José María Carrascal

Gibraltar: la última baza

El Gobierno inglés ha rechazado la oferta española de una cosoberanía sobre Gibraltar. El rechazo era previsible, pero no dice ni una palabra de la situación en la que queda la colonia cuando salgan de la UE

José María Carrascal
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Como estaba previsto, el Gobierno inglés, en respuesta a ABC por la información publicada al respecto, ha rechazado la oferta española de una co-soberanía sobre Gibraltar, antes incluso de que hubiera sido hecha oficialmente, y se enroca, nunca mejor usada la palabra, en su postura tradicional de «no entrar en ningún proceso de negociación de soberanía sobre Gibraltar». Recuerdan que la oferta es: una doble nacionalidad española y británica a los gibraltareños y un estatuto de autonomía que les permita mantener prácticamente su régimen de autogobierno actual, garantizado por una declaración conjunta de los gobiernos británico y español en Bruselas y Naciones Unidas.

El rechazo inglés era previsible. De lo que no dicen una palabra es de la nueva situación en que queda su colonia una vez que salgan de la Unión Europea.

Pues si Brexit is Brexit, Gibraltar sale con ellos, quedando España automáticamente liberada de todos sus compromisos con Bruselas respecto a Gibraltar, volviéndose a lo que había y sigue habiendo: el Tratado de Utrecht y la doctrina de la ONU. Se lo recuerdo, pues el tiempo y las argucias británicas lo han envuelto en las brumas.

Por el Tratado de Utrecht (1714), que ponía fin a la Guerra de la Sucesión española, la Corona española cedía a la inglesa «la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, con su puerto y fortalezas que le corresponden, para que la goce con entero derecho y para siempre». No incluye, pues, el istmo y se especifica «sin jurisdicción territorial alguna», lo que no incluía aguas ni espacio aéreo, ni nada más. Era como si el Rey de España cediera un castillo al monarca inglés, para su disfrute, pero sin derechos sobre el subsuelo. Se lo cedía también «sin comunicación abierta con el territorio circunvecino por tierra», o sea encerrados en el Peñón. Para terminar con una condición de efectos a la larga aún más relevantes: «si en algún tiempo, a la Corona británica le pareciera conveniente dar, vender, o enajenar de cualquier modo la propiedad de dicha ciudad, se ha convenido por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera opción antes que a otros para redimirla». Algo que no necesita explicación, pero que los ingleses violaron desde el primer día, apropiándose de una «aguas territoriales» y de la mitad sur del istmo gracias a la debilidad y generosidad españolas para instalar en el siglo XIX barracones sanitarios provisionales durante dos epidemias en el Peñón, que convirtieron en permanentes, y nuestra Guerra Civil, para instalar allí un aeródromo. Incluso levantaron la famosa Verja en 1909, como signo de que aquel trozo del istmo les pertenecía, lo que España nunca ha admitido.

Doctrina de la ONU

La doctrina de la ONU sobre Gibraltar es igualmente explícita e ignorada por los ingleses. Al darse cuenta, tras la Segunda Guerra Mundial, de que se habían acabado las colonias, Londres ve en la descolonización una vía para eludir la obligación de dar a España la primera opción de recuperar Gibraltar en caso de que cambiase su estatuto. Seguros de la fidelidad de los gibraltareños, incluyeron el Peñón en la lista de colonias pedida por la ONU y comenzaron a descolonizarlo creando una autoridad y una administración locales, que no reclamaba la independencia como las colonias normales, sino continuar bajo soberanía inglesa. El tiro, sin embargo, les salió por la culata. Los países excoloniales vieron en el astuto plan británico una maniobra para retener una colonia usando precisamente la descolonización. España planta cara y, tras cinco años de debates, la Asamblea General aprobó el 19 de diciembre de 1967, por 73 votos a favor, 19 en contra y 27 abstenciones, una resolución en la que, «considerando que toda situación colonial que destruya parcial o totalmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas», declaró inválido el referéndum celebrado en Gibraltar e «invitó a los Gobiernos de España y del Reino Unido a reanudar sin demora las negociaciones para poner fin a la situación colonial de Gibraltar, salvaguardando los intereses de su población». Algo que España estaba y está dispuesto a salvaguardar si se reconocen sus derechos, los acuerdos firmados y la normativa internacional.

«Con el Brexit, Gibraltar sale y España queda liberada de sus compromisos con Bruselas»

Los ingleses han venido violando todo ello desde entonces y continuaron la falsa descolonización de su colonia hasta el día de hoy, en que han caído en su propia en su propia trampa, ya que, al entrar en el Mercado Común consiguieron meter de contrabando, nunca tampoco mejor usada la palabra, a Gibraltar como «territorio europeo cuyas relaciones exteriores lleva un país miembro». España lo tuvo que aceptar cuando ingresó en la Comunidad. Pero si el Reino Unido sale de ella, Gibraltar sale también. Nadie dude de que los ingleses intentarán lo que han intentado siempre: quedarse con los que les interesa de Europa —el libre intercambio de mercancías— y librarse de lo que les molesta — el libre tránsito de personas—, mientras en Gibraltar harán lo contrario: que siga el libre tránsito de personas y continúe el actual estatuto fronterizo de bienes, que permite a Gibraltar vivir de España, y de Europa. Para ello usarán todos los trucos, amistades, sobornos, chantajes, como hicieron para que abriésemos la Verja, amenazándonos con no permitirnos la entrada en el Mercado Común ni en la OTAN si no la abríamos. No era cierto. Teníamos el mejor padrino para entrar en el Mercado Común, Alemania, y en la OTAN, los Estados Unidos, ante las dudas del PSOE. La verdadera razón fue que Gibraltar interesaba cada vez menos a los dirigentes españoles y que sus dirigentes no han hecho otra cosa que caer en la trampa que les tienden sus colegas británicos, que les prometen abrir negociaciones sobre la soberanía a cambio de concesiones españolas. Conseguidas estas, les dicen que no pueden negociar sin el consentimiento de los gibraltareños. Que era una añagaza se demuestra fácilmente: quien manda en Gibraltar son los ingleses, y a ellos, no a nosotros, les corresponde convencer a los gibraltareños de que hay que resolver ese viejo e injusto contencioso. La sima en este retroceso español la protagonizó Moratinos, que en los acuerdos de Córdoba aceptó incluir a los gibraltareños en las negociaciones hispano-británicas e incluso visitó la colonia reforzando sus demandas. De justicia es reconocer que su sucesora en el cargo, Trinidad Jiménez, interrumpió el «Foro Tripartito», aunque quien dio un giro a esta política de concesiones fue el actual ministro, García Margallo, con su saludo, medio jocoso, medio en serio a un eurodiputado británico en Bruselas: «¡Gibraltar español!», que en la práctica se traduce en intentar solucionar definitivamente el largo y triste contencioso o, al menos, recuperar el terreno perdido en estas no ya décadas, sino siglos.

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