Paseando con Galdós por Toledo

El ilustre escritor canario conocía cada rincón del casco viejo, a su gente y la zona de los cigarrales, lo que le sirvió de inspiración para sus obras literarias

Entrada a lo que fue la pensión Figueroa, en el número 14 de la calle de Santa Isabel Fotos: M. Moreno

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La calle de Santa Isabel, el Teatro de Rojas, la plaza de Zocodover, el mirador del Tránsito, el convento de San Juan de la Penitencia, el edificio de la Tesorería General de la Seguridad Social, la catedral... El tortuoso casco viejo de Toledo huele a Galdós. También el extrarradio, con los cigarrales en el promontorio al otro lado del río Tajo.

Pero Toledo todavía «le debe un homenaje como Dios manda a Benito Pérez Galdós», afirma con resignación la guía de turismo Marina Loyo (Pasearte Toledo). Con una ruta por las calles, edificios y rincones galdosianos intramuros, esta narradora de vocación rindió su particular tributo al insigne escritor canario el pasado 4 de enero; fue el «único homenaje», dice, que hubo en la ciudad el mismo día que se cumplieron cien años de la muerte del novelista y dramaturgo, además de político.

Local que ocupó el restaurante Granullaquel, plaza de Barrio Rey

«Él siempre tuvo muy presente Toledo en su obra; llegó a amar esta ciudad profundamente y era un conocedor de su historia y de su arte», explica Marina, quien ha buceado en la bibliografía del genio isleño durante meses y también en artículos periodísticos, como los publicados por el colaborador de ABC Enrique Sánchez Lubián .

Con Marina recorremos un itinerario ligado totalmente a la vida de Galdós en Toledo y a varias de sus novelas. A ella, que no es una experta en literatura «pero sí una amante de ella», le ha supuesto una gran satisfacción preparar una ruta aromatizada con la media docena de obras relacionadas con la Ciudad de las Tres Culturas. « Ángel Guerra , la gran novela del misticismo español, es el gran homenaje de Galdós a Toledo, un retrato de la sociedad del siglo XIX; mientras que en Memorias de un desmemoriado hace su último guiño a la ciudad», resume.

Comer y dormir

En la recoleta plaza de Barrio Rey nos detenemos delante de un edificio de varias plantas que hace esquina y que llegó a ser el hotel Granullaque. En su planta baja estuvo abierto el restaurante del mismo nombre, frecuentado por Galdós para comer con su sobrino José Hurtado de Mendoza y el pintor Ricardo Arredondo, amigo y uno de sus cicerones en la capital abrazada por el río Tajo.

Cosas de la vida, ahora ese recinto sigue siendo un restaurante, que está situado a solo unos pasos de la plaza de la Magdalena, donde ya no huele a pastelería; a esa esencia placentera que desprendía la confitería Labrador, donde Galdós compraba mazapán. Un supermercado ocupa ahora ese espacio, antes tienda de bicicletas regentada por un icono del ciclismo: Federico Martín Bahamontes.

Antiguo hotel Lino, calle de Santa Justa

Pero el dramaturgo no solo comía cuando pasaba temporadas en Toledo; también dormía, como cualquier hijo de vecino. Fue su morada el hotel Castilla, «uno de los más lujosos de España en su época, pero que al escritor canario le parecía de reducidas dimensiones». Delante del edificio, Marina ilustra el comentario recitando un texto de Memorias de un desmemoriado (1915): «¡Qué gran número de turistas atraerías, Toledo, si el alcázar fuera convertido en hotel. Pero dejémonos de ensoñaciones quiméricas y volvamos al hotel Castilla, donde encontraremos un excelente trato y una sociedad escogidísima de ingleses, franceses y yanquis».

El majestuoso inmueble, levantado en la plaza de San Agustín, alberga la sede de la Tesorería General de la Seguridad Social. No muy lejos de aquí, Galdós se hospedó también en el hotel Lino (calle de Santa Justa esquina con la Plata). Así lo recuerda una placa dedicada al «juglar de la historia de un siglo español», donde «concibió y escribió parte de su novela». «El amor a Toledo le acompañó siempre», concluye la cita del doctor Gregorio Marañón, quien agradeció siempre a Galdós «gran parte de la formación de su espíritu».

