Motel en el oeste
Tan quieta, sin hablar,
hecha de piedra
de las colinas de perfil
después de la ventana.
En la cama se ha perdido
la memoria de un fuego blando;
el sillón olvida
una desnudez,
el flujo
de íntimas hendiduras.
Te llevas
a sus niños sin nombre,
invisibles,
amarilleando
dentro del equipaje.
¿Nos marchamos?, pregunta.
No, respondes,
eres una de esas mujeres
de Hopper que se quedan solas.
MARÍA ANTONIA RICAS
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