Mas dilapida en menos de un lustro todo el poder de CDC

El que fue partido central en Cataluña, a punto de desaparecer por su radicalización

Barcelona Actualizado: Guardar
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Durante dos décadas, Convergència Democràtica (CDC) presumía de ser lo que los anglosajones llaman un «catch-all party» (partido atrápalo todo), una formación de tipo transversal en la que todo tenía cabida: liberales en el sentido estricto, socialdemócratas templados, también democristianos, representados estos en buena parte por Unió Democràtica (UDC).

La fórmula resultó tan exitosa que durante los ochenta y noventa cuajó el mito del «oasis catalán», un periodo anticiclónico asentado sobre las sucesivas mayorías absolutas de Jordi Pujol y en el que el único aliciente era seguir las cuitas entre CDC y UDC y, en periodos más recientes, especular con la sucesión del padre fundador. CDC era una máquina de ganar elecciones, un poder que se extendía también al Congreso cuando PSOE y PP gobernaban en minoría, y que ahora, cuando el partido supera sus 40 años de existencia, está en trance de desaparecer.

Del nacionalismo gradualista a la desobediencia independentista, CDC firma su acta de defunción.

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Tras el paréntesis 2003-2010 de los gobiernos de izquierdas (el tripartito de Pasqual Maragall primero y a continuación el de José Montilla), Artur Mas regresaba triunfante al Palau de la Generalitat para, un año después, en 2011, llevar a CiU a alcanzar su cuota de poder más importante: se hacía por primera vez con la alcaldía de Barcelona, gobernaba la Diputación y en las generales de ese año derrotaba por primera vez al PSC. Ahora, el presidente que ha instalado a España en su más grave crisis institucional desde la reinstauración democrática, puede presumir también de haber echado por el desagüe en menos de un lustro todo ese poder, y de paso, haberse cargado el partido que Jordi Pujol fundaba en 1974 en una reunión en Montserrat.

Diluir las siglas

Como si se tratase de dos líneas divergentes, el deterioro electoral de CDC (desde junio de 2015 ya divorciada de de UDC) ha coincidido con el auge del independentismo en Cataluña: paradógicamente, el partido de Mas ha acabado devorado por el tigre que ayudó a salir de la jaula. Enterrada la reivindicación del pacto fiscal, el adelanto electoral de 2012, a rebufo de la primera gran manifestación de la Diada, acabó con un severo retroceso del partido (de 62 a 50 diputados), precisamente cuando Mas y su lugarteniente Francesc Homs buscaban una mayoría absoluta «indestructible».

El resultado del adelanto electoral del 27-S ha diluido aún más el peso del partido

La formación comenzó a bailar entonces al dictado de ERC, en una acelerada radicalización del proceso paralela a la cada vez más descarada ocultación de las siglas propias: Junts pel Sí acabó siendo el trampantojo tras el que CDC intentó ocultarse. Acosados por los casos de corrupción, con el clan Pujol imputado al completo, el resultado del nuevo adelanto electoral del 27-S, en las fallidas para sus intereses elecciones plebiscitarias, ha diluido aún más el peso del partido, entregado ahora a las condiciones que imponen los antisistema de la CUP.

Irreconocibles en su radicalización, Democràcia i Llibertat es el último invento para el 20-D, unos comicios en los que el partido de Mas puede acabar como tercera fuerza tras ERC y de Ciudadanos. Triste final para un partido que pretendía «atraparlo todo».

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