se resiente tras el destierro del sacerdote por pertenecer a la Compañía. Surgen la división y las insidias, lo que obliga a la futura santa a establecer otro hogar taller con el mismo espíritu en Zamora, ciudad donde expira en 1905. Una vida de película, en definitiva, imbuida por igual del amor a Dios, el valor del trabajo y el feminismo no excluyente.

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