Artes&Letras

El buen momento del teatro infantil y juvenil

El género ha ganado en calidad, diversidad y programación expandida a lo largo de la temporada, lo que contribuirá a renovar y acrecentar el número de espectadores en unos pocos años

La compañía Teatro Mutis en su montaje «El espantapájaros fantasma» ICAL

JOSÉ GABRIEL ANTUÑANO

Las carteleras navideñas tradicionalmente se cubren con anuncios de espectáculos de teatro infantil y, en menor medida, con algunos títulos imperecederos del ballet clásico y de puntas universal, con la magia para atraer a grandes y pequeños, a cada uno por distintos impulsos que movimientos de bailarines y notas musicales esparcen sobre el escenario.

El teatro para los más jóvenes, por suerte, ha ganado en calidad, diversidad según edades y programación expandida a lo largo de la temporada. Se realiza una buena siembra que renovará y acrecentará el número de espectadores de teatro en unos pocos años. Se ha pasado de los «bolos alimenticios o nutritivos» (así llamados en argot) para cuadrar la cuenta de explotación en los últimos meses del año, a la investigación y experimentación de las compañías para fidelizar a los más jóvenes. En este paso adelante, es obligado mencionar a las administraciones que han apostado por estos espectáculos en los teatros públicos.

Durante esta década ha llegado a España el teatro para bebés (de 0 a 5 años), en los que algunos grupos han realizado aportaciones importantes, como es el caso de la compañía vallisoletana Teloncillo. A través de la sensorialidad y de objetos simbólicos, músicas y ritmos, imágenes, juguetes, sonidos y una mínima articulación fabular, cautivan entreteniendo con la apertura a un mundo de sorpresas, desconocido y atractivo a un tiempo, para los más pequeños. Asistir a una función con estos jóvenes es tan placentera por lo que se representa sobre el área de actuación, como por ver las reacciones de los precoces espectadores.

La asignatura pendiente es el teatro para la adolescencia. Falta educación en los centros de enseñanza

El teatro infantil, entre los 6 y los 12 años, tiene entre sus objetivos educar y aficionar en la línea que Friedich Schiller, ya en el siglo XVIII, preconizaba: para conseguir una formación armonizada del hombre racional, venía a decir, no hay más camino que sentar las bases para abrir la sensibilidad apoyada en la valoración del placer estético. La educación de la sensibilidad se descuida en las sucesivas leyes orgánicas de educación, pero el teatro (como otras manifestaciones artísticas para este arco de edades) lo consigue en la medida que se proponen espectáculos marcados por una serie de características: El teatro para los más jóvenes se apoya en un leve hilo argumental, pero en él cobra mucha importancia la captación más emocional que racional del espectador, mediante la relación de una historia de fácil comprensión (ni fragmentaria, ni didáctica), la plástica, la armonía de los movimientos, la gestualidad suave y significante (nunca agresiva o expresionista), el carácter sensitivo (casi táctil), el reconocimiento de comportamientos, la conjunción de lo visual con otras manifestaciones sonoras, con especial incidencia en la música, que permiten una apertura a lo bello y armónico.

Con estos mimbres, se despierta el interés, se ayuda a comprender y pensar, y se abren horizontes nuevos para el joven espectador, acostumbrado a los juegos de la playstation, que no contribuyen al desarrollo compensado de la personalidad de los niños. Cuando un espectáculo se crea con esmero la respuesta de los jóvenes espectadores es inmediata, porque si un objetivo debe proponerse un espectáculo de estas características se concreta en la consecución de una participación más afectiva que física, como Peter Brook dejó escrito en ese libro de cabecera para los creadores de esta suerte de teatro, El diablo se aburre, publicado hace tres décadas y no superado por libros posteriores.

Si se ha avanzado mucho en el teatro infantil, todavía queda la asignatura pendiente del teatro para la adolescencia que se debate, sin conclusiones, entre el carácter simplón y ñoño de las fábulas, o las historias para adultos, que por su carácter discursivo, intelectual y construidas sobre bases más amplias de conocimientos previos, les desbordan y les alejan del teatro. Falta educación en los centros de enseñanza (en la mayoría) y dramaturgos capaces de escribir historias donde lo racional y lo sensitivo creen territorios de interés.

Y una mención para dos hombres desaparecidos no ha mucho tiempo, que tanto han hecho por este teatro, Carlos Herans y José Henríquez; y nombres de esta Comunidad, el actor Manuel Pérez y el creador de las «Alicias», Daniel Pérez; o, además de Teloncillo, las compañías Teatro Mutis de Segovia, Fantasía en Negro de Burgos, aunque practique más un teatro negro para todos los públicos, o Achiperre de Zamora, más en el recuerdo.

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