ARTE&LETRAS

Toledo ante la muerte de Galdós

El 4 de enero se cumplen cien años de su fallecimiento

Dibujo del genio yaciente realizado por Victorio Macho momentos después de fallecer Pérez Galdós

Por ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN

El cuatro de enero se cumplirán cien años de la muerte de Benito Pérez Galdós. Toledo fue una de las ciudades que visitó con más asiduidad. En ella tuvo un singular grupo de amigos con los que paseó, conoció sus conventos e iglesias, degustó sus dulces y, sobre todo, encontró sosiego y tranquilidad para escribir. Eran estos, el pintor Ricardo Arredondo , el fotógrafo Casiano Alguacil , el canónigo Wenceslao Sangüesa, el archivero Navarro Ledesma, el campanero de la Catedral Mariano Portales, el ingeniero Sergio Novales y Hermenegildo , «Melejo», el carrero que desde «La Alberquilla» le traía a la ciudad histórica o a lugares cercanos de interés. La pasión toledana de Galdós quedó plasmada en páginas singulares de «Ángel Guerra», «El audaz», «Los apostólicos», «Toledo, su historia y su leyenda», «Un faccioso más y algunos frailes menos» o «Memorias de un desmemoriado». Acompañante en estas visitas fue su sobrino, José Hurtado de Mendoza , quien tras su fallecimiento manifestó que las horas vividas por don Benito en Toledo eran de gran «frenesí», vividas con «júbilo infantil». Recordemos hoy, a las puertas de este centenario, como reaccionó la ciudad ante la muerte de este maestro de las letras españolas.

Miles de ciudadanos acompañaron el féretro de Galdós por las calles de Madrid, sepelio presidido por el gobierno de España

Comenzaba 1920 cuando los toledanos conocieron que el anciano y enfermo Pérez Galdós se encontraba ya en su fase terminal. Desde principios de siglo su salud había ido quebrándose. Primero fue una hemiplejia, luego comenzó a perder la vista hasta quedar ciego tras no recuperarse de sendas operaciones de cataratas, después reúma y finalmente un proceso de arterioesclerosis. El doctor Marañón, quien siendo niño había comenzado a frecuentar de su mano Toledo, le atendía constantemente, intentando hacer más llevaderos sus múltiples achaques.

Desde hacía años, don Benito vivía recluido en casa de su sobrino, en la calle de Hilarión Eslava en Madrid, donde sólo recibía a un reducido grupo de familiares y amigos. Entre ellos estaban el escritor toledano Emiliano Ramírez Ángel, Victorio Macho y los hermanos Álvarez Quintero . Unos meses antes, ellos habían impulsado la construcción del monumento a Galdós en el parque del Retiro, obra del escultor palentino.

Durante la madrugada del 3 de enero, Galdós sufrió una aguda crisis cardiaca, que derivó en agonía. Apenas sobrevivió veinticuatro horas. Marañón y el doctor Bonilla embalsamaron el cadáver, pidiéndole a Victorio Macho que realizase la mascarilla mortuoria. Al encontrarse ante el amigo muerto, el escultor fue incapaz de cumplir la petición. No obstante cogió papel y lápiz, realizando un extraordinario dibujo del genio yaciente. Conocido el fallecimiento, el Consejo de Ministros decretó duelo y honores oficiales en su memoria.

En Toledo, la noticia de la muerte fue recibida con pesar y, también, disparidad de criterios. El alcalde, Justo Villarreal , remitió un telegrama de pésame a su colega madrileño, adhiriéndose al luto nacional. Mientras que en las páginas de «El Eco Toledano» se calificaba a Galdós de maestro y no se ahorraban calificativos a su carrera literaria, en las católicas de «El Castellano» se consideraba que su obra no había tenido tanta difusión como se decía, que eran más sus admiradores que sus lectores y que quien no conociese nuestro país nada más que a través de sus libros no tendría una imagen adecuada de la España verdadera. Además, en este diario no se olvidaban las posiciones religiosas del escritor. «Galdós –se añadía-, sin ser un sectario vulgar, hizo alarde en algunas de sus obras de su espíritu anticlerical. Por eso, cuando se quiso pedir el premio Nobel, los católicos no pudimos asociarnos a la petición».

