Un Che fieramente humano

Estreno en el Teatro de Rojas

Chiqui Ruiz (Instagram)

ANTONIO ILLÁN ILLÁN

El Teatro de Rojas de Toledo ha ofrecido el estreno nacional de La Higuera, de Mario Paoletti , que trata sobre los últimos momentos de la vida de Ernesto Che Guevara en la escuela del pueblito boliviano que da título a la obra.

Lugar, tiempo y acción casi coinciden con el lugar, tiempo y acción reales, en que sucedieron unos hechos que, entonces, nos los contaron de una manera y la documentación posterior los verificó de otra muy diferente. Es con la documentación verídica con la que Paoletti construye su texto dramático. No se deja contaminar con el mito popular y nos presenta un Che fieramente humano, que conversa, que sabe que va a morir, que recuerda especialmente a la madre y la infancia y la juventud, que justifica la vida en el alma de la idea, una idea social por la que es posible darlo todo.

En esa hora y media final Ernesto Guevara reflexiona y nos va dando alguna lección que otra; por ejemplo, que la vida es acción, pues si uno está esperando que caiga un higo maduro de la higuera, no se comerá uno nunca; hay que saltar la valla de huerto y coger el higo. Es una metáfora construida sobre un recuerdo de infancia, y que ilustra bien la figura de quien fue esencialmente un hombre de acción.

Y claro que tiene miedo a la muerte, como todo el mundo, aunque no se descompone porque hay algo que se llama dignidad o la creencia en la dignidad; y es la dignidad lo que le proporciona la serenidad ante el hecho definitivo por orden externa y sin juicio alguno. El Che ya era más mito que puro guerrillero peligroso en la selva con un puñado de compañeros desabastecidos. Sin embargo, los poderes lo querían muerto ¡en combate!, porque aniquilando al hombre enterraban la idea revolucionaria. La orden de fuera, no de los pobritos soldados que la cumplen, es la contraseña «papá está cansado».

En esa hora y media de vida y de representación, Ernesto Guevara tiene la paz y la palabra. Y del diálogo surge la poética y la realidad de una vida, los sueños y la ternura del recuerdo de los hijos, la verdad cruda con que se enfrenta al representante de la CIA y la afectuosa con que trata, lo poquito que trata, con la maestra. En un momento trascendente (un hombre va a morir y él lo sabe) todo se impregna de detalles cotidianos, prosaicos (los mosquitos, el hambre, el cuerpo torturado y herido, las mínimas pertenencias, un poco de filosofía de la vida… y la trascendencia. El Che visto como un trasunto de Cristo (personaje del que habla el protagonista en varias ocasiones); una figura que sacrifica su vida por la salvación de los demás y que va hacia la muerte anunciada con una actitud sumisa y de aceptación, también de frente y con la mirada alta. Héroe y antihéroe, maltrecho y herido, digno y orgulloso.

La Higuera termina por ser una obra comprometida a la vez que poética, con una estructura muy medida y cuidada. Sencilla y pulcra, donde los detalles son muy importantes (recuerdo el comentario con la maestra sobre la tilde que le falta a una palabra de las escritas en la pizarra de la escuelita).

El montaje sencillo, aunque efectista; por un lado ayuda a contextualizar el lugar real, la escuela; por otro lado, las fotografías y vídeos proyectados sobre paneles transparentes vivifican la realidad que todos conocemos en imágenes evanescentes, que están ahí y nos evocan un lueñe tiempo y unos momentos históricos de la vida del personaje.

Muy interesante en lo escenográfico, dramatúrgico y simbólico es la presencia de los balones de basket en momentos clave y como recurso metafórico para la solución final, el asesinato de Guevara . También ayudan para dar ritmo al desarrollo de la acción, para establecer cortes narrativos y para algunas transiciones. La iluminación ayuda y el vestuario significa y define.

La música es otro referente emocional; nos es conocida. Hay que ajustarla algo aún, pues cuando se superpone al texto tiene demasiado volumen y se nos escapa contenido, al menos a mí me pasó.

Buena la labor de dirección de Hugo Nieto , para que la interpretación se equilibrase en esa labor humanizadora que no olvida al mito aunque se queda en el hombre; que quiere ofrecer realismo minimalista, como en el personaje cubano de la CIA y que también sabe balancear al teniente entre ser un eslabón en la cadena de mando y una persona que trata o quiere tratar con deferencia a un prisionero al que tiene que dar muerte contra su conciencia. Muy bien Germán Fabre en la interpretación del Che, donde armoniza el gesto del cuerpo herido y desvencijado con la dignidad de la idea. Dani Llull encarna un teniente que se mueve en el cambio de registro entre lo militar y lo emocional. Carlos Jiménez-Alfaro hace un sargento, ¡sargento! y eso está muy bien. Daniel Moreno representa la deshumanización, los intereses del poder, la venganza y el aniquilamiento y lo hace tal cual, da perfecta idea de lo que es. Y Sara Moraleda en un papel mínimo realiza un máximo de interpretación, es como una Magdalena o una Verónica que quiere aliviar el sufrimiento del preso, donde la palabra casi poco importa, pero se magnifica el minimalismo de la excelente expresión corporal de la actriz talaverana.

Enhorabuena a Mario Paoletti por un texto que humaniza y emociona y a Israel Muñoz por producirlo. Merecen el éxito. El público del Rojas en la función del estreno indicó el camino con sus prolongados aplausos.

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