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Susana Díaz en Ferraz por el garaje - JAIME GARCÍA

«¡Felipe traidor, Susana dimisión!»

La sede del PSOE vivió el sábado momentos tensos, surrealístas y otros simplemente patéticos que escenificaron la pelea de un partido contra sí mismo

Madrid Actualizado: Guardar
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«Atención compañeros, que el que viene es de los nuestros». No eran todavía las ocho y media de la mañana y una veintena de militantes leales a Pedro Sánchez esperaba ya a las puertas de la sede del PSOE. Uno de esos militante se erigió en líder para pedir a sus correligionarios que respetasen la entrada de José Antonio Pérez Tapias, dirigente de Izquierda Socialista, que ahora pasa por aliado del sanchismo. En 2014 Pérez Tapias se presentó a las primarias a la secretaria general como el rostro más a la izquierda, mientras Sánchez era percibido como lo contrario. El debate en el PSOE tiene poco de ideológico y mucho de táctica.

No tuvo tanta suerte la presidenta de Baleares, Francina Armengol, que sufrió un recibimiento como el de los críticos.

La situación era tan surrealista que los insultos se repartían sin filtro. Los «golpistas», pues así se les llamaba, estaban perfectamente identificados. Los afines, no tanto. Y ante la duda, mejor discrepar.

Ayer el PSOE libró una lucha contra sí mismo. Mientras dentro los miembros del Comité Federal se reunían sin saber ni qué se votaba ni quién podía votar, en la calle se visibilizó una desconexión total entre la militancia y una parte de los dirigentes. El llamamiento de ambos «bandos», pues así se definen ya, a la calma causó efecto, pues el número de congregados fue discreto. Osciló entre la veintena de personas de primera hora de la mañana a, como mucho, cerca de dos centenares a mediodía. Muchos eran militantes bienintencionados, de los que nunca han tenido un cargo, o han tenido muchos sin ver un duro. Su legítima protesta se vio burlada por el hecho de que entre los asistentes hubiese varios simpatizantes de Podemos e Izquierda Unida. Ahora todos quieren a Pedro. Había quienes no eran ni eso, sino simples voceros que han hecho de la agitación su profesión.

Barones, traidores

Muy pronto se entendió que sería un día excepcional. Cuando la concentración todavía no era numerosa y el reloj apenas superaba las ocho de la mañana un coche entraba por el garaje. Llegaba la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, que optó por la prudencia y evitar una ingrata pena de telediario. De no haberlo hecho habría sufrido para acceder a Ferraz, pues la presidenta es percibida por los partidarios de Sánchez como líder del «golpe». Díaz estuvo en el centro de todas las proclamas. La más simple y dura a partes iguales fue coreada de modo recurrente durante todo el día: «Susana Díaz es una golpista».

El PSOE está roto, y varias escenas dieron muestras de ello. Fue José Blanco quien más problemas tuvo para acceder a Ferraz. El otrora ministro, secretario de Organización y vicesecretario general del partido, dicen que quien más controló el PSOE desde Alfonso Guerra, tuvo que entrar prácticamente escoltado en sus antiguos dominios mientras se le gritaba «Pepiño traidor, a Génova. No golpistas en las filas socialistas». No hay que olvidar que Sánchez fue promovido por Blanco en sus primeros ascensos en el partido.

Otro de los momentos más descarnados de esta intensa jornada para los socialistas fue la llegada de Eduardo Madina. El que fuera chico de oro del socialismo español fue recibido al grito de «golpista» y «traidor».

El expresidente de Castilla-La Mancha José María Barreda intentó conversar con quienes le increpaban, pero sus interlocutores lo invitaron, no precisamente con buenas maneras, a marcharse a la calle Génova. La equiparación de los barones con el PP fue una constante empleada por los afines a Sánchez. De este modo, este sí logró que le compraran el mensaje los exaltados a las puertas de Ferraz. A Javier Lambán, presidente de Aragón que gobierna con Podemos, le llamaron directamente fascista.

