Jornada Mundial del Domund

«Me llevó un tiempo renunciar a la idea del misionero ‘superhéroe’»

La enfermera y hermana comboniana Alicia Vacas Moro cree que su vocación le abrió sus horizontes de «chica de barrio» para «entender la vida, la religión y la familia»

La misionera Alicia Vacas Moro mientras trabaja con niños A. V.

Clara R. Miguélez

No ha cumplido aún cincuenta años y acumula destinos como El Cairo o Jerusalén: la vallisoletana Alicia Vacas Moro escogió ser misionera comboniana antes incluso que enfermera, y su vida ha girado desde entonces en torno al servicio a los demás. Desde hace cuatro años es coordinadora de las comunidades de su congregación en Oriente Medio, que trabajan con refugiados, víctimas de trata y minorías étnicas y religiosas. Ha trabajado en un proyecto escolar con minorías beduinas y pasó los meses más duros de la pandemia en Bérgamo, para asistir a sus hermanas enfermas. Por todo ello, en marzo fue una de las premiadas por la Secretaría de Estado de EEUU en sus ‘Women of Courage’ 2021 (Mujeres Valientes).

—Ingresó en las hermanas combonianas con 18 años, apenas la edad de escoger carrera universitaria. ¿Cómo supo que esta era su vocación?

—El grupo juvenil con el que crecí siempre fue muy inquieto, estaba muy interesado en temas sociales y en cómo combinar el Evangelio con la vida. Desde muy pequeña yo quería ser médico y misionera para ayudar a los niños en África, así que al principio le daba muchas vueltas a cómo podía suceder eso, a cómo combinar los trozos de mi vida. Cuando conocí a las misioneras combonianas todo encajó: la dinámica fue parecida a la que supongo que ocurre cuando encuentras a la persona que es para ti, algo hace ‘clic’.

—Los misioneros se alejan siempre de su lugar de origen. ¿Por qué es importante?

—Es un rasgo específico, para nosotros es determinante poner la vida al servicio de otros pueblos y de otras iglesias. A las combonianas las identifica el salir de su país de origen, no es un movimiento de ‘países ricos a países pobres’. A mí me ha enriquecido muchísimo, ha abierto mis horizontes de ‘chica de barrio de Valladolid’, mi manera de entender la vida, la muerte, la religión, la familia. Y esto poco a poco se convierte en una necesidad para todos, porque la globalización está llegando a todas partes y cada vez es más importante que estemos preparados para encontrar al otro. Tenemos la responsabilidad de ayudar a que nadie tenga miedo de eso.

—¿Su círculo de confianza siempre ha entendido esta opción vital?

—Siempre he encontrado mucho respeto, que me comprendan más o menos depende de cada uno. Algunos no entendieron que quisiera ser religiosa, en vez de misionera laica o cooperante, y otros me dijeron que para qué iba tan lejos si había mucha necesidad aquí.

—Hábleme de la fe en este papel. ¿Diría que existen ‘misioneros’ que no se han encontrado con Dios, que no crean en él o que lo hayan encontrado en otras religiones?

—Muchos de mis amigos acabaron con experiencias de cooperación, pero en mi caso, preguntándome lo que quería poner en este trabajo me salían las palabras ‘todo’ y ‘para siempre’. Para mí la fe sostiene mi decisión, pero hay muchas otras opciones de entrega y sacrificio muy válidas.

—En una ocasión admitió que hasta que llegó a Egipto tenía una visión más «idílica» de las misiones. ¿Cómo ha cambiado su perspectiva?

—Ha sido un cambio brutal. La visión que yo tenía respondía a unos cánones muy de ‘revista misionera’, y luego te das cuenta de que el lugar al que llegas no coincide con eso y de que la misión no eres tú, es tu vida. Me llevó tiempo aceptarlo y renunciar al misionero salvador y ‘superhéroe’. Las personas tienen que encontrar el mensaje en ti de manera sencilla y elocuente. Antes o después te ajustas a la realidad, aunque creo que se sale ganando de ello.

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