Con los ojos abiertos

La fuerza inexorable de la ley, representada por una diosa en el techo de la sala, gravitó en una sesión en la que los abogados intentaron deslegimitar la Justicia

El banquillo de los acusados, en el juicio al procés EFE
Pedro García Cuartango

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Oriol Junqueras tiene un absoluto dominio de su cuerpo . Se mantiene erguido, mirando al tribunal, sin girarse ni un momento hacia el público. Visto desde atras, su poderoso cuello transmite una impresión de firmeza. Sólo al final de la sesión de ayer se permite un instante de flaqueza y echa un vistazo a lo que sucede a sus espaldas. Ni siquiera hace el mínimo gesto cuando Andreu Van der Eynde, su abogado, entona un encendido alegato para demostrar que ni el tribunal es legítimo ni España es una democracia moderna.

Manuel Marchena escucha impávido sus palabras, sentado en un sillón más alto que el resto de los magistrados de la causa. Consciente de lo que representa, no se altera cuando los abogados reprochan al tribunal su falta de legitimidad y la vulneración de los derechos de sus defendidos. Son las diez y veinte de la mañana cuando el presidente de la Sala de lo Penal del Supremo eleva la voz para declarar que el juicio va a comenzar tras la lectura de las acusaciones por parte de la secretaria del tribunal.

Marchena está sentado bajo un gran rosetón de bronce en el que figuran los escudos de Castilla, León, Navarra y Aragón. Los otros seis magistrados le flanquean. Enfrente los acusados, con Junqueras, Romeva y Forn en primera fila. Están sentados de tres en tres en un amplio sillón de terciopelo rojo . Detrás se coloca Joaquim Torra, junto a los periodistas, el público y los familiares. Estos entran en la sala, intimidados por un escenario que recuerda en todo momento la fuerza implacable de la ley.

Enormes lámparas de cristal, columnas con molduras doradas, suelos de mármol, asientos de terciopelo, bajorrelieves con ángeles que llevan en sus manos la balanza que representa la equidad de la Justicia y las tablas de la ley. Todo evoca en la sala donde se celebra el juicio la inanidad del individuo frente al peso inexorable del Derecho.

Y están los pasillos, los interminables y laberínticos pasillos del Supremo, donde los ecos de las voces recuerdan las escenas de El año pasado en Marienbad, la película de Alain Resnais, donde el fin es el comienzo y el comienzo es el fin y el pasado se confunde con el presente.

Hay en el techo de la sala una representación de la diosa Justicia que tira de dos caballos blancos encabritados. Lleva armadura y espada. Su cabeza está rodeada de un aura de luz que brilla sobre los condenados que se retuercen a sus pies. Y tiene los ojos abiertos, muy abiertos, mirando hacia el futuro mientras un buho sobrevuela el submundo de los reos.

Podría pensarse que la diosa no permanece ajena a los argumentos de los abogados, que, uno tras otro, inciden en lo que Van der Eynde ha bautizado como «derecho penal del enemigo», entendido como el uso de las leyes para castigar al disidente político.

Sólo le falta citar la teoría del decisionismo de Carl Schmidt, el genio del derecho del nazismo, que acuñó que el derecho debía supeditarse a la voluntad del caudillo. Pero el abogado de Junqueras no llegó a ese extremo.

«La causa atenta contra la disidencia política . La instrucción ha tratado a los acusados como enemigos del pueblo. Estamos viendo el lado oscuro del derecho», asegura sin hacer gala de la vieja máxima latina «suaviter in modo, fortiter in re». Ni cortés en las maneras ni fuerte en el fondo, porque sus razonamientos están llenos de inconsistencias.

Luego toman la palabra los abogados del resto de los líderes indepedendistas, que señalan que se han violado las garantías de sus clientes, que se han hurtado pruebas sustanciales, que no han tenido tiempo para preparar el proceso y que la prisión preventiva es un abuso que contradice la presunción de inocencia. Incluso se alude a que el director de la prisión cometió el imperdonable exceso de prohibir ir a Misa a Junqueras.

Ninguno de los magistrados hace ni el más mínimo gesto cuando los letrados insisten en que cuatro de ellos están contaminados por la admisión a trámite de la querella del fiscal . La apariencia de imparcialidad es respetada escrupulosamente por estos jueces que saben lo que están en juego en el proceso que ayer comenzó.

Terminada la sesión de la mañana, los acusados se levantan y Marchena permite que crucen el cordón que les separa de los familiares. Besos, abrazos, alguna lágrima. Allí están la mujer y las dos hijas de Jordi Turull, que sonríe y hace un esfuerzo por mostrar serenidad.

Por la tarde, el aburrimiento preside el ambiente porque los abogados que intervienen se ciñen a cuestiones mucho más técnicas, con numerosas referencias al sumario. Carles Mundó solicita el permiso del tribunal para ausentarse del banquillo en varias ocasiones por necesidades fisiológicas .

A las seis y media. Marchena da por terminada la sesión y los acusados son los primeros en abandonar el lugar. En unos instantes, la sala queda en silencio, mientras el fulgor de las arañas de cristal ofrece una impresión de irrealidad. Todo es, sin embargo, real, muy real. Hay que frotarse los ojos para tomar conciencia de que, a diferencia de los pasillos de Marienbad, este juicio no es un sueño del que mañana podremos despertar.

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