«La reina del cortijo»

Si Susana Díaz era «la reina del cortijo que no ha dado un palo al agua en su vida» -y había pancartas incluso que la criticaban por su aspecto físico-, Felipe González le seguía a la zaga en el odio popular. Una pancarta lo tildaba de «chivato y golpista». A él. A Felipe. El que no requería apellido. Para los concentrados en Ferraz era un vendido, del que se recuerdan más sus amistades peligrosas que su papel histórico en la Transición y en la historia del PSOE. Podemos también ha logrado sacar tajada.

Allí, a Podemos, es a donde algunos militantes, estos sí eran militantes, gritaban que se iban a ir si su partido decidía echar a Sánchez. «Nos vamos a Podemos», gritaba uno de ellos. Otro casi llega a las manos con un trabajador de Ferraz después de que lo confundieran con «uno de esos políticos».

A las 9.15 las policía cortaba Ferraz a la altura de la calle Buen Suceso. Minutos después el corte llegaba un par de calles más allá. En total tres manzanas del centro de Madrid se vieron afectadas. Pero no fue hasta pasadas las cuatro y media de la tarde cuando la policía abrió un pasillo de seguridad para que miembros del comité y trabajadores pudiesen entrar y salir a lo largo de los muchos recesos que tuvo la sesión.

Los héroes de Sánchez

Si los barones y Madina tuvieron una entrada muy sufrida a la que consideran su casa, lo contrario le sucedió a Miquel Iceta. Él sí, fácilmente reconocido como «uno de los nuestros», fue recibido con una sonora ovación. Le seguía unos pasos por detrás el que se ha convertido en estrella del «sanchismo», aunque él no quiera etiquetas: Josep Borrell. Sus críticas el viernes a los contrarios a Sánchez en una entrevista radiofónica ha dotado de argumentos a algunos que no los tenían. También se abrió un pasillo acompañado de ovación para la llegada de María González Veracruz.

El grito de los concentrados se resumía en uno: «Susana no, Pedro sí». Cuando todos los miembros del comité federal estaban dentro, comenzaron a producirse diferentes corrillos. Unos más acalorados que otros. El debate se mezclaban con consignas-«¡Pedro aguanta!» o «¡Felipe traidor, Susana dimisión!». Se hablaba de tamayazo y se discutía sobre si Susana Díaz era fascista, o simplemente corrupta. Pero con un consenso claro: «No la quiere nadie fuera de Andalucía». Hubo lugar hasta para evocar el nacionalismo madrileño: ¡«Esa Susana fuera de Madrid!». Algo así como que gane las elecciones al sur de Despeñaperros pero que no moleste. Otros repentinamente se volvieron meritocráticos para afear eso de dedicarse toda la vida a la política: «Susana Díaz es una traidora que no ha trabajador en su vida».

Había familias que acudían juntas, a pasar el domingo apoyando «a su secretario general». Y entre tanta familia, probablemente algún cuñado razonaba sobre lo conveniente de «pactar hasta con el mismo diablo con tal de que no gobierne Rajoy». El hooliganismo convirtió Ferraz en cancha de fútbol. «Manos arriba, esto es un atraco», gritaron algunos.

Un padre y un hijo razonaban que «si echan a Pedro nos vamos de aquí». A Podemos, como había advertido antes alguno. Aunque como quedó demostrado muchos ya están allí. Si gana Pedro ellos se quedarán, pero otros se irán. El que no se irá seguro es Francisco Gómez, el militante que se encadenó hace unos días a la agrupación del partido en Mérida. Natural de Sevilla, y del Betis como Susana Díaz, recordaba él mismo. Salió ayer de la capital de Extremadura a las cinco menos cuarto de la mañana y a las ocho menos diez estaba aparcando en Ferraz. «Había que estar aquí», se mostraba rotundo. Pero a la vez apenado al ver que «mi secretario regional (Guillermo Fernández Vara) sea uno de los conspiradores». Acudía a Madrid por un profundo sentimiento de disciplina y lealtad. Para apoyar a su secretario general. «Me moriré siendo militante del PSOE». La pregunta, visto lo visto en los exteriores de la calle Ferraz y, sobre todo, en su interior, es ¿cuántos quedan como él?.

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