Memoria histórica de la lucha contra ETA (II)

«Miró por el retrovisor y se giró... el tiempo se detuvo; creí que me había descubierto»

Así detuvo la Policía a Jurdan Martitegi, efímero jefe militar de ETA

Una instantánea de Jurdan Martitegi minutos después de su detención ABC

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El sábado 18 de abril de 2009 Alexander Cuadrado, miembro legal de la banda terrorista ETA, era controlado en San Sebastián por agentes del Grupo de Álava de la Comisaría General de Información. No había prisa por detenerle, porque sus movimientos estaban siempre vigilados , y si se le dejaba a su aire cabía la posibilidad de que llevase a un auténtico pez gordo de la organización o al menos hasta unos liberados. No era la primera vez que se actuaba así, y desde luego no sería la última.

Es verdad que el perfil de Cuadrado, más allá de su misión exacta en ese momento dentro de ETA, tenía cierto interés. Se trataba de un tipo curtido en la kale borroka, auténtica cantera de la banda , y además tenía pedigrí, ya que era sobrino del histórico dirigente Eloy Uriarte, alias Señor Robles. Por tanto, había mamado el fervor por la «lucha de liberación» del pueblo vasco desde niño, lo que resultaba en la práctica una pasarela perfecta para que con la edad diera el salto al terrorismo.

La noche del viernes 17 de abril el etarra se había quedado a dormir en la capital donostiarra, donde tuvo una noche de fiesta. A la mañana siguiente, Cuadrado madrugó. A las siete subió a un automóvil en dirección a Francia. Tras avisar a los policías que trabajaban en el país vecino, se montaron tres puntos de control a lo largo de la frontera con ese país, en concreto en los puentes de Santiago y Behobia y en la autopista de Biriatou. Nomucho tiempo después se le vio pasar en el automóvil . Además, como era obligatorio, se informó de la novedad a la Policía francesa.

«La baliza colocada al coche del terrorista comenzó a funcionar y se pudo encontrar su vehículo estacionado»

Los seguimientos se prolongaron cientos de kilómetros y hubo todo tipo de vicisitudes, unas derivadas de su propio estado físico por la juerga del día anterior –por ejemplo, tuvo que entrar en dos gasolineras en muy poco tiempo–, y otras porque el terrorista, como le habían enseñado, tomaba muchas precauciones , como dar varias vueltas en una rotonda o echarse al arcén sin motivo para que pasaran los coches que circulaban detrás de él y así comprobar si le seguían.

Entre escaramuzas –Cuadrado mantuvo en todo momento sus medidas de seguridad–, se llegó hasta Brouilla (departamento de Pirineos orientales), donde se le perdió la pista. Fueron momentos de tensión, porque ya había muchos datos que hacían pensar que se dirigía a una cita . Se podía haber subido a otro coche sin ser visto, lo que habría arruinado el seguimiento, pero la baliza colocada al coche del terrorista comenzó a funcionar y se pudo encontrar su vehículo estacionado.

Cuadrado fue localizado en la plaza con otro individuo, ambos vestidos con ropa de montaña. Ya no había dudas; era una cita. El segundo, con toda seguridad, tenía que ser un liberado. Los policías no podían acercarse demasiado, porque en la zona había poca gente y era fácil que los detectaran. De modo que se esperó hasta que los sospechosos se separaron y se dirigieron cada uno a un coche.

Había que elegir entre detenerlos entonces o esperar. Lo normal era arrestar al liberado, es decir, al tipo con el que había quedado, y dejar que se fuese Cuadrado, el legal. Pero el encuentro entre ambos había sido muy corto y además sus vehículos salían del pueblo uno detrás de otro. Cabía la posibilidad de que fuesen al encuentro de un tercero.

Momentos decisivos

El desconocido iba por delante y el sobrino del señor Robles le seguía. Ambos enfilaron una carretera de montaña y así estuvieron treinta minutos. «Pensábamos que podía ser una entrega de material», relata uno de los policías que participó en la operación. Se les dio bastante espacio para que no detectaran el seguimiento mientras se controlaba su situación con la baliza. Así, hasta que llegaron a Montauriol, donde ocurrieron los momentos decisivos, que relata así el agente:

«Siempre hay que llevar una maleta, porque no sabes si vas a acabar en una playa, en la montaña o donde sea... Cambié mi indumentaria por una que no llamara la atención : la de un corredor aficionado, deporte muy popular en esas zonas. Para empeorar las cosas los franceses nos comunicaron que en ese momento estaban fuera del dispositivo por un relevo».

