El nacionalismo frente al espejo

El relato de Forcadell y Cuixart ignora la cara totalitaria del independentismo que Hannah Arendt describió

Pedro García Cuartango

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Decía Italo Calvino que lo importante del relato no es la voz sino el oído. Eso lo saben muy bien los independentistas que se sientan en el banquillo del Supremo, que, al entrar el juicio en su tercera semana, siguen centrando su estrategia en construir un relato ético y estético para eludir sus responsabilidades penales,

Esto es lo que hicieron ayer Jordi Cuixart y Carme Forcadell, que con diferentes discursos se presentaron como ejecutores de un mandato democrático para no acatar «las leyes y decisiones represivas» del Estado español.

Cuixart incidió en que desde Òmnium, la organización que presidía, se secundaron las manifestaciones populares que tenían como finalidad la defensa de los derechos cívicos y de la autodeterminación de Cataluña.

«Tuvimos que movilizarnos para defendernos del ataque del Estado. Fue un ejercicio de dignidad colectiva» , señaló. Y luego apeló a «una resistencia espontánea y no violenta» para poder llevar a cabo la consulta del 1 de octubre.

Cuixart comparó lo que sucedió en Cataluña ese día con la brutal represión del Gobierno chino contra quienes protestaban en la plaza de Tiananmén, que provocó alrededor de 500 muertos en junio de 1989. Y luego citó a Gandhi y Martin Luther King para legitimar al independentismo catalán .

No hay nada peor para una causa que la exageración, pero además, sin el más mínimo pudor intelectual, Cuixart aseguró que la teorización de la insurrección civil y de la lucha contra el totalitarismo se halla perfectamente fundamentada en el pensamiento de Hannah Arendt.

Ello refleja la misma impudicia intelectual de Raúl Romeva cuando se intentó apropiar de la figura del humanista Castellio porque, si hay alguien que repudiaba los excesos del nacionalismo y de los discursos identitarios, era Hannah Arendt. Su obra es el mejor alegato contra lo que representan personajes como Cuixart y Forcadell.

Como apuntó el presidente de Òmnium, Arendt había defendido la desobediencia civil pacífica, pero lo hizo en el contexto de un régimen criminal como el de Hitler, que había pervertido las leyes para justificar su caudillismo. Por eso, la extrapolación de Cuixart es una burda manipulación.

En segundo lugar , Arendt describió en su libro «Los orígenes del totalitarismo», publicado en 1951, cómo el poder es capaz de apropiarse de las ideas nacionalistas para convertirlas en una forma de Estado . Estaba pensando en el Volkgeist o espíritu popular, un concepto con el que los juristas nazis justificaban el desprecio a la ley del nacional socialismo.

Propaganda

Arendt observaba también cómo el regimen totalitario de Hitler había movilizado las masas con una propaganda que exaltaba la supremacía de la raza aria y legitimaba la persecución de las minorías. En definitiva, se criminalizaba la disensión política y se colocaba la voluntad del Führer por encima de la ley.

Buena parte del análisis de Arendt, que era judía y renunció a la nacionalidad alemana, sirve para describir la ideología y las prácticas del independentismo catalán.

Sobre ello nos ilustró ayer la propia Carme Forcadell en su declaración ante los jueces del Supremo cuando defendió la primacía de la mayoría parlamentaria nacionalista sobre las leyes y las decisiones del Tribunal Constitucional.

La fiscal Consuelo Madrigal la arrinconó cuando le preguntó si ella se arrogaba el papel de intérprete de la legalidad constitucional al negar la validez de sus resoluciones. A lo que ella respondió que la mesa del Parlament no está para impedir la tramitación de propuestas, aunque no se ajusten al ordenamiento jurídico. Madrigal le preguntó si estaría dispuesta a tramitar una ley que defendiese la esclavitud.

La expresidenta del Parlament se acogió a la inviolalidad y a la soberanía de la Cámara para justificar la declaración unilateral de independencia, que calificó de «política» en un intento de minimizar sus consecuencias. Pero ella sabía muy bien que esa resolución contravenía la Contitución y sobrepasaba las competencias de los diputados catalanes.

Los relatos de Forcadell y Cuixart no se sostienen por su maniqueísmo y su desprecio a lo sucedido . Hannah Arendt ya nos advirtió sobre el mesianismo de estas ideologías: «Antes de que los líderes se apoderen del poder para encajar la realidad en sus mentiras, su propaganda se halla caracterizada por el extremado desprecio de los hechos». Y los hechos son que no están en el banquillo como presos políticos, sino como políticos presos.

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