Una patrulla con la Policía en La Línea: sin prismáticos contra narcos que llevan «tanques»

Las jornadas se saldan con varios identificados, alguna detención, persecuciones y, en el peor de los casos, con tiroteos

Un coche patrulla de La Línea equipado con un arma larga NONO RICO / Vídeo: La Línea, donde los narcos comen en la mesa de al lado
Enrique Delgado Sanz

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En el aparcamiento de la comisaría de Policía de La Línea de la Concepción no cabe un coche más. Pero no es porque haya muchos automóviles del Cuerpo, sino porque está lleno de vehículos de alta gama requisados a los narcos. Son tantos que incluso ocupan el espacio reservado en la calle para los agentes. Audi, Mercedes, BMW... las principales firmas de alta gama se dan cita en este parque móvil improvisado y la mayoría tienen desperfectos, probablemente fruto de alguna persecución.

«Esta ciudad es impredecible, nunca sabes lo que va a pasar», comentan dos «zetas» al acomodarse en sus asientos antes de empezar la patrulla en una fría tarde de marzo. Entre ambos agentes, una escopeta . «Las patrullas no pueden salir sin una», aseguran y por delante varias horas de trabajo para escudriñar los rincones de una ciudad de apenas 63.000 habitantes pero con al menos cuatro barrios conflictivos donde la droga condiciona la vida y en los que los vecinos se ponen de parte de «los malos» cuando la ley intenta imponerse.

La ruta empieza justo en el barrio que linda con La Atunara, San Bernardo. Se trata de una barriada deprimida donde los bloques de viviendas, de no más de cuatro alturas, se alinean dejando entre sí descuidadas plazoletas donde los coches aprovechan para aparcar y las pandillas para conspirar . Detrás de las ventanas siempre hay ojos avizor, más aún cuando patrulla la Policía. El deterioro de estas viviendas contrasta con el precio de los vehículos aparcados, detalle que ayuda a explicar cómo allí, en lo alto de una de estas casas, la Policía desarticuló recientemente un radar utilizado por los narcos: «Ahí, en el edificio rojo lo tenían y nosotros no tenemos ni unos prismáticos».

Un joven, presuntamente involucrado en el contrabando de tabaco, con los agentes NONO RICO

Avanza la tarde y la patrulla sale al paseo marítimo, donde no hay una típica estampa de playa: los altos bloques de apartamentos ceden su espacio a las casas bajas de pescadores, como las de la calle Canarias, una estrecha arteria del barrio de La Atunara donde los «puntos» -los encargados de «dar el agua»- campan a sus anchas para facilitar el ilegal trabajo de los narcos. Las viviendas allí son casas bajas de pescadores, de una sola planta -aunque algunas incluso lucen torreones para vigilar a los agentes - y están separadas por estrechísimos callejones que utilizan los narcos para burlar a la Policía. Las casas también tienen dos puertas, una a cada lado, que permiten a los delincuentes atravesarlas con facilidad para escapar, siempre que no sean capaces de hacerlo por sus propios medios a través de las intrincadas calles de este barrio, donde tampoco es raro que los vecinos aparquen sus vehículos de forma incorrecta para impedir el paso de los coches policiales.

La Atunara queda atrás y es turno de ver qué pasa en El Zabal, un barrio de lujosas viviendas construidas de manera ilegal. Una de las fincas más ostentosas hasta recibe el nombre de «Villa Narco». En otra, un azulejo reza la siguiente frase: «Las mejores visitas son las más cortas» . Toda una declaración de intenciones de su dueño, un traficante que, como sus vecinos, también utiliza su finca como «guardería» de los miles de kilos de hachís que introducen por las playas de La Línea. Todo el lujo que hay en el interior de estas viviendas, protegidas por enormes muros de hasta tres metros y sistemas de videovigilancia contrasta con la decadencia de los calles donde se ubican: no están ni asfaltadas. De hecho son caminos y, por si fuera poco, presentan profundos socavones que tienen una función más que definida. Es una estrategia para dificultar la labor policial en la zona: no es lo mismo pasar por ahí con enormes todoterrenos - «tanques», como dicen los agentes- que con un coche patrulla.

«¡Código diez!», interrumpe la emisora. «Ya sé que estáis vosotros aquí pero nosotros debemos trabajar igualmente», se excusa uno de los policías antes de que su compañero, al volante, guíe a toda velocidad el coche -uno de los tres que Zoido incorporó a la dotación recientemente- por las calles y avenidas de La Línea. 70, 80, 90 y hasta 100 kilómetros por hora mientras le sirena no para de sonar y los coches se apartan como pueden para dejar paso en las rotondas. Al parecer habían capturado a un hombre en busca y captura. Sin embargo, las triquiñuelas de los narcos parecen infinitas y en realidad sólo era un cebo: el coche era del perseguido, pero él no lo conducía, sólo se lo había dejado a otra persona para despistar.

Menos habilidoso estuvo un conductor en la barriada de Los Junquillos, una zona marginal donde el trapicheo de drogas duras, como la cocaína, está a la orden del día. Mientras los agentes explican estas peculiaridades, un coche blanco dobla derrapando una esquina y la sirena se vuelve a encender. El conductor acaba detenido: «No tenía ni permiso de conducir». Los vecinos, eso sí, aprovechan la ocasión para increpar a los efectivos policiales.

«Turno de noche»

Y al caer la noche, empieza el baile. En los aledaños de la valla con Gibraltar los «puntos» ya están dispuestos y escasos pero sospechosos vehículos aguardan en los aparcamientos de la zona. La emisora vuelve a sonar: otra patrulla está en los bajos de un edificio identificando a una decena de chicos que buscaban introducir tabaco de contrabando en La Línea. Hasta las motos, cubiertas de arena y con tacos en las ruedas, estaban preparadas y, como confirman los agentes, todos los chicos «están fichados».

Continúa la ronda por la zona con un vistazo a un campo de fútbol de tierra y sus rincones cercanos. En uno de estos caminos hay dos caravanas aparcadas y, entre ellas, un coche de hace 20 años. Los cristales están empañados y todo apunta a una parejita enamorada. Pero no, lo que empañaba los cristales era humo y ese coche era otro «punto». En su interior, dos hombres fumaban y tenían escondido un walkie talkie para dar el agua a su red y facilitar el contrabando de tabaco.

Con el walkie requisado es momento de volver al punto base. La tarde ha acabado y queda mucho papeleo por hacer para justificar todas las intervenciones. «Ha sido una tarde tranquila», espetan los agentes. Cómo serán las que no son tan tranquilas.

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