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Rajoy, su mujer Viri Fernández y Saénz de Santamaría en el balcón de Génova las elecciones de diciembre de 2015 - EFE

Sánchez también hizo creer a Rajoy que se abstendría si Rivera le apoyaba

Rajoy vivió sus días más críticos hasta que el ya exdiputado perdió la investidura

Madrid Actualizado: Guardar
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Pedro Sánchez también le dio a entender a Mariano Rajoy que se abstendría. ABC ha podido reconstruir los diez meses que siguieron a los comicios del 20 de diciembre en los que España quedó varada sin Gobierno. Esta es la crónica de la estrategia del líder del PP que describía muy bien el portavoz del PNV Aitor Esteban hace tres días en la tribuna del Congreso: «Rajoy suele vencer más por cerco o inanición que por abordaje». Esa crónica arranca en julio, fecha clave en la «operación investidura». Sánchez sostiene en un almuerzo con González que se abstendrá, mensaje que también traslada a Rajoy y a otros interlocutores de su partido, pero en secreto pone en marcha un plan para alcanzar la Presidencia con el respaldo de Podemos y de los independentistas catalanes.

Tal es su temor a que pueda filtrarse algún detalle, que evita las conversaciones telefónicas con Pablo Iglesias. La intención del dirigente socialista es conformar un gobierno monocolor con el apoyo explícito de Podemos, la abstención de Ciudadanos y el silencio cómplice de los soberanistas catalanes, a los que trata de convencer de que aparquen temporalmente el referéndum separatista a cambio de una reforma de la Constitución «ad hoc». Para atraer a Rivera, la dirección socialista cuenta con el pánico que desata en la fuerza naranja una tercera convocatoria electoral.

Rajoy, que es informado por un compañero del PP amigo de dos barones socialistas de las gestiones de Sánchez, entra en contacto con Albert Rivera para cumplir la condición exigida por Ferraz: pasar de los 137 votos a 170 sumando a Ciudadanos y a Coalición Canaria. En el partido naranja se ha abierto un debate, tras el 26-J, sobre la necesidad de no concurrir a unos terceros comicios habida cuenta de que los segundos se han saldado con casi 400.000 votos menos. Ha descartado ya, para desgracia de Sánchez y fortuna de Rajoy, compartir mesa con Iglesias.

El presidente en funciones y un reducido equipo de confianza negocian con Ciudadanos 150 medidas reformistas, algunas calcadas del pacto suscrito con Sánchez y que le llevó a la investidura fallida de primeros de marzo. Aunque según ha sabido ABC de fuentes populares, Rivera pide que no se haga pública la oferta, Rajoy le plantea formalmente designarle vicepresidente de su futuro Gobierno y pone sobre la mesa la entrada de hasta cinco ministros del nuevo partido. El político catalán rechaza el ofrecimiento pero accede a cambiar, previa aceptación de seis exigencias, la abstención por un sí en la investidura de agosto.

Asume la decisión

Ahora es Rajoy el que tiene que mover ficha. Las líneas rojas de Rivera en materia de regeneración, mucho más rigurosas que las acordadas con el PSOE, suponen la expulsión de sus filas de cualquier cargo público que sea investigado y en Génova no faltan candidatos. En el partido no hay consenso ya que se concluye que una medida tan drástica acaba con el principio de presunción de inocencia; pero el presidente toma una decisión inesperada: no lo consultará a sus cruadros sino que asumirá él la decisión. La explicación interna es taxativa: «Rajoy no le iba a dar esa baza a Rivera sometiendo a su partido a un debate tan delicado». Se lo arroga él, como ya hizo en enero cuando se niega a concurrir a la primera investidura que sabía perdida, tras el 20-D. Por eso, explican esas fuentes a ABC, hace una semana dio las gracias a sus compañeros. Era una manera de admitir públicamente que sin su complicidad él no hubiera sido investido ayer presidente. La contención interna había sido clave.

En el entorno del jefe del Ejecutivo confirman una evidencia: Rajoy sufre, desde enero a la investidura fallida de Sánchez en marzo, sus peores meses. Ha declinado el encargo del Rey de formar Gobierno tensando las relaciones con La Zarzuela pero sabedor de que la mayoría del partido le secunda. Un colaborador recuerda una ironía oída en Moncloa: «Los listos de Madrid no lo entenderán pero los bobos de toda España lo han entendido perfectamente». O lo que es lo mismo: aunque algunas voces en los intrigantes cenáculos madrileños cuestionan la espantada, la masa crítica acepta el quiebro. De hecho, Rajoy ha puesto a remojar sus barbas desde el 19 de enero cuando Paulo Portas, vicepresidente en el Gobierno de su amigo el portugués Passos Coelho, visitó informalmente a Soraya Sáenz de Santamaría y le advirtió de que la caída del Gobierno luso de centro-derecha se sustanció en un Pleno de confianza en el Parlamento que «descuartizó» al ya exmandatario y conformó una mayoría de izquierdas. Rajoy arguye en privado que «yo no voy a esa investidura a que me escabechen, porque lo que tengo que defender es la victoria de mi partido».

Tanto es así, que su segunda batalla es sofocar alguna voz interna que llega a reclamarle una abstención para dejar gobernar a Sánchez con Ciudadanos. «Solo cuando fracasa la investidura del dirigente socialista –recuerdan en Moncloa– se empieza a entender la estrategia de Rajoy», que todavía se refuerza más cuando en junio sube 14 escaños y 700.000 votos.

En el mes de julio el propio Sánchez que, como Rivera, ha echado sus cuentas y comprobado que una tercera cita electoral empeoraría sus 85 escaños de junio (cinco menos que en diciembre), reconoce por separado ante los presidentes González y Rajoy que con 170 escaños tendrá que abstenerse. Por eso, el desde ayer exdiputado pronuncia el 13 de julio una enigmática frase que matiza aquel «no es no»: «A día de hoy –sostiene en el Congreso– me reafirmo en mi voto en contra». Ese «a día de hoy» es interpretado como una inesperada sordina que abre la puerta a la abstención. No se equivoca quien así lo traduce.

Altas masivas en el PSOE

Así que cumplida la condición de sumar a Rivera, Rajoy acepta presentarse a la investidura de finales de agosto, condición que también exigen en privado los críticos de Sánchez, con Javier Fernández a la cabeza, para poner en marcha los movimientos que terminarán con el cese de éste en el comité del 1 de octubre. Hasta los oídos de los que serán nuevos responsables de Ferraz llega incluso una operación de altas masivas de nuevos afiliados en el PSOE, procedentes de Podemos, para infiltrarse en las bases de esa fuerza, significativa piedra angular del discurso autolegitimador de Sánchez. Por eso el presidente asturiano adiverte de que «el PSOE se estaba podemizando».

Rajoy llama a Sánchez tres veces para anunciarle que su parte del trato está cumplido. Sin embargo, en Ferraz no se atiende la llamada y solo es en la cuarta ocasión cuando el secretario general accede, a petición del Gabinete del presidente, a reunirse. El 29 de agosto esa cita se celebra pero el líder socialista ya acaricia «el Gobierno del cambio» y despacha el encuentro con un displicente «ha sido una reunión perfectamente prescindible». Un mes después cae. Y ayer dejó su escaño para empezar de nuevo.

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