«La verdad es que nos dio igual, porque había que llegar hasta el final independientemente de las circunstancias. Bajé del coche, que teníamos aparcado fuera del pueblo, ya con mi perfil de “runner” , con ropa deportiva y un cortavientos, y eso sí, con tres teléfonos móviles: el español, el francés, y el particular».

«Comencé a correr hacia el casco urbano y vi una señal que marcaba la Iglesia. Sabíamos que los etarras solían escoger templos y cementerios para sus citas, de modo que tomé esa dirección. No quería llamar la atención, sólo ser lo más natural posible, pero me preocupaba el ruido que hacía la gravilla al correr . Son momentos de mucha tensión, en los que piensas en qué te puedes encontrar. También miraba alrededor, a ver qué salida podía tener si me descubrían. Me fije en un terraplén, con bastantes árboles y peligroso, pero podía ser una solución para salvar el pellejo».

Un revólver embalado con su munición que se incautó al terrorista

«De pronto, vi el muro de un cementerio al final del camino. Ahí ya no se puede dudar; hay que seguir, a pesar de que sabía que era un camino sin salida y que me los encontraría de golpe. Es difícil explicar lo que se siente. Comienzas a sudar, las sensaciones se multiplican por mil... Al llegar al muro giré a la izquierda y vi un coche que no conocía. Al fondo estaba el de Alexander Cuadrado. El tipo de la plaza de Brouille estaba sentado en el primer coche. Me miró y seguí recto. Cuando llegué al final simulé que estiraba y me senté un momento a descansar, unos 30 segundos... Pero tenía que volver con mis compañeros».

«Me puse a trotar otra vez; le vi que miraba el retrovisor, se giró y me miró fijamente. Le saludé con un “bon jour” con el mejor acento francés que pude y él respondió lo mismo... El tiempo se detuvo. Creí que me había descubierto... Entonces pensé que me iba a disparar por la espalda».

«¡Vámonos de aquí!»

«A mitad de camino me encontré a un compañero que venía a buscarme... Luego a los demás, cada uno ataviado como corredor, senderista o lo que fuera. Ordené salir de allí y ya abajo avisé a los franceses de que los terroristas estaban en la iglesia. No los conocíamos, pero el olfato hizo que nos reconociéramos de inmediato. De acuerdo con ellos, decidimos detener».

«Subimos en tres coches. Los terroristas estaban juntos y fuimos a por ellos. Bajamos de los vehículos pistola en mano. No esperaban algo así, pero el que se había juntado con Alexander Cuadrado en Brouille echó mano a la guantera para coger un arma . No tuvo tiempo de incorporarse»...

«El tercer hombre se quedó sin reaccionar, blanco, ante lo que se le venía encima, mientras Alexander Cuadrado intentó huir por una escalera... Todo inútil. Se les puso una capucha para que no nos pudieran reconocer. Al intervenir su documentación supimos que los dos desconocidos eran Jurdan Martitegi , jefe del aparato militar en ese momento, y Gorka Azpitarte , su lugarteniente, el sujeto que había ido a buscar a Alexander Cuadrado».

«Soy Jurdan Martitegi y pertenezco a ETA»

«Cuando los franceses preguntaron a Martitegi quién era respondió: “Preguntárselo a ese, que bien lo sabe”, dijo en referencia a mí. Probablemente me había visto cuando corría y se fijó en mis zapatillas. “Soy Jurdan Martitegi y pertenezco a ETA”, añadió luego».

Se les intervinieron dos pistolas, con cartucho en la recámara y sin seguro, un revólver y su correspondiente munición, una bomba lapa, una bomba incendiaria y cuatro juegos de matrículas dobladas . «La cita era para dar a Alexander Cuadrado material para que cometiera atentados con su comando de legales. Alguien está vivo gracias a esta operación».

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