Un «culebrón» para honrar a los desaparecidos en México

«El rey de todo el mundo», de Carlos Saura, homenajea el cancionero mejicano con una metaficción

Escena de 'El rey de todo el mundo' ICAL

Clara Nuño

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Las seis ciudades más violentas del mundo están en México . Tijuana, Juárez, Celaya, Ciudad de Obregón, Ensenada e Irapuato son las que registran más homicidios por cada 1.000 habitantes -según datos del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal (CCSPJP)-. Y Carlos Saura (Huesca, 1932) lo sabe. Por ello, bajo ese contexto teje, en ‘El rey de todo el mundo’ (2021), un trampantojo compuesto por varias historias de amores que nada tienen que ver con el amor.

El filme toma el nombre del primer verso de ‘Fallaste corazón’ -canción popular mexicana especialmente conocida por las interpretaciones de Pedro Infante y Chavela Vargas- como una declaración de intenciones. Saura sigue la tendencia musical que impera en su trayectoria cinematográfica para levantar un homenaje a la música tradicional del país a través de una metaficción que emula los culebrones latinoamericanos. Porque la película es un músical dentro de un musical que alterna la narración en primera y tercera persona, rompiendo, en ocasiones, la cuarta pared para interpelar al espectador como si estuviera en un teatro.

La cinta recuerda, en cuanto a vestuario y coreografía, a algunos de los momentos más icónicos del musical, ‘West Side Story’ (1961), aunque esta vez no se trata de una recreación moderna del mito shakespeariano. La premisa es la siguiente: Manuel es un director teatral de mediana edad cuya aspiración es la de contar el presente y el pasado de México a través del clásico triángulo amoroso entre tres bailarines y, de paso, recuperar el amor de su ex mujer a la que invita para que sea la coreógrafa del espectáculo.

Al paso de ‘La Llorona’ junto a otras canciones icónicas del imaginario mexicano, Saura desvela los entresijos de las vidas personales de los protagonistas que, por momentos, son actores y, de pronto, personajes. Así, se levanta como una gran matrioska rusa una obra muy original que casi funciona.

Con una dirección de fotografía deslumbrante a cargo de Vittorio Storaro, y una potente banda sonora producto de Alfonso G. Aguilar, Carlos Rivera Guerra, las actuaciones algo acartonadas -los actores son bailarines profesionales antes que intérpretes- hacen perder pie a una película que se acerca demasiado a una telenovela.

Venganzas y juegos de cámara

Por otro lado, este viernes también se han presentado las dos últimas películas que concursan en la ‘Sección Oficial’ de la 66 Semana Internacional de Cine en Valladolid. ‘Vengeance is mine, all others pay cash’, del director indonesio, Edwin, que se alzó con el Leopardo de Oro en la última edición del Festival de Locarno y ‘La chica y la araña’, de Silvan y Ramon Zürcher.

La primera es un largo que recuerda a los clásicos del cine B, al que se ha querido comparar con Quentin Tarantino (como si este no se hubiera inspirado constantemente en el cine asiático). La trama, ambientada en 1989, cuenta una historia de amor salpicada por las habituales escenas de combate propias del género.

Finalmente, en lo que respecta a la obra de los hermanos Zürcher, ésta relata una historia en apariencia habitual: la de una mudanza. Pero entre las idas y venidas de lo que supone dejar atrás un trozo de vida se construye, con un juego de cámaras que pretende provocar incomodidad y disonancias en el espectador, una balada sobre el cambio y la fugacidad de la existencia.

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