Agentes agredididos en Alsasua

«Esa sensación de odio y rencor por ser guardias civiles no la he sentido nunca»

Las víctimas relatan el terror de la agresión y el aislamiento social vivido en Alsasua

Declaración de los agresores de Alsasua
Luis P. Arechederra

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«Esa sensación de odio y rencor por ser guardias civiles no la he sentido nunca. Estoy acostumbrado a situaciones violentas, pero esa situación no la he vivido. Temí por mi vida porque estábamos en inferioridad». Con esa cruda descripción relató ayer el sargento de la guardia civil agredido en Alsasua los sentimientos que recorrieron su cuerpo mientras era golpeado.

El eco del acoso etarra contra quienes no pensaban como ellos revivió ayer en la Audiencia Nacional. Los muros del tribunal que enjuicia la agresión sufrida por dos guardias civiles y sus parejas en Alsasua en 2016 se estremecieron ante la declaración como testigos de las cuatro víctimas, a las que todavía se les corta la voz al recordar el ataque. El sargento, el teniente, y sus respectivas parejas, narraron el terror vivido en la madrugada del 15 de octubre, previa de un día festivo, y el aislamiento social sufrido en la localidad del norte de Navarra, donde todavía residen dos de las víctimas.

La novia del teniente, María José, que residió en Alsasua desde los tres años hasta la noche de la agresión, alzó la voz para denunciar el vacío al que le ha sometido el que siente como su pueblo. «Perdí mi vida entera. Me da miedo volver, no puedo estar sola en Alsasua, ni para sacar a mi perra», manifestó la víctima, de 21 años, cuyos padres todavía viven en el municipio y regentan el bar de los jubilados.

Con madurez y emoción, la agredida admitió que asumía que muchas personas del municipio iban a retirarle el saludo al comenzar a salir con el guardia civil, en marzo de 2016. «Yo no puedo dejar que me digan con quien puedo salir», replicó María José , que añadió que, tras el ataque, su vida y la de sus padres se convirtió en un «infierno». Además de rajarle las ruedas del vehículo o destrozar la máquina recreativa del bar, colocaron pancartas ofensivas contra ellos. «La que más se me ha quedado clavada es una pancarta bastante grande al lado de mi casa que decía, en euskera: "El pueblo no perdona”».

Tras la agresión, también llegaron las secuelas psicológicas. «Me sentí sola, traicionada, y pensé quitarme de enmedio» , relató María José, que reconoció que tuvo ideas suicidas por las que acude al psiquiatra. Al explicar tales episodios, la novia del teniente reveló que el lunes por la tarde se sometió a una prueba contrapericial solicitada por los abogados de las defensas, que buscan desvirtuar el daño alegado por la víctima. María José denunció ayer que un psiquiatra le cuestionó por la dimensión del caso, en el que la Fiscalía acusa por terrorismo, y por su ideología. «No era necesario, yo soy víctima y lo único que hice fue denunciar», explicó tajante.

«Mi profesión la conocían perfectamente»

El primero en declarar, el teniente, de 27 años, desveló que los veteranos del cuartel le avisaron cuando llegó, un año antes de la agresión. «Me advertían de que anduviera con cuidado, que no sacara a la familia por el pueblo» . Óscar, que narró que temió por su vida durante el ataque, explicó que se empeñó en abrir las puertas de la Guardia Civil, para dar a conocer su labor al pueblo. Pero «el clima era peculiar», insistió en varias ocasiones. También ubicó a dos acusados, Jokin Unamuno y Adur Ramírez de Alda, en el movimiento Ospa, el colectivo que canaliza las hostilidades contra los agentes en Alsasua. «Mi profesión la conocían perfectamente» , dejó claro.

El sargento, que tenía 33 cuando sucedió la agresión, relató que ahora viven aislados del pueblo, a pesar de tener una niña pequeña. Van incluso al médico en otro pueblo. «Vivimos constantemente pidiendo perdón y nosotros somos los que hemos sido agredidos», lamentó la novia del sargento, entre sollozos. También explicó que algunos vecinos le han confesado que el entorno de los acusados trata de identificarla. «Una es una puta traidora y la otra es una putilla que han traído al cuartel» , manifestó en voz alta un paisano en el supermercado, con Pilar presente. Ella calló para no delatarse.

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