XXV AÑOS SIN GREGORIO ORDÓÑEZ

Gregorio Ordóñez, el hombre que plantó cara a ETA/HB

El político vasco se enfrentó al terrorismo trece años, y hubieran sido muchos más, si no se hubiese cruzado la bala asesina

Gregorio Ordóñez (en el centro), con sus compañeros de Coalición Popular Álvaro Moraga y José Eugenio Azpiroz, remando en La Concha, en el cartel electoral de las elecciones municipales de 1983 ABC

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Plantó cara a Euskadi ta Askatasuna cuando la capacidad operativa de sus «comandos» puso en jaque al Estado; denunció a Herri Batasuna cuando sus militantes vociferaban «ETA, más metralletas»; arremetió contra los nacionalistas por tender la mano a la banda cada vez que un golpe policial le dejaba contra las cuerdas; puso el grito en el cielo contra un sector de la Iglesia vasca, generosa con los criminales, fría con sus víctimas;clamó por la libertad cuando muchos vascos miraron hacia otro lado para no ver a su vecino tendido en medio de un gran charco de sangre. «Prefiero estar amenazado por ser fiel a mis principios que vivir con la comodidad de quienes se arrodillan suplicantes ante ETA» . Gregorio Ordóñez fue consecuente hasta sus últimas consecuencias.

A punto de cumplirse 25 años del atentado que acabó con la vida del dirigente del PP vasco y teniente de alcalde en el Ayuntamiento de San Sebastián, se sabe quiénes fueron los autores materiales : Javier García Gaztelu, «Txapote», y Juan Ramón Carasatorre, «Zapata». También el nombre del colaborador necesario: Valentín Lasarte. Está acreditado quiénes desde el «zuba» dieron la orden: Miguel Albisu Iriarte, «Mikel Antza»; Ignacio Gracia Arregi, «Iñaki de Rentería»; José Javier Arizcuren Ruiz, «Kantauri»; Julián Achurra Egurola, «Pototo»; y Juan Luis Aguirre Lete, «Itsuntza».

Despejar la «X»

Sin embargo, un cuarto de siglo después de que el «comando Donosti» liquidara al futuro alcalde de San Sebastián, queda por despejar la «X» del complot . Es una de las asignaturas pendientes del post terrorismo, llegar hasta quienes, desde España, tomaron la decisión de modificar la estrategia y abrir la veda contra los políticos «responsables de la prolongación del conflicto en Euskadi». Esto es, contra quienes con más tenacidad y convicción se opusieron a que se cediera a los chantajes de ETA/HB mediante la fórmula trampa de una negociación. Una «X» que logró impunidad en algún despacho de abogados o en las siniestras siglas de KAS. Hasta hoy.

Para muchos, los españoles de bien, parece que fue ayer, porque la ausencia de Gregorio pesa aún y los ideales por los que dio su vida siguen vigentes . Para otros, demasiados, aquel 23 de enero de 1995 forma parte de la prehistoria –al fin y al cabo, se justifican, sucedió en el siglo anterior, claro–. Recuerdan el crimen, sí, como algo lejano, que se difumina con el transcurso del tiempo, porque ahora Euskadi vive tiempos de paz, dicen, y no hay que remover el pasado . ¿Para qué? ¿Acaso con intención de frustrar la normalización?

Y para otros, muchos y de la peor calaña, la muerte del dirigente del PP vasco fue consecuencia de un conflicto armado, felizmente resuelto por el gesto histórico de ETA de cesar su actividad armada; un conflicto que arrojó víctimas a un lado y otro del frente de batalla.

En su falso relato acabarán escribiendo que Gregorio Ordóñez, pertrechado con fusiles y bombas de mano, se atrincheró en el bar «La Cepa», y los patriotas del «comando Donosti» lo abatieron en el fragor del combate. No es extraño por tanto, que entre tanta amnesia, blanqueo y manipulación, las nuevas generaciones apenas conozcan, si la conocen, la trayectoria ejemplar de uno de los vascos que más hicieron por la defensa de la Constitución y la Democracia en los años de plomo, frente a terroristas, colaboradores necesarios, cómplices y timoratos.

Condena low cost

18 de abril de 2019. Un tipo rechoncho, despatarrado en la terraza de un bar de la plaza Sarriegui, en la parte vieja donostiarra, habla por el móvil. Parece pasar desapercibido ante la numerosa gente que transita por la zona. Y eso que el sujeto está prácticamente igual que como aparecía en las fotografías difundidas por el Interior como uno de los terroristas más buscados . Se ve que la condena low cost no le ha dado tiempo para que en su rostro asome alguna arruga.

A unos cien pasos de donde Valentín Lasarte se regodea tomándose un txikito está el bar «La Cepa». Allí vio entrar a Gregorio a eso de las dos y cuarto de la tarde del 23 de enero de 1995. Raudo se fue a un piso del barrio de Gros donde aguardaban «Txapote» y «Zapata». «Eh, vosotros, acaba de entrar en «La Cepa», es el momento, daos prisa». Le hubiera gustado hacer él la «ekintza», pero la orden era clara: debían ejecutarla los «profesionales». Y a unos ochenta pasos de donde el ex etarra se reinserta con un vaso de vino, está la sociedad gastronómica La Unión Artesana, donde el 27 de julio de 1994 mató, esta vez sí, él con sus propias manos, al empresario José Manuel Olarte.

Dicen que la sociedad vasca está normalizada: los familiares de las víctimas son las que se han tenido que alejar del lugar del crimen –Ana Iríbar, viuda de Ordóñez, y Consuelo, su hermana–. Los asesinos regresan, entre los vítores de algunos y la indiferencia de muchos .

Ordóñez plantó cara al terrorismo durante trece años. Y lo hizo desde San Sebastián, capital del «territorio Txeroki». Al terrorismo de pistola, el de ETA, y al terrorismo de guante, HB. «ETA y HB son la misma basura», «los de HB son los voceros de la banda», repetía Gregorio. Trece años de lucha por la libertad, que hubieran sido muchos más si una bala asesina no interrumpe su trayectoria, pocos meses antes de convertirse en el alcalde de su Donostia.

Gregorio fue la voz más alta y, sobre todo, la más clara que se opuso a la negociación con ETA. «La única manera de acabar con el terrorismo es la vía policial», decía. Y acertó. «Los de Herri Batasuna son terroristas sin pistolas» . Y acertó. Vaya si acertó, que años después «el altavoz de ETA» fue ilegalizado y «la voz de su amo», Arnaldo Otegi, condenado por pertenencia a la banda.

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