Estatua en el cementerio de Sleepy Hollow
Estatua en el cementerio de Sleepy Hollow - H.B.
ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (4): Otoño enamorado

El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía un nuevo texto desde Nueva York, donde reside desde 1978

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Era tal el fuego, el chisporroteo de rojos y de hojas, el crujir de ramas y el chirriar de pájaros, tal la fuerza de la luz que el cementerio parecía un lugar lleno de vida. Andaba la muerte oxidando cerraduras, eso sí, vistiendo el cobre con un roquete de niebla verdosa, royendo, rata rabiosa, el mármol como si fuera queso medieval.

Era tal el silencio de las sombras, las rúbricas en tinta desleída de las ardillas, el polvo pimentón ardiendo en la lápida de la «baby girl», era tal la hoguera de tu sangre y la mía que el cementerio parecía un lugar para vivos.

Es cierto que los faraónicos mausoleos que encerraban las cenizas de las grandes fortunas (los Hemsley, los Rockefeller, los Arden) le animaban a uno a ser pobre: la ceniza solo es oro en manos de la muerte.

Abajo, en el valle, amurallando cruces, fechas y olvidos, cortafuego de vidas y de amores, nos esperaba el río Pocantico que caminaba ignorando su destino, como si nunca fuera a llegar al mar, trotaba como un potro en día de domingo vestido de espumas sin espinas, saludado por hojas con un temblor temprano, saltando entre las piedras asustando a los peces.

Sí, es cierto, que la muerte, debajo del césped, horadaba huesos, clasificaba llantos y cenizas, cerraba historias, contaba mezquina y usurera sus tesoros. Era tal el incendio que la necrópolis parecía un lugar para amarse y ser feliz. Como si la muerte, por fin, hubiera muerto abrasada en este día de otoño enamorado.

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