Presos españoles, una vez liberados. Alfonso Maeso, en primera fila, a la derecha, señalado con un círculo
Presos españoles, una vez liberados. Alfonso Maeso, en primera fila, a la derecha, señalado con un círculo - Francesc Boix

Alfonso Maeso: el preso número 3447 de Mauthausen

Su testimonio lo recoge su sobrino nieto, Ignacio Mata Maeso, en su libro «Mauthausen: memorias de un republicano español en el holocausto»

Toledo Actualizado: Guardar
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Con tan solo 17 años y en plena Guerra Civil española, Alfonso Maeso Huerta partió de su Manzanares natal para enrolarse en las filas del ejército republicano. Este joven ciudadrealeño de familia acomodada lo dejó todo para luchar por sus ideales. Durante los tres años que duró la contienda, pasó por diferentes puntos hasta que tuvo que marchar a Francia tras la victoria franquista, aún ajeno a lo que su futuro más próximo le deparaba.

En el país vecino, acompañado por miles de compatriotas y después de pasar por varios campos de refugiados, en condiciones parecidas a las que sufren hoy sirios, afganos o iraquíes que huyen de sus guerras, Alfonso fue capturado por los nazis cuando estalló la Segunda Guerra Mundial.

Este es justo el punto de inflexión de su vida porque, al igual que otros presos del nazismo, su paso por un campo de concentración le dejó un recuerdo grabado en su mente del que nunca pudieron deshacerse.

El testimonio de este manzanareño es el que recoge su sobrino nieto Ignacio Mata Maeso en su libro «Mauthausen: memorias de Alfonso Maeso, un republicano español en el holocausto» (Editorial Crítica). Se reedita ahora, después de ser publicado por primera vez en 2007, poco después de que muriera en Toulouse (Francia) su protagonista. Con este trabajo, según reconoce el autor y periodista, su tío abuelo cumplió uno de sus objetivos vitales: «Hacer oír su voz, que es la voz de todos aquellos que sobrevivieron a los campos de exterminio nazi».

Documento que acredita el paso de Alfonso Maeso por Mauthausen
Documento que acredita el paso de Alfonso Maeso por Mauthausen - ABC

En enero de 1941, al igual que un gran número de españoles, entre ellos muchos paisanos de Manzanares, Alfonso Maeso fue enviado a Mauthausen, donde perdió su identidad y se convirtió en una simple cifra, el 3447. Ese fue su número de preso que, junto a un triángulo azul con la letra S de «Spanisch» (español en lengua alemana), le acompañó bordado en su traje de rayas durante los cinco años de estancia en ese campo de concentración de Austria.

Al igual que su tío abuelo, Ignacio Mata Maeso critica la «connivencia» del franquismo y, en concreto, de Ramón Serrano Súñer, ministro de Gobernación y Asuntos Exteriores durante esos años, por el envío de españoles a los campos de concentración y exterminio nazis. «No está muy claro, pero el régimen dejó hacer o, como algunos historiadores sostienen, pudo tener un papel activo en la deportación de muchos españoles», señala el autor del libro. Según las cifras, por allí pasaron unos 10.000 españoles, de los cuales solo 2.500 sobrevivieron, siendo el campo de exterminio de Gusen (anejo a Mauthausen) la tumba de la mayor parte de ellos.

Diferentes trabajos

Maeso pasó por diferentes trabajos dentro del campo. En primer lugar, participó en la construcción de la cámara de gas y del crematorio, donde luego morirían alguno de sus compañeros y, en mayor número, judíos y soviéticos sobre todo en la última fase de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Alfonso cuenta que entre los presos españoles existió, hasta el último momento, el temor de que los nazis decidieran exterminarlos a todos. Y, como metáfora del horror y del dolor del que fueron testigos, los hornos crematorios estallaron justo antes de la liberación por los aliados.

Otro de los símbolos de Mauthausen son los 186 escalones que separaban el campo de concentración de la cantera de Wiener Graben. Por ellos Alfonso Maeso tuvo que cargar pesadas piedras a su espalda, aunque el trabajo más estable que tuvo fue en la fragua, donde se mantuvo protegido por el austriaco que la regentaba y por el Negro, un catalán que le enseñó el oficio y al que consideraba como su padre.

Los 186 escalones que separaban Mauthausen de la cantera de Wiener Graben
Los 186 escalones que separaban Mauthausen de la cantera de Wiener Graben - César Bueno Pinilla

Este es uno de los «golpes de suerte» que tuvo Maeso, ya que a este hecho, según recuerda su sobrino nieto, se suma el momento en el que fue frenado por un compañero asturiano antes de ir como voluntario a Gusen. También cuando los médicos de la enfermería le curaron de una úlcera de sangre en un talón para que no fuera enviado al campo de exterminio. Además, no recibió nunca una paliza ni fue señalado con el dedo en las cribas que hicieron los oficiales nazis. Aunque la fortuna le acompañó, todas las noches le venía a la mente el mismo pensamiento: «He sobrevivido un día más; ¿lo conseguiré mañana?»

Además de las largas jornadas de trabajo forzoso y de la posibilidad de ser asesinado en cualquier momento, uno de los hándicap a los que tuvo que hacer frente, como el resto de presos de los campos de concentración, fue el escaso menú que recibían, basado sobre todo en caldos y un trozo de pan. Una situación que llevó a Alfonso Maeso a pesar 45 kilogramos hasta la liberación de Mauthausen. Quizá, por ello, desarrolló una fobia a comer en público, aparte de las secuelas físicas y psicológicas derivadas de tantos años de horror.

«Los recuerdos se hicieron tan pesados como las piedras que cargaban por las escaleras de la cantera de Mauthausen», afirma Ignacio Mata Maeso. Así, su tío abuelo, una vez en libertad, tuvo serios problemas para tomar decisiones por sí solo, ya que desde los 17 años estuvo acostumbrado solo a recibir órdenes. También tuvo pesadillas recurrentes, como una en la que escuchaba las botas de militares nazis acercándose hacia él. Por eso, tal vez, le costó hablar sobre ello durante muchos años.

Ni un solo homenaje

«Mauthausen nos convirtió en héroes», asegura en su testimonio Alfonso Maeso, afirmación con la que está de acuerdo su sobrino nieto. A juicio de Ignacio, «su acción fue absolutamente heroica, no sólo porque sobrevivieran, sino por cómo lo hicieron». De hecho, una de las cosas que destaca en el libro es ver cómo el ser humano, en muy pocos metros cuadrados, es capaz de lo peor y de lo mejor. «Entre los deportados españoles y los presos de los campos de concentración se creó una red solidaria mediante la cual se ayudaban los unos a los otros, e incluso algunos dieron su vida por unos ideales basados en la democracia, la libertad y el respeto por los derechos humanos», destaca el autor, quien lamenta que toda esa gente no haya recibido ni un solo homenaje en su país.

Y a modo de epitafio, el libro concluye con una frase lapidaria de su protagonista, Alfonso Maeso: «De Mauthausen tan sólo conservo mis recuerdos y una foto, en la que poso junto con mis compañeros de cautiverio en la gran plaza, con la puerta principal como fondo. Cuando muera, esa fotografía, un vetusto salvoconducto y este libro serán lo único que quede de mi paso por aquel templo del horror. Pero no me quejo. No aspiro a más. Yo, al menos, he podido contarlo».

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