«En Ángel Guerra Galdós dice que las fondas de Toledo eran rematadamente malas y bulliciosas, pero que, entre ellas, prefería la menos mala, el hotel Lino», apostilla Marina antes de ir a otro alojamiento galdosiano por excelencia. El novelista frecuentó la pensión de las hermanas Figueroa, «que no Figueras, algo que Gregorio Marañón cita por un error de transcripción», aclara la guía. Allí durmió, siguiendo el consejo del pintor Arredondo, e inició la segunda parte de una de sus obras más elogidas, Ángel Guerra (1891).

Este edificio albergó el hotel Castilla en la plaza de San Agustín

La pensión estuvo emplazada en el actual número 14 de la calle de Santa Isabel, donde en 1923, tres años después de la muerte de Galdós, un grupo de escritores y amigos se reunió para recordarle. Lo hicieron instalando una placa redactada por Ramón Pérez de Ayala y costeada por el doctor Gregorio Marañón, otro inseparable del dramaturgo. «Pasajero: no pases delante de mí con indiferencia», reza el final de la inscripción, que concluye con la expresión latina Numen Inest («la divinidad está aquí»).

El día del homenaje, los participantes seguramente contemplaron absortos desde allí la postal de la torre del catedral, lo primero que Galdós vería al salir de la pensión y pisar la calle. «Él decía que era una enciclopedia de catedrales y la expresión más gallarda de arte cristiano que existía en el mundo. La conoció profundamente de la mano del pintor Arredondo, del canónigo Sangüesa y, sobre todo, de su amigo Mariano Portales, el campanero sordo del templo primado y el único personaje que aparece con su nombre en Ángel Guerra ».

Marina va desgranando anécdotas y apuntes de los libros de Galdós que hacen referencia a Toledo mientras caminamos hasta el mirador del paseo de la Virgen de Gracia, que en 1932 iba a haber cambiado de nombre por el del novelista. Pero se quedó en eso, en un intento, que tal vez cuaje este año con motivo de la efeméride galdosiana, según el periodista Enrique Sánchez Lubián.

Antiguo convento de San Juan de la Penitencia

Desde ese mirador se contempla el monasterio de San Juan de los Reyes, al que Galdós solía ir mucho y cuyo claustro conocía perfectamente. «De él decía que reflejaba muy bien el ambiente moral del siglo XV», cuenta Marina, que hila con otra anécdota: «El amor que sentía por el Tránsito lo demuestra en el banquito en el que descansaba en su casa de Santander, ya que estaba realizado con trocitos de azulejos que recogió en la Judería de Toledo».

Galdós también se embelesaba desde el paseo con la panorámica de los cigarrales, muy presentes en su obra. Por allí caminaba habitualmente junto con Gregorio Marañón, entre otros, para ir hasta la casa de campo que el doctor compró en 1919 al otro lado del Tajo.

Electra , en el Rojas

Luego bajamos al Tránsito para alcanzar, ya en el barrio de la Judería, la casa de otro gran amigo, Victorio Macho, que hizo la escultura de Galdós en el parque madrileño del Retiro y que realizó también el dibujo del rostro del escritor ya muerto.

Teatro de Rojas, en la plaza Mayor

Todavía con energía, tenemos que desandar, subir y bajar algunas cuestas, pisar los mismos cantos rodados y adoquines que Galdós, para llegar al antiguo convento de San Juan de la Penitencia, que era su preferido. Para ello pasamos por la calle de Sixto Ramón Parro, autor de varios volúmenes de su Toledo en la mano , que tanto ayudaron al escritor para sus novelas.

Más tarde retrocedemos, dejamos a nuestra derecha la calle del Locum (en el número 15 estuvo la pensión de Teresa Pantoja, donde se hospeda el protagonista en Ángel Guerra ) y concluimos unos metros más arriba, delante del Teatro de Rojas. Allí Galdós logró representar Electra con mucho éxito, a pesar de la oposición de la Iglesia. «Cuando fue propuesto para el Premio Nobel de Literatura, también varias instituciones y algunos periódicos conservadores se manifestaron en contra porque hacía alarde en sus obras de su espíritu anticlerical», explica Marina, quien pone el punto y final a la ruta con este «pequeño guiño» a uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX.

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