Esta última consideración nos retrotrae a 1912, cuando Galdós fue propuesto para el Nobel de literatura. Conocida tal iniciativa, desde determinadas instancias oficiales, incluida la Real Academia y toda la prensa tradicionalista católica se opuso a ello, contraponiendo la candidatura del conservador Menéndez Pelayo. En Toledo esta campaña en su contra fue abanderada por «El Castellano» y el semanario «El Porvenir», de tendencia carlista. En sus páginas se publicaron numerosos modelos de cartas, escritas en diferentes idiomas, para que sus lectores se dirigiesen a la Academia sueca apoyando a Menéndez Pelayo. Curiosamente los dos candidatos eran excelentes amigos, compartiendo tertulias en la casa de verano que don Benito tenía en Santander.

Una de las razones esgrimidas por los opositores a Galdós era el rechazo a su obra «Electra» , considerada paradigma de su anticlericalismo. La misma fue estrenada en enero de 1901 en el Teatro Español de Madrid. Al término de la función, más de 5.000 personas acompañaron al escritor por las calles de Madrid, vitoreándole, alabándole y dando gritos a la libertad y a la República. Ante el extraordinario éxito de sus representaciones, el autor donó parte de sus beneficios para ser repartidos entre los pobres. Cuando se programó la representación de «Electra» en Toledo, el Arzobispado ordenó a los párrocos que «amonestasen a sus feligreses a fin de que se abstuvieran de asistir a tal función». Llegado el día, numeroso público se congregó en el Teatro de Rojas, entreteniéndose durante los intermedios cantando «El Himno de Riego».

Frente a quienes alentaban el enfrentamiento entre los dos aspirantes al Nobel, otros se mostraban escandalizados. «Hacer de Menéndez Pelayo y Galdós flámula de pasiones rastreras, y a la sombra de ellos combatirse por medios bajos y artero, es denigrar moteando de fango lo más brillante de nuestra raza», podía leerse en «El Eco Toledano», propiedad de Antonio Garijo, considerándose, además, que trasladando al extranjero semejantes miserias, todos sabrían que nuestro país estaba corroído por «úlceras repugnantes que hienden y asquean».

En la espera de que la Academia sueca diese a conocer su distinción, Menéndez Pelayo falleció. Con su muerte la disputa quedaba zanjada y poco después quedó patente lo estéril de la misma, pues el Nobel fue concedido al polaco Gerhart Hauptmann.

A pesar de que el escritor había pedido ser enterrado con la mayor modestia posible, su deseo no se cumplió. La capilla ardiente se instaló en el Patio de Cristales del Ayuntamiento madrileño. El entierro fue presidido por el gobierno en pleno, mientras la multitud abarrotaba las calles. En la de Alcalá, desde un balcón, la actriz Margarita Xirgu arrojó una lluvia de flores sobre el féretro. A la altura del Ministerio de Hacienda, fuerzas de seguridad a caballo hubieron de intervenir para disolver al gentío que quería interponerse entre la carroza y la cabecera oficial del cortejo. Según algunos cronistas, eran militantes de la Casa del Pueblo, de las Juventudes Socialistas y de la Federación Gráfica Española, quienes querían testimoniar su reconocimiento a Galdós, por haber puesto “siempre sus facultades al servicio de la elevación moral del pueblo” y no olvidando que en las elecciones de 1910 lideró la Conjunción Republicano Socialista, consiguiéndose que Pablo Iglesias fuese elegido diputado por primera vez. Aunque el duelo oficial se despidió en la plaza de la Independencia, miles de hombres y mujeres de las clases populares, obreros y trabajadores, acompañaron a pie sus restos hasta el cementerio.

Enterrado ya Galdós, un grupo de toledanos y toledanas aficionados al teatro, apoyados por el alcalde y el gobernador civil, José Figueroa, promovieron la representación en el Rojas de su obra «Marianela». Los beneficios de la función serían destinados a comprar ropa para los necesitados sometidos a medidas sanitarias del Parque Municipal de Desinfección. Villarreal escribió una carta invitando asistir al acto a los hermanos Álvarez Quintero , quienes habían adaptado ese texto de don Benito para ser llevado a los escenarios.

