Elecciones autonómicas en Galicia

Feijóo ante el reto de igualar a Manuel Fraga

El barón gallego del PP aspira a lograr la cuarta absoluta, alcanzando así la marca del político que lo trajo a Galicia en 2003

Feijóo, durante su acto de precampaña este sábado en Vigo EFE/SALVADOR SAS

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No estaba en los planes de Alberto Núñez Feijóo adelantar las autonómicas , sino más bien agotar la legislatura en el otoño como muestra de la estabilidad de que presume su gobierno, con tres mayorías absolutas a sus espaldas. Pero cuando el lendakari Íñigo Urkullu le telefoneó para trasladarle que el País Vasco barajaba esa opción, Feijóo llamó a consultas a los notables de su partido el pasado fin de semana. Todos, sin excepción, le instaron a que no desaprovechara la oportunidad y secundara a los vascos. La razón: mejor un escenario conocido a 55 días vista que la incertidumbre de ocho meses más de precampaña, con una coyuntura política marcada por la volatilidad.

A su favor, unas encuestas que hoy por hoy ven muy factible una cuarta mayoría absoluta - el PP no ha manejado aún ninguna que se la arrebate -, un récord electoral al alcance de muy pocos en España, entre ellos Manuel Fraga, el veterano político que en su último mandato repescó a Feijóo de la presidencia de Correos para hacerlo vicepresidente tras la crisis del Prestige . Once años después de su inesperada victoria en 2009, el barón gallego empeña su capital en una última batalla en las urnas, quizás la más reñida, la más determinante.

La unidad del centro-derecha

Si en estas elecciones hay incertidumbre es fruto de los resultados de las generales de 2019: en abril el PSOE fue la fuerza más votada en Galicia por primera vez en democracia , y en noviembre se quedó a unas décimas del PP. La división de la derecha pasaba factura al PP más sólido de España, vertebrado alrededor de un discurso tan regionalista -nada novedoso, Fernández Albor y Fraga ya lo practicaban- como españolista.

Primero fue Cs, luego Vox, dos formaciones sin apenas aparato en Galicia pero cuyas marcas se aprovechaban de un PP a la baja. Es improbable que verdes o naranjas tengan opciones reales a escaño el 5-A , dado que se exige superar el umbral del 5% para entrar al reparto. Pero sus pocos miles de votos pueden lastrar a un PP consciente de que una década de gestión provoca un lógico desgaste, principalmente en la gestión de los servicios públicos, como la sanidad, punta de lanza de la oposición en los últimos meses.

En esta coyuntura llegó el órdago de Arrimadas para fraguar coaliciones con el PP en Galicia, País Vasco y Cataluña, respondido con una única voz por Feijóo: incorporar candidatos naranjas en sus listas como independientes, sí ; diluir las siglas del PP, bajo ningún concepto . No habrá alternativa posible y esperan que Cs abandone la cerrazón de su candidata a presidenta y negocie la única fórmula que le permitirá entrar por vez primera en el Parlamento autonómico.

Vox es una incógnita. Salvo llamar «nacionalista» a Feijóo y proclamarse actores necesarios para su desahucio, se conocen pocas propuestas de la formación de Santiago Abascal. Su implantación es muy escasa. El PP confía en que la amenaza cierta de que el PSOE pueda sumar con nacionalistas, independentistas y populistas haga recapacitar a ese electorado y, en clave autonómica, regrese a la papeleta popular. En todo caso, el PPdeG es consciente de que la mayoría absoluta no la ganará por el extremo, sino convenciendo a los socialistas desencantados con Pedro Sánchez, la vieja guardia que prefiera estabilidad a algo mucho peor que el bipartito PSOE-BNG que gobernó entre 2005 y 2009.

UN PSdeG hipotecado con Pedro Sánchez

Gonzalo Caballero ha fiado su suerte en política a la figura de Pedro Sánchez, de quien fue abanderado durante las primarias del PSOE, y cuyo lema de «candidato de las bases» luego hizo suyo en las elecciones internas del PSdeG. Sobrino del alcalde de Vigo, fue uno de sus mayores críticos hasta que alcanzó la cúspide del partido, tras lo que firmaron una indisimulada tregua. El mayor estímulo de Caballero (sobrino) fue la victoria de las generales de abril. A partir de ahí empezó a entonar el discurso de que hay «una mayoría de cambio progresista» en la Comunidad, para lo que deberá sumar indefectiblemente, con el resto de formaciones de izquierda.

