Naida Abanovich, del plató de televisión a las colas del hambre
Tras su paso por el programa ‘La Voz Senior’, esta bielorrusa de 69 años sobrevive con una pensión de 420 euros y canta en un chaflán del centro de Palma mientras espera que la contraten en la temporada de bodas
«No soy mayor, soy ‘vintage’»: en ‘La Voz Senior’ el talento no tiene edad
Abanovich ganó ‘La Voz Senior’ un 28 de diciembre. El ‘talent show’ de Antena 3 la sacó de las calles de Palma, donde cantaba, y la llevó a un escenario televisivo de halagos y promesas. «Lo único que necesita no es suerte , sino justicia », bendijo la cantante Rosana. «Esto tiene que ser para todo el mundo, no sólo tiene que quedarse en las calles», valoró su 'coach', David Bustamante .
Dos años después, las palabras suenan como una inocentada. Ni premio en metálico ni contratos musicales ni el empujoncito que merecía. Naida sigue en la calle , no llega a fin de mes, comparte piso con dos personas y cada día acude a las colas del hambre de la parroquia dels Caputxins para recoger un bocadillo.
El único cambio es un cartel donde se anuncia como «La ganadora de 'La Voz Senior' 2020». Un reclamo que le sirvió los primeros meses hasta que la pandemia cortó de cuajo la buena racha. «Al principio la gente se paraba y me daba billetes de 50 y 100 euros . Un día, la farmacéutica de la esquina me entregó un sobre con 1.000 euros que le había dado una persona anónima para mí», recuerda. Ni una llamada de David Bustamante ni de nadie del equipo en todo este tiempo. «Pero es normal, ellos tampoco lo están pasando bien, no hay trabajo... Yo no pido nada. Está bien así», zanja sin acritud.
«Al principio la gente se paraba y me daba billetes de 50 y 100 euros», cuenta Abanovich
La vida de esta bielorrusa de 69 años bien podría ser una ópera trágica de las que interpreta. Vive sola en Palma desde hace 18 años , «triste pero acostumbrada». Fue hija única de una familia humilde pero con recursos para que pudiera estudiar canto y entrar en el Conservatorio de Minsk. A los 19 años se casó con Guénrij, un armenio cantante de ópera con el que tuvo dos hijos. Vivieron en Bakú (Azerbayán) hasta que empezó la guerra, y tuvieron que huir de su casa para que no les «cortaran la cabeza» . En Minsk, su tierra natal, se estabilizaron . Ella trabajando en la radio, la televisión y el auditorio; su marido, en el Teatro de Ópera y Ballet. «Pero para triunfar en la música no basta la voz», sentencia.
En 2003 su marido falleció por un ictus y sus hijos, de 26 y 22 años, estaban en paro. «Era muy difícil sobrevivir». Tatiana, una amiga que trabajaba de limpiadora en Mallorca, la animó. Así fue como aterrizó en Palma una primavera de 2004. «Y desde 2005 hasta hoy cada día canto por la calle» , resume con unas grandes gafas que protegen sus ojos convalecientes de una reciente operación.
Naida se levanta cada día a las seis de la mañana. Toma un café, arregla su habitación en un modesto piso compartido y se vuelve a acostar otra hora. Luego se acerca a las colas del hambre para pedir comida porque su pensión no contributiva de 420 euros apenas le da para pagar el alquiler. Sobre las 11.30 horas arrastra su carrito con el amplificador hasta el chaflán de la calle San Miguel con Olmos. Siempre lleva los labios pintados porque así no se le secan y canta mejor. Nunca usa micrófono porque le cambia la voz.
Vende su CD a 10 euros con los títulos manuscritos de su puño y letra. Las canciones están grabadas de forma casera. Confía en que en la temporada de bodas la contraten. ¿El caché? «Lo que puedan pagar» , responde mientras remueve el cestillo de propinas y recuenta las monedas: 12 euros y dos discos. «Mañana más, si no llueve».
