Manuel Marín

El PSOE condena al militante a un conflicto «de conciencia»

Venza quien venza en las primarias, habrá un cisma inevitable a base de purgas internas, abandonos voluntarios y renuncias forzadas

Manuel Marín
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El PSOE afronta el ecuador de su campaña de primarias en un estado de ruptura emocional irrecuperable y bajo la consigna ciega de la laminación del rival y la demolición de lo que representa. No habrá prisioneros en esta guerra después del 21 de mayo. Es más, el estado de desolación colectiva de una campaña entre insultos y acusaciones cuasi-delictivas entre candidatos se ha agravado en los últimos días con la sentencia dictada por el que fuera primer ministro francés Manuel Valls, tras ver cómo las urnas han aniquilado el socialismo galo en apenas dos años: “El Partido Socialista ha muerto”. Un modelo ejemplar para la socialdemocracia de toda Europa, y en especial para el PSOE, ha sido incinerado sin pena ni gloria en Francia, actuando además como un bloque de hormigón encadenado a los pies de otros partidos socialistas en proceso de refundación.

Es unánime la convicción de que, venza quien venza en las primarias del PSOE, habrá un cisma inevitable a base de purgas internas, abandonos voluntarios y renuncias forzadas. El odio personal entre candidatos es tan intenso que no habrá recuperación posible del bando perdedor. El tono apocalíptico que ha alcanzado esta campaña no es una exageración de periodistas. Es Patxi López, uno de los contendientes, quien habla sin tapujos ni circunloquios de «suicidio colectivo» y de riesgo inminente de«desaparición» del PSOE. Y es él quien ha lamentado sin eufemismos que «nos estemos matando».

Llegado a este punto, el PSOE ya no ofrece noticias. No hay novedades ni filtraciones. No hay cálculos y no hay información exacta y fiable. Todo se dirime en una atmósfera de ansiedad colectiva y temor creciente por un próximo proceso de ruptura, y nadie es capaz de prever cómo influirá realmente la presión de cada aspirante sobre un voto íntimo y secreto en unas urnas colocadas sobre tierra quemada. El manejo de las bases ya no responde a criterios objetivos ni obedece a las maniobras de los cuadros medios en busca de apoyos militantes. Por eso, la única certeza es que el recuento de votos será una agonía, más aún con el antecedente de la colecta de avales, la manta de sospecha lanzada por el equipo de Pedro Sánchez sobre la gestora, y la irritada sorpresa de Susana Díaz por la capacidad movilizadora demostrada por el un exsecretario general revivido.

En este ecuador, el parte de guerra es preocupante. Un alcalde murciano partidario de Pedro Sánchez acusa a la gestora de actuar como «la mafia» y se mofa de Susana Díaz llamándola «la faraona». Rodríguez Zapatero, partidario de Díaz, replica exigiendo «reflexión, respeto y educación», y Eduardo Madina explota diciendo «basta ya de insultos». Patxi López revela que durante la recogida de avales hubo «coacciones» a militantes. El «pedrismo» acusa al equipo de Susana Díaz de filtrar informes a relevantes diarios económicos norteamericanos sosteniendo que el triunfo de Sánchez conllevaría a España a un cataclismo inversor, y Josep Borrell aprovecha la presentación de un nuevo libro para tratar de blanquear la imagen de Sánchez y dibujarlo como un moderado y no un radical ansioso de pactar con el independentismo.

A la vez, Sánchez cambia cada semana su punto de vista sobre si Cataluña es o no una nación en función del lugar en el que busque el voto del militante, y Fernández Vara, declarado «susanista», revela que lo que está en juego no es solo un nuevo liderazgo, sino un modelo de partido roto en dos tesis antagónicas sobre el modelo de Estado. Ya el clásico bálsamo del federalismo no es suficiente para unos y otros porque lo que está en cuestión es si el PSOE apoya o no la unidad de España, y por tanto la Constitución. Para contribuir al hundimiento desde la extrema izquierda populista, un senador de Compromís en presunto auxilio de Sánchez llama «gusana» a Díaz, rompe una fotografía suya en el pleno del Senado, y culmina con un muy democrático «qué asco de señora…». Y para mayor confusión en la campaña, el propio Sánchez descarta ahora la «unidad de acción» que en enero sí propiciaba con Podemos, y la sustituye por una indefinible «alianza social de progreso». Es, en definitiva, una campaña tan podo edificante en las formas como premonitoria de que en el fondo nada halagüeño espera al nuevo PSOE.

En este ambiente bélico, el militante medio debe decidir su voto sin siquiera poder atender a la letra pequeña de esta campaña, que es realmente la que mantiene ese halo de desguace inminente ocurra lo que ocurra. Por ejemplo, varios barones regionales ya han puesto abiertamente en cuestión el propio mecanismo de primarias puras porque contribuye a pervertir la democracia representativa interna y, sencillamente, porque son inmanejables. De que venza Díaz o gane Sánchez dependerá la supervivencia de las actuales primarias tal y como están hoy reguladas, porque el actual «aparato» provisional del PSOE no está dispuesto a pasar por el mismo trance de nuevo si Díaz logra el triunfo. Primarias con doble vuelta, o erradicación del sistema como tal, son opciones que podrán manejarse en el futuro.

Tampoco el militante de base está al tanto de lo que pueda ocurrir en el mes que transcurrirá entre las primarias y el congreso federal, cuyos delegados son militantes «controlados» por las actuales estructuras del «aparato», y que a la larga son quienes han de refrendar a los miembros de la Ejecutiva y del Comité Federal, entre otros órganos internos. En ese mes, el cisma puede reproducirse aún de forma más dramática que ahora, en la medida en que un eventual triunfo de Sánchez tendría que verse oficialmente avalado por unos delegados-cuadros del partido que a priori son hoy mayoritariamente «susanistas». De este modo, puede darse la circunstancia de que dirigentes críticos con Sánchez tuviesen más peso en los órganos de dirección que el propio secretario general, de modo que todo este proceso de «costura de heridas» vivido desde el 1 de octubre llegaría a ser inservible. Y en los congresos regionales de los próximos meses, el proceso de purgas sería casi sangriento.

Un militante de base, de convicción y trayectoria pero ajeno siempre a la política activa, confesaba días atrás su desolación por el espectáculo, y revelaba su conflicto interno de conciencia: votaría a uno con la cabeza –resultados mandan- y a otro con el corazón –mandan las emociones-. No ha resuelto aún su duda. Son las otras dos almas del PSOE.

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