Pero la «marca Sánchez» no pasa por su mejor momento, entre bandazos, giros discursivos y decisiones lesivas para los intereses gallegos, como la negativa a abonar a la Xunta 320 millones de euros pendientes de la liquidación del IVA y otros conceptos. Por no hablar de la falta de respuesta a la crisis industrial gallega, con el cierre de la térmica de As Pontes o la aluminera Alcoa, como ejemplos másdestacados. Caballero es incapaz de hacerle un mínimo matiz discrepante al Ejecutivo , un seguidismo que internamente no es compartido y que ha provocado desmarques, aunque todavía no críticas públicas.

La deriva radical del nacionalismo gallego

El viejo BNG que en 2005 quería transversalizarse y forjar un modelo de amplio espectro como el del PNV y la extinta CiU -aliados en la añeja Galeusca- es hoy, quince años después, un émulo de Bildu y Esquerra, sus habituales socios de papeleta en las europeas. De la mano de Ana Pontón -discurso duro, gesto amable- ha girado hacia el secesionismo y ha abrazado sin disimulo la causa del derecho de autodeterminación y reclama un concierto fiscal para Galicia por razones puramente ideológicas, cuya ruina para las finanzas de la Comunidad está demostrada. De vuelta al Congreso tras las generales de noviembre, se presenta como la garantía de que Madrid atenderá las exigencias de Galicia , como si de su único diputado dependiera el futuro del Gobierno. El PSOE apaciguó las ansias del Bloque con un acuerdo de legislatura con medidas como la transferencia de la AP-9 y la rebaja de sus peajes o el estatuto de las empresas electrointensivas que dependen de que se lleguen a aprobar los Presupuestos del Estado. Es decir, todas sus supuestas conquistas son meros futuribles ante la cita electoral de las autonómicas.

Socio de referencia del PSOE en Galicia -cogobiernan dos ciudades y tres diputaciones-, su entrada en un hipotético gobierno se da por hecha, así como las exigencias de índole soberanista que podría plantear, sobre todo en materia institucional, económica y educativa, donde abiertamente defienden la inmersión lingüística de la enseñanza pública en gallego. Este último punto -muy polémico durante el bipartito de Emilio Pérez Touriño y que le costó al PSOE numerosos apoyos en Vigo y La Coruña- los socialistas han votado junto al Bloque en varias ocasiones en el Parlamento durante la presente legislatura.

El laberinto de la izquierda populista

Primero fue AGE (Alternativa Galega de Esquerda), luego En Marea, confluencia con la que quedaron segundos en 2016 , superando al PSOE. Pero la convivencia entre Podemos, Esquerda Unida, los nacionalistas de Anova y el sector de Luís Villares -el portavoz desconocido al que auparon por consenso de todos- duró pocos meses y saltó por los aires. Villares y sus afines rompieron el grupo, que ya había sufrido escisiones durante su etapa como AGE. Ahora todo son incógnitas , dado que el rostro más relevante de este universo, Yolanda Díaz, no va a abandonar el Ministerio de Trabajo para encabezar la candidatura.

Ahora, y a contrarreloj, Podemos y EU deben decidir si van por su cuenta -como en las dos últimas generales- bajo la denominación Galicia en Común, o se abren de nuevo a incorporar a Anova, el partido del histórico Xosé Manuel Beiras, quien maniobra para situar como cabeza de cartel al exalcalde de Santiago, Martiño Noriega, y evitar una fuga de votantes nacionalistas de regreso al BNG, como prevén por ahora las encuestas.

De no aceptar a Noriega, En Común se debatirá entre el líder gallego de Podemos, Antón Gómez Reino , o la responsable de EU y el PCE en Galicia, Eva Solla . En la incertidumbre de qué hará se sitúa Villares, que promete concurrir confiado en tener el escaño que decida una nueva mayoría.

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