Los músicos Frederick Driessen, Daniela Moraru, Dianne Winsor, José Miguel Asensi, Fernando Arminio, Màrius Díaz, Jennifer Moreau y Dorel Murgu
Los músicos Frederick Driessen, Daniela Moraru, Dianne Winsor, José Miguel Asensi, Fernando Arminio, Màrius Díaz, Jennifer Moreau y Dorel Murgu - F. HERAS
Artes&Letras - 25 aniversario de la OSCyL

La orquesta que se convirtió en escuela

Los músicos «fundadores» se enorgullecen de haber cumplido uno de los propósitos por los que nació la OSCyL, la formación de nuevas generaciones, y piden la creación de plazas fijas para garantizar su relevo

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Entre ellos reina el buen ambiente y eso se percibe en los conciertos y en cualquiera de sus conversaciones. «Hay orquestas en las que la gente no se habla y a mí me sorprende porque me parece muy difícil hacer buena música en esas condiciones. Pasamos una gran cantidad de horas juntos y haciendo algo que implica mucho emocionalmente», dice Màrius Díaz, que lograba la silla de solista de los chelos en su primera audición para la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (Oscyl), allá por 1991.

Es uno de los músicos integrantes de la orquesta desde su nacimiento, pero aún recuerda su «aterrizaje» en Valladolid. «Me acuerdo que llegué en tren desde Barcelona. Acababa de terminar mis estudios en Boston y según entré en mi casa mi padre me dio una hoja recortada de periódico donde se anunciaban las pruebas de Valladolid.

Pasé toda la noche viajando, así que cuando terminé la audición le dije a un taxista ‘lléveme a comer al mejor sitio de la ciudad’ y terminé en el Figón de Recoletos».

De aquella inicial plantilla aún permanecen numerosos músicos, entre ellos el contrafagot madrileño Fernando Arminio, a quien lo primero que le viene a la cabeza de esos primeros días vinculado a la Oscyl es el Teatro Carrión -«¡Aún me parece increíble que ensayáramos allí!»- También se lo parece a la violinista Daniela Moraru, quien aprovechó una gira que su orquesta de Rumanía estaba realizando por España para presentarse a las pruebas. Recuerda que aquel primer día de ensayo una vez superada la audición sintió «una energía especial» viendo a gente de tantas nacionalidades: «Quizá, debido a la música».

La violinista Jennifer Moreau
La violinista Jennifer Moreau

Ninguno de los tres dudan al ser preguntados si se consideran fundadores de la Oscyl. «¡Por supuesto!», responde rápidamente Màrius: «Sinceramente creo que la orquesta ha subido de nivel, pero la base para que eso ocurriera la pusimos nosotros».

En febrero de 1991 el director madrileño Max Bragado-Darman, formado en Estados Unidos y con experiencia como director titular en la Filarmónica de Gran Canaria y en la Orquesta Concerto Grosso de Frankfurt accedía al cargo. ¿Cuál fue su impronta? «Bueno, nos eligió y aquí seguimos, con lo cual creo que no hizo tan mala selección», responde Fernando, para quien la inexperiencia de entonces les jugó también malas pasadas: «Detrás del escenario, que es lo bonito que ve la gente, hay un día a día, unas relaciones laborales, que hubo que ir puliendo y asentando».

«Max nos dio la oportunidad a los que éramos jóvenes en aquella época de coger experiencia», añade Màrius, convencido de que «las orquestas históricamente las han hecho los buenos directores» y de que pasados «ocho o diez años» toda formación necesita una renovación en la dirección.

Tras Bragado-Darman, Salvador Mas, Alejandro Posada, Lionel Bringier y Vasily Petrenko, bien como invitados o titulares, dejaron su impronta. «Un director es como un profesor. Te va enseñando cosas y va creando hábitos y maneras de escucharnos que hacen que ese órgano que es la orquesta, en el que somos muchos pero al final uno, mejore cada vez».

