Antonio Conde - Opinión

Ángel Ortega Benayas

«Como para tantos, para mí su muerte ha sido un mazazo, porque Ángel fue uno de mis referentes, profesionales y personales»

Por ANTONIO CONDE

Se ha ido Ángel, al menos desde un perspectiva terrenal, porque siempre nos acompañará. Se nos ha ido su compañía física, su amabilidad, su conversación inteligente, su abrazo, su saludo cariñoso y sincero («¿Qué tal, Antoñito?»).

En una vida dedicada a su familia y a su trabajo, se mantuvo como pilar maestro de muchos que tuvimos la suerte de compartir sus días y de ser receptores de su desinteresada ansia por rodearse de personas a las que agradar para, de esta forma, disfrutar.

Como para tantos, para mí su muerte ha sido un mazazo, porque Ángel fue uno de mis referentes, profesionales y personales.

Ángel no era de los que iba por la vida rompiendo moldes; pero lo hizo, porque su tesón y valía no le permitían que nada de lo que la vida le ponía como reto le venciera; fue de la primera promoción de letrados de Icona, y contaba con gracia como fue recibido en su primer destino como una 'rara avis' entre ingenieros, quienes en una broma de novatada (para mí con la intención de marcar distancias) le cambiaron la Biblia por el Código Civil en el juramento de su toma de posesión; enamoró y se casó (él, que no era el prototipo de guaperas) con la guapísima Lola, una morena con más clase que un colegio que causó enormes esguinces cervicales entre los muchos que no podían evitar girar la mirada a su paso; amplió y organizó un magnífico servicio jurídico en la Administración Forestal, que dio seguridad jurídica a sus resoluciones, ante la incomprensión de los ingenieros, que veían lo jurídico como algo a soportar en su mínimas posibilidades y que se vieron vencidos por Ángel y su famosa frase de «España es un Estado de derecho que no de Ingeniería»; y conformó la primera etapa del Consejo Consultivo. Pero, lejos de caer en un vano «porque yo lo valgo», soy testigo de su preocupación responsable por desempeñar tan importante función (sobre todo en su etapa de definición y desarrollo) con la altura de la exigencia que se le había encomendado.

En un mundo donde la envidia es parte de una degenerada aristocracia moral, recuerdo la sincera alegría de mi amigo cuando se hizo público, años después, ya él jubilado, que yo ocuparía una plaza en ese Consejo Consultivo del que él formó parte en su nacimiento y primeros diez años. Su «cuánto me alegro; intenta siempre hacerlo mejor» fue una confesión de amistad y de hombría de bien frente al típico «después de mí, el diluvio». Y ese consejo me ha servido muchas veces de acicate, intentando, cuando menos, no devaluar la labor de los que me precedieron; sobre todo la de mi amigo.

Será imposible que Ángel nos abandone espiritualmente porque su aura era enorme. Yo, particularmente, le seguiré recordando en cada pleno, en cada procedimiento, en cada postura de caza, en cada parte del paisaje de su querida Nombela, donde tantas veces nos reunió a ese grupo de suertudos amigos para disfrutar de lo suyo, casi pidiendo perdón por no poder invitar a más, empeñándose en no valorar que nos lo daba todo.

Un fuerte abrazo, amigo, en tu nuevo itinerario.

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