Ilusos, ilusiones e ilusionistas

Lo importante de una campaña electoral es prometer, prometer mucho por metro cuadrado, por año de legislatura. Prometer por encima de todas las posibilidades e incluso de las leyes de la Física . Un prometerle a las madres que los chicos harán la cama, que aprobarán el curso entero en junio, que el perro dejará de mearse en la esquina del salón. Prometer a los ciegos una vista nítida del futuro. Más Copas de Europa para el Madrid y para el Valladolid: el mismo año. Una Liga para el Burgos.

Y cuando ya hayan jurado en todos los idiomas, y ante notario –incluso–, y haya ganador y tome posesión en el Colegio de la Asunción, cuando pasen las elecciones, lo único importante será incumplir todas esas promesas. Incumplirlas lo más rápido posible. Posponerlas para mañana. Para nunca. Decir que «estamos trabajando en ello». Dejarlas dormir hasta la próxima campaña y la siguiente, porque Castilla y León es esta tierra donde los partidos llevan prometiendo 16 años lo mismo: solventar los puntos blancos de cobertura que todavía quedan en numerosos pueblos de la comunidad… de la fibra óptica ni hablamos. Ayer viernes fue el primer día de campaña y ya todos los candidatos prometieron por encima de sus posibilidades.

Me decía ayer un periodista que nuestra obligación es ilusionarnos. No ha entendido nada. Ilusionarse con las promesas de los partidos en campaña –se sea periodista o no– es como un autónomo ilusionado con los fondos europeos. Dónde se ha visto que se cumplan las promesas, que la palabra dada sea vinculante; véase a Boris. Y es que si se gastan todos los prometimientos, si les diese por cumplir, habría que buscar nuevas promesas que hacer para la siguiente legislatura. Y, por supuesto, no vamos a trabajar a lo tonto.