Cambio de sede

Mucho ha cambiado su forma de trabajar desde los comienzos. La Oscyl se ha contagiado del frenético ritmo actual de la sociedad. «Antes los programas eran cada 15 días y ahora son semanalmente y a veces hay que sacar uno adelante cada tres o cuatro días», señala el chelista. Tampoco es la misma su experiencia, porque como señala el director emérito López Cobos en páginas anteriores, es difícil encontrar grandes obras que no haya interpretado la Sinfónica. «Rara vez interpretamos obras que no hayamos visto alguna vez. Ahora, de vez en cuando me encuentro con partituras con anotaciones mías que ni recordaba que había tocado», apunta Màrius.

El violinista Dorel Murgu,
El violinista Dorel Murgu,

Para estos músicos, uno de los «hitos» que marcó un antes y un después para la formación fue el traslado de su sede al Auditorio Miguel Delibes en 2007. «Fue un cambio radical», confirma Fernando. Sobre todo, porque en los años precedentes estuvieron deambulando de teatro en teatro. «Recuerdo que en el Lope de Vega, estando con uno de los mejores tenores del mundo, Juan Diego Flórez, nos empezaron a caer cascotes del techo. Al final, el vídeo que pensaban grabar se fue al garete», rememora Fernando, para quien «no tener una sala era como no tener casa».

«En el Calderón -donde la formación estuvo de inquilina también desde 1999 a 2007- tenías la sensación de que el sonido no llegaba al público», añade la violinista Jennifer Moreau, otro de los músicos «fundadores». «Ahora es una suerte poder ensayar en la misma sala donde luego ofreceremos el concierto. No les ocurre a todas las orquestas», añade José Miguel Asensi, trompa solista desde 2000, que se incorporó a una formación por entonces ya llena de veteranos músicos: «Cuando entré era el más joven, pero me sentí muy acogido y arropado», recuerda.

«Antes los programas eran cada 15 días y ahora son semanalmente y a veces hay que sacar uno adelante cada tres o cuatro días»

Pero más allá de su evolución y del buen ambiente que reina, si hay algo de lo que se sienten orgullosos estos músicos es de la labor que la orquesta ha hecho como escuela: «La Oscyl se ha ido nutriendo de gente joven que comenzó a estudiar con nosotros. Ahora, después de 25 años, creo que se ha hecho escuela», defiende Màrius. De hecho, un total de 27 profesores llevan en la formación desde su fundación. «Ese fue también uno de los propósitos del gran número de extranjeros que llegamos. No solo tocar, sino formar a gente de aquí», confirma el violinista Dorel Murgu, que ingresó en la Sinfónica en 1994, donde ya trabajaba su mujer Daniela. Por ello, le resulta «paradójico, que ahora esta generación de jóvenes «buenísimos y muy competitivos» no tenga posibilidad de quedarse en la Oscyl ante la falta de convocatoria de plazas públicas.

José Miguel Asensi, trompa solista desde 2000
José Miguel Asensi, trompa solista desde 2000

Éste es, para los miembros de la orquesta, uno de los principales problemas que la gerencia tendrá que abordar más pronto que tarde: «Dentro de diez-quince años habrá una jubilación masiva, así que no se puede dejar pasar demasiado tiempo». La otra asignatura pendiente, a juicio de estos intérpretes, es la recuperación de las giras internacionales -Colombia fue su último destino, hace ya 10 años-. algo que Frederik Driessen (violonchelo desde 1991) considera fundamental para consolidar ese buen ambiente del que presumen y darse a conocer. Por lo pronto, ellos ya sienten que «conectan» con su público fiel. «Somos su orquesta. ya nos conocen. Se interesan por lo que nos ocurre y se sienten orgullosos de nosotros», considera Daniela. A lo que Màrius añade: «Han sido 25 años para nosotros, pero también para el público, que ha aprendido a la vez que nosotros».

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