Independencia Cataluña

«Nuestros mandos no nos dejan actuar para acabar con la caza al policía»

La orden de Interior de seguir en los hoteles, primera alegría para los desplegados

Concentración de apoyo a la Policía y la Guardia Civil en Cataluña RC
Cruz Morcillo

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Travessera de Gracia, Comandancia de la Guardia Civil ; Via Laietana, sede de la Jefatura Superior de Policía ; puerto, también en Barcelona; Pineda de Mar , hoteles donde se alojan policías, y así, uno tras otro, muchos puntos en los que hay agentes de las Fuerzas de Seguridad del Estado... Todos ellos lugares asediados en las últimas horas por miles de secesionistas por el simple hecho de que allí hay agentes que el domingo intentaron cumplir con el mandato del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña para impedir el reféndum ilegal del 1 de octubre.

En la Comandancia cientos de individuos, la mayoría muy jóvenes, se concentraron hasta bien entrada la madrugada con el objetivo de provocar a los agentes. Ruido, insultos, vejaciones, mofas de esos «pacíficos» ciudadanos –versión de la Generalitat– a los que no importó que dentro hubiera niños de corta edad intentando dormir y sabiendo además que no habría respuesta alguna –de los Mossos por supuesto que no–, pero tampoco de los hombres del Instituto Armado, que tienen órdenes estrictas de sus mandos de no intervenir.

En la Jefatura Superior de Policía, el mismo guión, con la aparición estelar del «cupero» y exdiputado autonómico David Fernández. «Tiraron algunas botellas y otros objetos, nos insultaron y como siempre hubo que aguantar» , dicen las fuentes, que traslucen hartazgo por esa falta de respuesta. «Todo está organizado, saben que su policía les va a permitir casi todo para no comprometer su imagen y a nosotros nos impiden responder».

En los hoteles Mont-Palau y Checkin de Pineda de Mar , a unos 60 kilómetros de Barcelona, y distantes entre sí no más de 300 metros, más de 500 policías viven horas de enorme tensión desde el lunes por la noche. De madrugada, uno de los agentes que se alojan allí relataba a ABC su impotencia porque no les dejan trabajar, y porque poco antes había visto cómo la teniente de alcalde –o así se identificó ella–, salía del despacho de dirección tras presionar para que los echaran de las instalaciones. Hasta la madrugada él y sus compañeros tuvieron que aguantar a esos cientos de individuos, «niñatos muchos de ellos», que llevan no solo esteladas sino «también ikurriñas y una bandera árabe».

Como antes en el País Vasco

Habían llegado a las ocho de la tarde, «en fila de a uno, como sucedía con los cachorros de ETA en el País Vasco». Los mueve la CUP, aunque fue un comisario político de la ANC quien hizo la convocatoria. «No nos dejan actuar, en un momento acabaríamos con esto de una vez», insiste el agente.

Las primeras horas de huelga son tristes, asfixiantes porque el sector secesionista catalán se ha hecho literalmente con la calle –«las carrers serán siempre nostras», desafían a gritos una y otra vez–, sin que la Policía autonómica haga nada por impedirlo. Es más, protegen a los sitiadores en lugar de a los asediados.

Los vídeos corren a velocidad de vértigo por las redes y retroalimentan el odio de chiquillos con acné y nula cultura, que cuando se les pregunta ni siquiera saben explicar mínimamente sus ideas. La manipulación es obvia, brutal, fruto de años, y continúa.

A las once de la mañana en Vía Laietana, frente a la Jefatura Superior de Policía, se concentran los primeros grupos de radicales. No hay clase, y esta vez el recreo consiste en insultar a los agentes. Las mismas escenas, el mismo odio se puede ver en las caras de muchos. Una niña rubia, guapa y feliz, da las palmas que acompañan los insultos y lemas habituales. Está a hombros de su padre, que se ríe con ella. Es fácil aventurar qué pensará esta cría cuando sea mayor. Muy cerca se ven los primeros embozados, protegidos entre el grupo.

En Travessera de Gracia, la misma murga, aperitivo de la concentración del mediodía en la plaza de la Universidad. La paciencia de las Fuerzas de Seguridad es llamativa, los mismo que el desparpajo de los Mossos para hacer lo de siempre: absolutamente nada. Todo por el procés.

En Pineda de Mar, la mañana se alegra de forma súbita. Juan Ignacio Zoido anuncia que la Policía no se va a ir de ningún hotel con el que tengan contrato. En el Mont Palau y el Checkin hay sonrisas y alivio porque ya tenían las maletas hechas. Las órdenes y contraórdenes se suceden.En esos dos hoteles se alojan miembros de la UIP (antidisturbios), de las UPR (unidades de Prevención y Reacción) y de Información. Son hombres y mujeres con nervios de acero, adiestrados en la algarada callejera que se suben por las paredes. «No podemos hacer nuestro trabajo con dignidad. No tenemos autorización para actuar hagan lo que hagan», relata otro policía a ABC.

A Castellón y Zaragoza

Media hora antes de que llegara la orden de seguir en el hotel, los jefes les habían dicho que dos grupos se tenían que ir a Castellón, otros dos a Zaragoza y dos más volverse a Madrid. Les ordenaron salir del establecimiento de paisano. «Yo así no me voy, yo salgo de uniforme», respondieron algunas voces a sus mandos. «Estábamos preparados para abandonar los hoteles con la cabeza alta, no como si nos tuvieran acorralados. Nos autorizaron a salir uniformados pero sin casco. Nos sentíamos abandonados y utilizados», reflexiona. Por eso, quedarse es una victoria para ellos.

«Después de la orden de quedarnos, los del hotel no nos querían dar las llaves de las habitaciones. Fue otro momento de tensión. Algún compañero, ya quemado, les dijo que o se las daban o tiraba la puerta. Teníamos las maletas dentro y, claro, llovía sobre mojado». Un poco antes sorprendieron a un responsable regañando a los empleados de la cocina por haberles hecho la comida. «Esta noche no tenemos cena en el hotel. Hemos pensado en pedir cincuenta pizzas y decir que son para los Mossos», ironiza. La tensión se palpa. El lunes por la noche un grupo de unos 30 radicales intentaron entrar por la parte trasera al Chekin. «Estábamos en la terraza, incrédulos. Los Mossos que nos tenían que dar seguridad mirando para otro lado. Sentí humillación. Nuestro mando fue claro:“No tengo autorización, no puedo hacer nada”».

A primeras horas de la tarde, los policías, algunos de uniforme, salen a la calle. Hay vivas a España. «Es automotivación», dicen . Un pequeño grupo, con banderas españolas, les aplaude. «Aguantaremos; hay cinco millones de catalanes que nos necesitan», dicen desde Travessera . «Aún queda la noche; veremos», señalan desde Pineda. La cena y lo de después.

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