Una mujer brasileña cuenta cómo cayó en una red de trata de personas
Una mujer brasileña cuenta cómo cayó en una red de trata de personas - JUAN MANUEL SERRANO ARCE

«Vosotras habéis venido a ejercer la prostitución»

Una víctima de la trata de personas explica cómo entró, sin darse cuenta, a formar parte de una red delictiva

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Doce años han pasado desde que la protagonista de esta historia llegó a España. Aparentemente, esta joven brasileña -estudiante de derecho por aquella época- iba a pasar seis meses en Europa cuidando ancianos, niños, realizando labores de servicio doméstico... para conseguir el dinero que le faltaba para terminar de pagar la universidad. Sin embargo, tras falsas promesas, se convirtió en una víctima de la trata de seres humanos.

En una mesa redonda enmarcada en el ciclo «Libertad de circulación, derechos humanos y seguridad de las fronteras», de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, esta brasileña dio a conocer cómo, sin quererlo, se convirtió en víctima de la trata de personas. Esta joven estudiante, ante los problemas económicos que le impedían continuar con su formación, siguió el consejo de un grupo de amigas, que le presentaron a una chica que, apartentemente, iba a ayudarle a conseguir dinero trabajando en Europa.

Al principio se mostró reacia, pues no quería abandonar Brasil, pero la desesperación le llevó a aceptar, pese a que ella nunca se había dedicado a labores de servicio doméstico ni de cuidado de personas, de lo que se suponía que iba a trabajar. La que parecía ser su «mentora» logró ganarse su confianza en poco más de tres meses. La víctima la introdujo en su familia, le presentó a sus hermanas, a sus sobrinas. «Se convirtió en una de mis mejores amigas», sentencia.

Cuando la víctima se decidió, «su amiga» preparó todo el viaje, y el día del embarque le dio 500 euros para que pudiera entrar en Europa. Ese día, iba con seis chicas más, y llevaban billetes de ida y vuelta, ya que la excusa que pondrían para poder acceder a los países europeos era que iban de vacaciones. Tras unas paradas en Francia y en Vigo, llegaron a Valença, en Portugal, donde una furgoneta las esperaba.

«La primera semana no nos faltaba de nada. Nos trataron como reinas», dijo esta víctima. Al llegar, la mujer que se encargaba de ellas les pidió su pasaporte, haciéndoles creer que era por motivos de seguridad, para que no lo perdieran. Sin embargo, ese trato amable dejó de serlo al poco tiempo. Al cabo de una semana, las encerró a todas en una habitación. «El semblante de su cara había cambiado completamente». Les enseñó una lista con los gastos que habían tenido durante esa semana y les dijo: «No habéis venido a limpiar casas, no habéis venido a cuidar niños, no habéis venido a cuidar a personas mayores, vosotras habéis venido a ejercer la prostitución».

«Nosotras nos rebelamos -cuenta la víctima- Dijimos que nunca lo habíamos hecho en Brasil y que no queríamos hacerlo». Pero esta negativa no sirvió de nada, ya que a partir de este momento comenzaron las amenazas: «Tú vas a hacer exactamente lo que te estamos diciendo. En caso contrario, vamos a coger primero a tus sobrinas y las vamos a violar tanto a cada una de las dos hasta juntar todas las partes de su cuerpo y te vamos a mandar fotos de lo destrozadas que las vamos a dejar, y luego vamos a por tus hermanas», asegura que le dijeron. Así, esta víctima se vio inmersa en una red de trata de personas, de la que no veía manera de salir.

Sabía que si pedía ayuda se cumplirían esas amenazas, por lo que comenzó a ejercer la prostitución. «Me quedaba cada 21 días en un club porque decían que los clientes se hartaban de ver siempre a las mismas mujeres». Pasado un tiempo, la trasladaron a Sevilla, donde su calvario fue a mayores, tanto por el idioma -ya que no conocía el español- como por su entrada en el mundo de las drogas: «Me dijeron que si quería saldar rápido mi deuda con esa gente, tenía que aprender a tomar cocaína. Me transformé en la que más bebía y en la que más se drogaba, porque desgraciadamente, los clientes que más pagan son los que consumen cocaína».

No encontraba escapatoria, sabía que si intentaba huir, las amenazas se cumplirían. «Nos crean cadenas mentales. Yo no puedo huir porque mi familia también lo salda, y me sentía culpable de tener la vida de mi familia en las manos de esta gente», cuenta.

Sin embargo, considera que su traslado a Madrid fue lo mejor que le pudo pasar. En ese momento, había perdido la noción del tiempo y de la realidad. «Bebía tanto y me drogaba tanto que ya creía que mi vida era esa», confiesa. En un momento determinado, se cruzó en su camino una mediadora de APRAMP (Asociación para la prevención, reinserción y atención a la mujer prostituida), y tras casi un año, decidió aceptar su ayuda. «Llegó un día en el que un cliente me llevó hacia su casa y me quedé quince días con él. Fue cuando generé a esa gente 18.000 euros, y decidí que hasta aquí habíamos llegado», relata.

Ese día pidió a la dueña del club en el que ejercía que le devolviera su pasaporte, pues se marchaba. Sin embargo, esta no lo aceptó, y llamó a los de seguridad para que se encargaran de ella: «Ese día fue la paliza de mi vida. Antes tenían cuidado para no dejar muchas marcas, pero ese día no tuvo reparos». A través del móvil de una compañera -el suyo se lo habían quitado al decir que se iba- logró llamar al teléfono de atención que la mediadora le había dado. «Les dije que necesitaba salir de ahí, viva o muerta».

La recuperación no fue sencilla, pero ahora esta mujer se dedica a ayudar a mujeres que sufren la misma situación que ella vivió, y lucha por que acabe esta trata de personas, sobre todo mujeres. «Dicen que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo, pero el oficio más antiguo del mundo es seguir mirando hacia el otro lado».

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