Antonio Hernando con el acuerdo del Prado
Antonio Hernando con el acuerdo del Prado - EFE

Una mañana de teatro en el Congreso

El último día amaneció con la teatralización de un acuerdo de última hora. Una posibilidad que se desvaneció cuando todos los actores se comportaron como todos estos meses

Madrid Actualizado: Guardar
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Ritmo, vértigo, emoción. Ingredientes todos ellos necesarios para una buena novela. El relato político hacía semanas que había perdido ritmo y se había instalado en capítulos reiterativos y tediosos. Un libro abandonado en la mesilla de noche que a muy pocos interesaba ya. Políticos y periodistas pasaban hojas casi por obligación. Sin entusiasmo.

Entre el sopor y la resignación el teatro del Congreso dio ayer pie a un final con chispa, que abrió la puerta durante unas horas a un final alternativo. Ojos como platos de quienes desde mitad del relato pensaban conocer ya el final.

La épica la puso un personaje secundario en esta historia, pero que tiene la virtud de caer bien a todo el mundo. La campechanía y el nacionalismo valenciano se hacen una misma cosa en Joan Baldoví. El diputado de Compromís planteó su propuesta como una última bala.

Al principio todo fue confusión. Incredulidad. Cundía la impresión de que se estaba ante una estrategia en la pelea por el relato de quién tenía la culpa del adelanto electoral. Pero un nuevo giro de los acontecimientos estaba a la vuelta de la esquina: el PSOE anunciaba que tras examinar el documento estaba dispuesto a aceptarlo. Se oyó un aullido. Dos periodistas saltaban, bailaban y cantaban en la sala de prensa ante la posibilidad de no repetir campaña electoral y tener cierta certeza sobre la posibilidad de tener verano y no incurrir en crisis matrimoniales. Otros plumillas veían peligrar apuestas que consideraban ganadas hace tiempo sobre si habría o no elecciones. Confusión.

Albert Rivera podía ser el hombre clave si aceptaba abstenerse, y se encontraba en ese momento en Zarzuela. Sus principales portavoces empezaban a deslizar su renuncia a un documento «vago e inconcreto». Antonio Hernado, portavoz socialista, que en estos meses se ha ahorrado el gimnasio sustituyéndolo por constantes e intensas ruedas de prensa, comparecía solemne con el acuerdo y decía lo que todos dicen estos meses: «sí... pero no».

Su contraoferta sobre la propuesta de última hora mataba el acuerdo, ya que uno de los puntos que rechazaba era el de la propia composición del Gobierno. El PSOE improvisó una oferta de última hora, con un Gobierno de independientes. Curioso que días antes criticase que en la política hacía falta corazón y no tecnocracia. También planteaba someterse a una votación de confianza en 2018.

Fueron suficiente esos mimbres para que Rafael Hernando, portavoz popular, volviese a no dejar a nadie indiferente con una reacción en la que definió el documento in extremis como una «charlotada» y animó a Sánchez a dejar de arrastrarse.

Todos esperaban a Rivera, al menos para constatar que todo había sido un sueño. Que ese capítulo de vértigo que prometía un final diferente iba a terminar por defraudar. No hizo ni falta. Fueron Xavier Domenech y Alberto Garzón quienes vislumbraron que no había margen para abordar ninguna solución. Y constataron que a partir de ahí todo iba a ser como hasta ahora. Y lo fue. Rivera dijo que los consensos están bien, Iglesias que Pedro Sánchez está en una jaula, a su vez el líder del PSOE se mostró todavía sorprendido por el rechazo de Iglesias.

La XI Legislatura termina sin ni siquiera haber empezado. Pedro Sánchez dijó que el cambio solo se aplaza dos meses pero que llegará. El libro está por escribir, pero el relato puede ser ciencia ficción.

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