La magistrada Samantha Romero preside el tribunal que juzga el caso Nóos
La magistrada Samantha Romero preside el tribunal que juzga el caso Nóos - EFE

Samantha Romero, la seriedad y el rigor de una juez

La presidenta del tribunal en el juicio del caso Nóos empieza a ser conocida a nivel popular una vez cumplida la primera semana del proceso

/ Palma de Mallorca Actualizado: Guardar
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La juez Samantha Romero (Palma, 1972) supo que presidiría el tribunal del juicio del caso Nóos el pasado mes de noviembre, después de que el juez inicialmente designado, Juan Pedro Yllanes, hubiera solicitado la excedencia. Yllanes había decidido aceptar la oferta de Podemos para encabezar la lista electoral por Baleares en las elecciones del pasado 20 de diciembre. Ahora ya es diputado. De Yllanes sabíamos que, además de juez, era también actor aficionado y buen cinéfilo. De Romero conocemos casi sólo datos profesionales, que se licenció en Derecho por la Universidad de las Islas Baleares (UIB), que estuvo nueve años en la Audiencia de Tarragona y que en su momento aprobó las oposiciones para ser juez o fiscal.

Y escogió ser magistrada. La opinión que tienen de Romero fiscales, abogados y jueces se podría sintetizar en dos palabras: «seriedad y rigor».

Completamente alejada de la mediática imagen de los «jueces estrella», Romero sabía, sin embargo, que semanas atrás muchos ojos estarían puestos en el tribunal que preside, a la espera de saber si Doña Cristina tendría que sentarse finalmente en el banquillo de los acusados en el juicio del caso Nóos. La incógnita se resolvió el pasado 29 de enero, en un auto de esos que tanto nos hacen sufrir a los periodistas: largo —84 páginas—, complejo y con numerosas referencias a la jurisprudencia existente. Las tres integrantes del tribunal, Rocío Martín, Eleonor Moyá y la propia Romero consideraron finalmente que no se podía aplicar la «doctrina Botín» a la Infanta. En el auto, con el que se puede estar o no de acuerdo, no había esas reflexiones irónicas que de vez en cuando aparecen en los escritos del juez instructor, José Castro. Solamente, seriedad y rigor.

Tras la resolución del tribunal presidido por Romero, el maestro Ignacio Camacho escribió una columna en la que señalaba, con razón, que «su fallo habría sido igual de impecable y honesto de haberse inclinado por la exoneración de la acusada». Pero en ese caso, «la resolución no hubiese contado con el general beneplácito de una sociedad mayoritariamente partidaria de someter a la Infanta a la anticipada pena de escarnio», una sociedad que hubiera hablado de la doble vara de medir imputados. «Porque el consenso popular sobre la virtud de la justicia se basa en la coincidencia de sus veredictos con la convicción emotiva de una masa social que desconoce los fundamentos y las garantías del Derecho», señaló.

Por fortuna, en nuestro país no siempre fue así. Antes de que las tertulias y las redes sociales lo copasen todo, haciéndonos subir cada día un poco más la tensión arterial, podía hablarse con un cierto sosiego de muchas cosas, también de cualquier resolución judicial. Parafraseando a Albert Camus, podríamos decir que casi todo lo que los españoles sabíamos hasta hace poco sobre la justicia nos lo había enseñado el cine. El buen cine. En el caso del gran pensador francés, era el fútbol el que le había enseñado casi todo lo que sabía sobre la vida. Gracias a las películas, empezamos a familiarizarnos hace tiempo con los entresijos de cualquier proceso judicial. Ahí están, por ejemplo, clásicos como «Testigo de cargo», «Matar a un ruiseñor» o «Veredicto final», que, por cierto, son tres de las películas favoritas de Yllanes, no sabemos si también de Romero.

Gracias al cine, aprendimos que los juicios son casi siempre muy largos y aburridos, y que, salvo excepciones puntuales, los fiscales son meticulosos, los abogados son a veces algo teatrales, los jueces son precisos y los acusados en algunos casos pueden ser inocentes. Todo esto, que antes sólo formaba parte de una ficción que veíamos en una gran pantalla, es hoy algo real, que podemos ver y seguir casi minuto a minuto. Así ha pasado en la primera semana del juicio del caso Nóos. El fiscal Pedro Horrach ha sido meticuloso, algunos abogados han sido algo teatrales y Romero ha sido precisa, por su actual condición de juez, y meticulosa, por su antigua condición de fiscal. Pero aún falta algo de tiempo para saber si algunos acusados serán al final también inocentes.

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