Ripoll: el pueblo de los terroristas que se afana en pasar página

Un año después de la masacre, el tranquilo municipio gerundense lucha por recomponerse. Los atentados del 17 de agosto no quebraron la convivencia

El tranquilo pueblo de Ripoll trata de recuperar la normalidad Inés Baucells

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«Lo que ha pasado no lo podremos olvidar nunca; nuestra religión no es eso» . Lo explican mientras toman café y té con menta en las mesas del bar Esperanza, de la calle Progrès de Ripoll, pueblo en el que vivían y se criaron la mayoría de la decena de jóvenes terroristas de la célula que el 17 de agosto pasado acabó con la vida de 16 personas e hirió a más de 130 en sendos atentados en Barcelona y Cambrils.

El bar, muy cercano a la mezquita donde el imán Abdelbaki es Satty indujo a los jóvenes a pertrechar los atentados, es un punto de encuentro habitual para los vecinos musulmanes de Ripoll. En sus paredes cuelgan bufandas del Barça y del Madrid, y un programa de televisión árabe suena de fondo, sin que los clientes, que charlas entre ellos, le presten demasiada atención. En este contexto, en una conversación con este diario, insisten en desvincular la religión islámica y la comunidad musulmana de la masacre perpetrada por jóvenes radicalizados del pueblo en un centro de culto situado a pocos pasos del bar. «Somos gente de paz». «El islam de la paz», repiten una y otra vez.

Las heridas no han cicatrizado. Algunos de los clientes se incomodan recordando lo que sucedió un año atrás en Barcelona, cuando una furgoneta conducida por el joven Younes Abouyaaqoub , al que conocían de toda la vida, arrolló a decenas de personas en un zigzagueo de más de 500 metros por La Rambla . Horas después, otros cinco miembros de la célula se cebaron con Cambrils. Armados con un hacha y cuatro cuchillos recién comprados intentaron otro atropello hasta que fueron abatidos por los Mossos.

La comunidad musulmana de Ripoll nunca podrá olvidar lo sucedido. En el bar, mientras unos se levantan de sus mesas para no participar en una conversación que les incomoda , otros no tienen problema en rememorar los atentados porque «no hay nada que ocultar» . «Lo que ha pasado quedará siempre», coinciden en señalar los clientes del Esperanza. Conocen de toda la vida a los padres de los terroristas, también marroquíes. «Lo están pasando muy mal».

Los jóvenes -muertos unos, y entre rejas otros- se criaron en el municipio. Eran un puñado de adolescentes, tres de ellos menores, que habían compartido juegos y pupitres con jóvenes de su edad. Aparentemente integrados, hablaban perfectamente catalán y castellano. Trabajaban en la localidad y no les faltaba de nada, coinciden los vecinos. Todo hasta que Es Satty recaló en 2016 en Ripoll para hacerse cargo de la mezquita. Nada hacía presagiar que hubieran estado maquinando en los meses anteriores al 17-A una gran matanza, supuestamente guiados y radicalizados por el imán. Un hombre con un carácter «muy serio», según los vecinos, que también frecuentaba el bar Esperanza , y que antes de aterrizar en Ripoll había cumplido cuatro años de cárcel en Castellón por tráfico de drogas. Queda por averiguar cómo Es Satty pudo persuadir a unos jóvenes que hasta entonces no habían mostrado mucho celo religioso. Deberá aclararse también si actuó por su cuenta o si recibía indicaciones de islamistas en el extranjero. El imán murió en la explosión del chalet de Alcanar (Tarragona) , donde los terroristas habían instalado su laboratorio y preparaban decenas de kilos de explosivos. El accidente del 16 de agosto en el que era el principal centro de operaciones del comando, por una detonación fortuita, dio al traste con sus preparativos -que podrían haber supuesto una matanza aún mayor- y precipitó los ataques del día siguiente en Barcelona y Cambrils .

El imán Mohamed el Onsre, después de la oración, en la mezquita de Ripoll donde su antecesor radicalizó a los terroristas del 17-A Inés Baucells

La masacre conmocionó a Cataluña, a toda España y, con más razón, a Ripoll. La comunidad musulmana ha luchado estos meses por recomponerse . Buscaron a un imán que se ocupase de la mezquita de la calle Progrés, a la que siempre acompañará el estigma del 17-A. El presidente de la comunidad islámica Annur de Ripoll, Ali Yassine, no lo tuvo fácil para dar con la persona adecuada. Tardó en encontrar a un imán que sustituyese al salafista que había sido guía espiritual e instigador de los terroristas.

Finalmente, desembarcó en el centro de culto Mohamed el Onsre. Es un hombre afable, que lleva 17 años en España -pese a lo que todavía tiene dificultades para expresarse en castellano-, que vive con su mujer en la localidad y tiene cinco hijos. Tanto la comunidad musulmana como fuentes municipales coinciden en señalar su trato amigable y que es una gran persona . En una conversación con este diario, en el mismo centro donde su antecesor radicalizó a los jóvenes yihadistas, asegura que la comunidad recupera poco a poco la normalidad. «Todo está bien ahora». Al igual que los clientes del Esperanza, algunos de ellos asiduos a ese centro de culto, el imán intenta separar la religión islámica de los actos terroristas del 17-A. «Porque haya una persona mala, no somos todos malos». Frecuentan el centro de culto padres y madres de algunos de los terroristas. No se les discrimina. «Ellos lo están pasando muy mal», asegura el imán.

En busca del «por qué»

La comunidad islámica supone el 8 % de los poco más de 10.000 habitantes de Ripoll , según fuentes municipales. Núria Perpinyà, responsable de comunicación, participación y conocimiento del Ayuntamiento y técnica de convivencia comunitaria, hace balance de los últimos 12 meses. Aunque el doble atentado marcará para siempre la vida de la localidad, asegura que no han afectado a la convivencia entre la comunidad musulmana y el resto de vecinos. No hay más racismo. Siempre ha habido, de forma residual, pero con los atentados no se incrementaron. Perpinyà lo resume así: «La noticia es que no hay noticia».

Los atentados fueron un «shock» para Ripoll. La conmoción en el pueblo gerundense fue total en cuanto a las pocas horas de los atentados se desveló que los terroristas eran del municipio . El clima de convivencia es bueno, según el Ayuntamiento, pero ultiman un plan de convivencia para cicatrizar heridas y evitar futuros episodios de radicalización entre los jóvenes. Investigan las causas de lo sucedido para que no se repita.

El pasado nunca se va. La huella de los atentados quedará para siempre en el imaginario colectivo de los vecinos, pero Ripoll lucha por lograr que el golpe emocional del 17-A se limite a una cicatriz.

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