Martín Sotelo - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: HACERSE EL VIVO

De los nervios

«Hubo una época en que en Esquivias todos estábamos de los nervios»

Martín Sotelo
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Hubo una época en que en Esquivias todos estábamos de los nervios. Uno iba al ambulatorio, pachucho y alicaído, y cuando le tocaba el turno pasaba a la consulta y después de los buenos días de rigor comenzaba a recitar sus males, pues mire, doctor, no me encuentro bien, me siento como…

-Eso es de los nervios- dictaminaba don Pedro sin mirar siquiera al paciente, tan tajantemente que uno no podía albergar duda alguna del diagnóstico.

Y el enfermo salía de allí y se iba a su casa convencido de su mal, procurando de ahora en adelante cuidarse los nervios aunque gastara infinidad de pañuelos en sonarse los mocos. Y si algún familiar se interesaba por su estado, el afectado respondía: «Estos malditos nervios, que no le dejan a uno vivir tranquilo».

Y el familiar se hacía cargo y comprendía, porque también padecía de lo mismo.

-Eso es de los nervios- dictaminaba don Pedro sin mirar siquiera al paciente

Y la vida seguía para todos nosotros, enfermos o sanos, con nuestros trabajos y quehaceres, también con nuestros monótonos contagios, por lo que la vuelta al ambulatorio era obligada en según qué meses, sobre todo en los de invierno. Otra vez frente a don Pedro y nuevamente su sentencia rápida y tajante:

-Eso es de los nervios.

Y el enfermo cada vez salía más mosqueado del consultorio, no con el doctor, sino con lo que fuera que tuviera allí dentro de su cabeza: unos pacientes se imaginaban, funcionando en su cerebro, unos nervios del tamaño de garruchas, más poderosos que la propia voluntad, y otros se los imaginaban deshilachados, roídos y blandos como frutas pasadas.

Hasta que, cierto día, empezó a correr el rumor de que la mujer de don Pedro llevaba años padeciendo de los nervios y últimamente ya ni se levantaba de la cama, aquejada de una fuerte depresión. Por eso él, llevado de ese amor que hace que se asuman como propios los males de la persona amada, padecía de lo mismo, y propaló su mal, y el de su mujer, por todo el pueblo como una plaga bíblica, viéndose a sí mismo en cada uno de sus pacientes, advirtiéndoles de las peligrosas consecuencias que podía suponer no combatir las insidiosas arremetidas de los nervios. Él nos cuidaba a todos, pero ¿quién cuidaba de él, del doctor que, a pesar de las preocupaciones y de los problemas que tenía en casa, se levantaba cada mañana dejando a su mujer en la cama, tal como la vería al volver, despidiéndose de ella con un beso antes de acudir puntual a la consulta para protegernos a todos de unos nervios que amenazaban con destrozar nuestras vidas como estaban destrozando la de su familia? Al comprender el origen inconsciente de nuestro diagnóstico, la gripe volvió a ser tratada, y curada, como gripe, con pañuelos, descanso y paciencia.

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