Martín Sotelo - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: HACERSE EL VIVO

Punto muerto

«Es de noche, cae una llovizna gélida y el bus de vuelta a Toledo va atestado de gente»

Martín Sotelo
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Otra vez esa sensación de angustia, de querer hacer muchas cosas al mismo tiempo, de querer estar continuamente en otro sitio. Acabo de salir de un túnel en una estación claustrofóbica, sin tiempo para irme arriba, al aire, a respirar y fumarme un pitillo antes de meterme en un bus de vuelta a Toledo y permanecer atrapado en un atasco. Es de noche, cae una llovizna gélida y el bus va atestado de gente. Arrinconado junto a la ventanilla, dibujo con el dorso de la mano una media luna en el vaho del cristal: luces difuminadas de farolas en calles lejanas, luces en los bloques de viviendas hacinadas del extrarradio, luces de niebla de vehículos encajonados en ambos sentidos.

Cae una llovizna gélida y el bus de vuelta a Toledo va atestado de gente

Es lo bien que llevan los hombres la encerrona lo que provoca la primera punzada, agravada por la sensación de ser uno más en la ratonera. Tranquilo, me digo, pero el recuerdo, la obligación de tener que tranquilizarme, el reconocimiento de que algo va mal, hace que me ponga peor. Me aprietan las sienes como si alguien me las aplastara con fuerza, empiezo a sudar, el corazón me late como si se fuera a salir del pecho, no puedo respirar. Delante, una niña de unos tres años se queja a voces de todo, llorando: «¡Que no quiero que habléis!», chilla una y otra vez porque la madre va hablando con una señora que está sentada al lado, en la otra fila de asientos. «¡Que os calléis ya!». «Y que no se hable más de nada», sentencia Celine en la última línea de su Viaje al fin de la noche. A mi lado, el hombre que me embute contra el cristal, cuya chaqueta quitada descansa más en mis piernas que en las suyas, sigue hablando por el móvil con su mujer o su novia para decirle que llegará un poco tarde, que menudo atasco hay, sí, sí, no avanzamos ni se ve el final, ¿me escuchas?, yo a ti tampoco, habla más alto, que no me entero, ¿ahora?, ¿me escuchas ahora mejor?, vale, pues te decía...

Es lo bien que llevan los hombres la encerrona lo que provoca la primera punzada, agravada por la sensación de ser uno más en la ratonera

Nadie sabe lo que me ocurre, nadie puede imaginárselo. Los ocupantes de los coches matan la espera tecleando en sus móviles o hablando por teléfono. Y yo estoy aquí, mirándolos a través de mi media luna de cristal empañado, desde el interior de un bus, parado en mitad de la autovía, bajo la lluvia neblinosa, pero podría ser cualquiera de esos conductores, ese camionero por ejemplo con las manos aferradas al volante, paciente, habituado a peores contratiempos, o tal vez ese otro con corbata que habla solo a través del manos libres gesticulando con energía, como queriendo hacerse entender (alguna cuestión pendiente de trabajo tras salir de la oficina), y que, si no estuviera tan ocupado en tan atrafagada conversación, podría mirar a su derecha y verme viéndolo desde la ventanilla, ver mi cara aburrida y desesperada para olvidarla al cabo de un segundo, escribir algo en el móvil, volver a meter primera y quitar el freno de mano y avanzar unos metros más, pocos, antes de pararse de nuevo, echar el freno de mano, punto muerto, y así hasta que salga del atolladero para desviarse hacia su agujero pegado a otros agujeros con televisor y mujer esperándolo (¡Qué tarde llegas!) y unos hijos que lo saludarán nada más abrir la puerta.

Pero sigo siendo yo, lo cual, aunque parezca una obviedad, siempre resulta asombroso, cuando se piensa en la certeza de no estar nunca acompañado salvo por uno mismo y en la condena de ser siempre el mismo desde el principio hasta el final, yo con mis pensamientos, pensando quiero bajarme, quiero apearme de esto, no quiero estar aquí, y, como si en lugar de pensarlo lo hicieras, te ves pidiéndole perdón al de al lado para que te deje salir al pasillo y te ves avanzando entre las filas de asientos con cara de loco (¿dónde irá ese?) hasta llegar al conductor para decirle que por favor te abra la puerta, y patear la puerta si se niega. Y, una vez en el exterior, imaginas la cara de los demás viajeros observándote mientras siguen parloteando por teléfono, comentándoselo quizá a sus conocidos, y ves las caras de extrañeza de los conductores dentro de sus coches mientras los sorteas buscando el arcén y saltas la barrera retorcida por algún accidente de algún vehículo ya olvidado, sabiendo que te queda mucho camino por delante y que pasarás mucho frío pero que al menos te llega el aire a los pulmones y eres por fin libre.

Ver los comentarios