Una monja de Salamanca alza la voz con motivo del 8-M para pedir una Iglesia menos patriarcal y «machista»

Perteneciente a la congregación Siervas de San José, Carmen Soto Varela denuncia en un artículo que la pobreza «sigue teniendo nombre femenino»

La monja Carmen Soto ICAL

H. D.

Se mudó a Salamanca el pasado mes de septiembre donde vive en un piso que su congregación, las Siervas de San José, tiene en el populoso barrio de Buenos Aires, desde donde trata de poner su granito de arena para ayudar a los vecinos de uno de los entornos más conflictivos e inseguros de la ciudad de Salamanca. Esta semana, con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora la religiosa gallega Carmen Soto Varela no ha querido dejar de escapar la ocasión para reivindicar el papel de las monjas, denunciar que la pobreza sigue teniendo nombre femenino y alzar la voz para que la Iglesia «deje de ser una institución patriarcal y a veces machista y podamos sentirnos hermanas de nuestros hermanos en la fe, ofreciendo en igualdad nuestras palabras y nuestros dones».

Lo hace en una carta que ha facilitado a los medios el Obispado de Salamanca y que la propia religiosa firma en la web de su congregación, las Siervas de San José, de la que recuerda que nació en el contexto de la revolución industrial de la mano de una mujer pionera, la salmantina Bonifacia Rodríguez, comprometida con «la dignificación y promoción de las mujeres trabajadoras pobres», una tarea en la que recuerda que sigue empeñada. Bajo el título «8M, Desafío y Compromiso» agradece que el «el feminismo» vuelva a ser «protagonista de nuestras conversaciones, en la calle y en los medios de comunicación» y recuerda que «no hay una forma sola de ser feminista sino muchas».

En este contexto sitúa a las mujeres «monjas o religiosas», un «colectivo bastante invisible» a su juicio y respecto al cual la sociedad está «cargada de estereotipos». Señala que al igual que para otras mujeres celebrar el 8M es un «desafío» porque «experimentamos los muros invisibles que la cultura patriarcal ha levantado a lo largo de los siglos y que impiden la igualdad y el desarrollo de todas las potencialidades de las mujeres en los diferentes ámbitos sociales, políticos, económicos y religiosos».

En el artículo la religiosa recuerda que como monja está «comprometida» a denunciar «las desigualdades, violencia y abusos» que «afectan especialmente a las mujeres más pobres» y recuerda que son precisamente el colectivo femenino el que sigue padeciendo «la mayor precariedad laboral».

Por eso, señala que quiere aprovechar el 8M para «alzar la voz» con el fin de reclamar «equidad y dignidad para todas las mujeres» porque -añade- «queremos vivir sin miedo a padecer cualquier tipo de violencia y porque en nuestra sociedad la pobreza sigue teniendo nombre femenino».

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