La representación se realizó el 16 de enero. Aunque los Quintero excusaron su presencia, los actores también pusieron en escena una comedia suya, «Mañana de sol». El beneficio fue de 450 pesetas, cantidad con la que se compraron 118 prendas de ropa –camisetas de mujer y hombre, camisas y calzoncillos- y una cama. Unas semanas después, María Galdós Cobián , hija del escritor remitió una carta al ayuntamiento agradeciendo el homenaje rendido a su padre.

Aún perceptibles los ecos de la función celebrada en el Rojas, en la redacción de «El Eco Toledano» se recibió una carta remitida desde Madrid por el abogado José García Porta, quien sugería que la mejor forma de culminar el homenaje rendido en Toledo era dando el nombre de Galdós a una de las mejores vías públicas de la ciudad. Pese a la razonable de la petición, hubieron de pasar años para que tal reconocimiento se materializase. Pero antes de llegar a ello, las muestras de afecto a don Benito se sucederían en el tiempo.

El 15 de abril de 1923 un grupo de escritores e intelectuales, convocados por Marañón, se reunieron en Toledo para rendir homenaje a Galdós, descubriendo una placa en la fachada de la casa de la calle de Santa Isabel donde habían tenido su pensión las hermanas Figueroa, en la que el escritor y su sobrino se alojaron en ocasiones, y donde en 1891 escribió parte de «Ángel Guerra». La placa, visible aún, pide a los viandantes que no pasen indiferentes por el lugar. Ese mismo día también viajó a Toledo Antonio Machado, pero no para unirse al acto de exaltación galdosiana, sino para visitar a su hermano Francisco, quien por entonces era administrador de la prisión provincial, ubicada en el antiguo convento de Gilitos. El poeta dejó constancia de esa coincidencia en una anotación de su cuaderno «Los Complementarios».

Meses después, la petición de dedicar un espacio a Galdós fue retomada desde la revista «Toledo», creada por Santiago Camarasa, sugiriendo que ante el proyecto de urbanizar el entorno del Colegio de Doncellas y lo que por entonces se denominaba «barrio judío», planteándose la construcción de un jardín sobre el cerro de las Calandrajas, se le diese al mismo el nombre del escritor canario. La posibilidad de ejecutar estas obras fue controvertida, por considerarse que atentaban contra el tipismo de la ciudad, quedándose en nada.

Victorio Macho y Galdós ante el monumento que el escultor palentino realizó y que en 1919 fue inaugurado en el Parque del Retiro de Madrid

No obstante, proclamada la II República, el ayuntamiento de Toledo dedicó a Galdós una calle de la ciudad. El 29 de febrero de1932 el concejal socialista Domingo Alonso propuso al pleno municipal que se cambiase el nombre del Paseo Virgen de Gracia por Paseo de Pérez Galdós, como testimonio de reconocimiento de la ciudad al autor de «Episodios Nacionales» y «Ángel Guerra». La moción fue aprobada tras un tenso debate con el concejal conservador Teodoro de San Román , quien ofreció como alternativa dar el nombre del escritor canario a la calle de la Sal, quejándose de que la propuesta de Alonso encerraba cierta tendencia antirreligiosa. A ello respondió el proponente, también diputado en las Cortes Constituyentes, que no era ese su deseo, pero que no estaba de más ir «colocando muestras de que el Estado español es laico».

Al igual que otras denominaciones de calles adoptadas durante la etapa republicana, tras la guerra civil el recuerdo a Galdós en el nomenclátor urbano de Toledo quedó relegado al olvido. Ahora, cien años después de su muerte y a propuesta de la alcaldesa Milagros Tolón Jaime, el Paseo de la Virgen de Gracia , excepcional mirador frente a los cigarrales toledanos que tan presentes están en las obras de don Benito, volverá a recordar a tan imprescindible autor. No es mala forma de comenzar su centenario.

El escritor y periodista Enrique Sánchez Lubián, autor del artículo ABC
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